Buenos Aires - Argentina
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Texto 1:
Cuando Carlos III crea, por Real Cédula del 1º de agosto de 1776 el Virreinato del Río de la Plata, antesala de nuestra nación, elige establecer su capital no en alguna de las grandes ciudades que la integran, como Asunción o Córdoba, sino en una cueva de contrabandistas y corrupción como lo era Buenos Aires, y allí envía al primer virrey, Pedro de Cevallos.
Las razones eran obvias: había que frenar el avance de los portugueses (y sus amigos ingleses) desde Colonia de Sacramento, en la Banda Oriental, frente a Buenos Aires, desde donde mantenían un activo comercio clandestino con los habitantes de las provincias en manos españolas. La máxima virtud de Buenos Aires, fue geográfica. El propósito fundamental de la corona de España era el de defender y amparar su territorio, en la desembocadura de los ríos, al Este, en el interior y al Norte, impidiendo que los portugueses continuaran sus avances en las regiones inexploradas del centro del continente.
Unos cientocuarenta años antes de esto nacía en San Martín de Barreros, Portugal, Manuel de Coito (también Coyto, en algunos documentos de la época), que no se sabe bien cuándo ni cómo llegó a ese Buenos Aires de orígenes previrreinales, pero llegó. Y al menos dos documentos de diferente índole atestiguan su presencia.
El primero de ellos está presente en la Catedral Metropolitana y es el Santo Cristo de Buenos Aires, que mide 1,50 por 1,75 m (enclavado en una cruz de dos por tres) y es, sin dudas, una de las obras artísticas más antiguas concebidas en el Buenos Aires colonial, que el gobernador Martínez de Salazar donó, en 1671, a la catedral.
El segundo será, seguramente, mucho menos gratificante para nuestro personaje y se iniciaría, dicen, por un tema de polleras. Tiempos de Inquisición y persecuciones religiosas, tienen a Manuel de Coito, probablemente trabajando en su taller, cuando un desafortunado martillazo le pega en el dedo y lo lleva a maldecir. Su criada (y amante) lo acusó por las blasfemias allí propinadas.
"Estas ofensas a Dios, la Virgen, los santos y la Iglesia han sido consideradas como proposiciones y artículos heréticos: fue el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición el encargado de definirlas y corregir el error en que se hallasen los sujetos que las emitieran. Toda herejía era considerada como error ante el cual era preciso iniciar un proceso judicial que interesaba tanto a la Iglesia, como a la justicia civil", señala la historiadora Patricia Fogelman.
Así, nuestro artista, que contaba cerca de 35 años, fue apresado en Buenos Aires, con secuestro de sus bienes, el 22 de febrero de 1673 y trasladado a las cárceles secretas el 30 de enero de 1674, a la celda número 57. Luego se hicieron pedidos a Santiago, a Lima y Coimbra para que los inquisidores aportaran información sobre la limpieza de su sangre y sus antepasados.
En su causa participaron quince testigos que señalaron su carácter de blasfemador recurrente, tolerado al principio porque parecía ser consecuencia del dolor que le producía una enfermedad, carácter que se volvió irritante a los ojos de los delatores puesto que -según ellos- ante cualquier leve excusa prorrumpía en ofensas y blasfemias contra Dios, su Madre y todos los santos.
Cinco años de cárcel sufrió Coito hasta que, llevado a la sala de tortura el 17 de marzo de 1677, Manuel de Coito en media hora aceptó haber blasfemado pero lo hizo excusándose inmediatamente, diciendo que fue en el desvarío que le generaban sus dolencias físicas.
Un documento perdido relataba lo allí sucedido: "dijo que era cristiano, hijo de padres labradores, ni era judío ni hereje, ni aprendido otra secta mala; y puesto en la cincha y los cordeles en los brazos, y hechóle la amonestación, dijo que le aflojasen y que confesaría, como en efecto dijo y confesó que estando enfermo y diciéndole que eran regalos de Dios, respondió que no eran buenos regalos; y que otra vez dijo que Dios no le quería dar salud, que era un puerco; y que habiendo mandado decir una misa a Nuestra Señora, no habiéndole quitado su achaque, que era mejor no haber dicho la misa; y habiéndole dado primera, segunda y tercera vuelta, y en ella dijo y confesó que ha dicho que Nuestro Señor era un can y un perro, y que lo decía con la enfermedad y luego se arrepentía, y que no había tenido intención, porque no era judío, ni hereje: y en este estado se cesó en el tormento que serían las nueve y media".
Luego, indica Fogelman, se le dio una pena de doscientos azotes en la calle y un destierro de cuatro años al presidio de Valdivia, donde falleció en fecha incierta, tras haber cumplido su condena.
Su obra, el "Cristo" presente en la Catedral, sobrevivió el derrumbe de 1752 y se le atribuye, cuenta Pacho O´Donnell, el haber detenido milagrosamente una inundación que amenazaba a Buenos Aires a fines del siglo XVIII. Según la tradición, a poco de iniciada la procesión del Santo Cristo, una terrible tempestad se detuvo. Probablemente, debido a esto, fue que la calle lateral del edificio de la Catedral se hizo conocida durante la era colonial como la calle del Santo Cristo. Texto do Noticias La Insuperable.
Manuel de Coito fue un portugués, nacido en 1637 en San Martín de Barreros cerca de Oporto.
No se sabe cómo llego a Buenos Aires, era escultor, imaginero, es decir, aquel que tallaba y pintaba imágenes.
Su nombre se hizo conocido por haber realizado la imagen de Cristo que el gobernador Martínez de Salazar donó, en 1671 a la catedral de Buenos Aires. Allí se estableció y aún se conserva. Tiene tres metros de alto por dos de brazos.
Este Cristo tuvo el milagro de detener una inundación a finales del siglo XVIII al pasearlo por la calle Balcarce rumbo a San Telmo cortando la lluvia a su paso, a partir de esto llamaban a esa arteria “la calle del Santo Cristo”.
En esos años la Inquisición tenía su peso y gravitación en las sociedades en Europa y América. Particularmente en España y el Virreinato americano.
Cierto día, el escultor fue denunciado por una mestiza que era su manceba, acusado por haber blasfemado contra Dios. Es que las manos de Manuel de Coito, tan hábiles para tallar, le provocaron un grave problema.
Comenzaba a correr el año 1672, mientras esculpía una nueva obra, un martillazo fuera de lugar se estampo en su mano y soltó insultos espontáneos como jamás se han escuchado en la historia de la orfebrería, ante el dolor que ello le provocó.
El acusado fue apresado, engrillado y el proceso comenzó el 30 de Junio de ese año y se prolongó por cinco más, hasta 1677, durante el cual el reo padeció cárcel y tormentos. El portugués de Coito negó su culpabilidad y sostuvo a ultranza ser “cristiano viejo de padre y madre”.
El proceso del Tribunal de la Inquisición que además de luchar contra la herejía, ejercía cierto control sobre aquellos elementos disruptivos de un orden de creencias establecido que engarzaba con los principios fundamentales de la política civil de los virreinatos, lo condenó a 200 azotes por las calles de la ciudad y padecer destierro por cinco años en el presido chileno de Valdivia, ciudad ubicada en el centro del vecino país y cuyo encarcelamiento fundado en 1645 se caracterizaba por su dureza.
Había otra razón para que terminara en Chile. El Tribunal de la Inquisición tenía su sede en Lima, sede del Virreinato del Perú del cual dependía la Capitanía de Chile y Buenos Aires.
En relación al Cristo de Coito cuenta la historia que cuando la catedral metropolitana, en octubre de 1680 se reconstruía de obras anteriores que ocasionaron dificultades en su construcción, el techo se desplomó y se destruyó a consecuencia de ello el retablo del altar mayor y se impuso la demolición de la torre por la gravedad de su deterioro, el Cristo se salvo.
En aquellos años, los habitantes que visitaban al templo recordaban al portugués de Coito y se preguntaban al ver la majestuosidad de la obra si esa no fue una sanción demasiado severa, máxime cuando para la época, el condenado era unos de los pocos imagineros que residía en aquella Buenos Aires, tan escasa de artistas y escultores.
Cuando se visita a la catedral metropolitana, el Santo Cristo de Buenos Aires es parte de las reliquias históricas con ponderaciones de los turistas. Ahora, cuando la recorras, sabrás sobre Él y que es milagroso; y la suerte que corrió su autor Manuel de Coito. Texto de Miguel Banegas Rojas / Cadena Nueve.
Texto 3:
La imagen del Santo Cristo de Buenos Aires fue donada en 1671 por el gobernador del Río de la Plata José Martínez de Salazar a la primera construcción del edificio de la Catedral, que luego sería reformada hasta quedar como la conocemos hoy en día. Si se tiene en cuenta que la Diócesis de Buenos Aires fue creada en 1620, por el Papa Paulo V, hace 400 años que el pueblo de Buenos Aires viene rezando ante esta imagen suplicando protección contra toda clase de incendios, inundaciones y epidemias, que eran habituales en los albores de la patria.
La imagen del Santo Cristo de Buenos Aires es de las más antiguas de la Catedral, junto a la de Nuestra Señora de la Paz, y está realizada en una sola pieza de algarrobo blanco. Es de tamaño natural: mide 1,75. En la época de la colonia, cuando Buenos Aires fue azotada por una feroz tormenta que empezó a inundar toda la ciudad, la imagen fue sacada en procesión por las calles de Buenos Aires por familias que caminaban rezando debajo de la lluvia torrencial, que cesó en forma milagrosa mientras las gentes se unían a los rezos detrás del Santo Cristo. También se le rezó durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871. Es considerado milagroso y protector de la ciudad, conocido también como "El Cristo Milagroso".
A los pies del Santo Cristo de Buenos Aires hay dos imágenes: una de San Juan evangelista y otra de la Virgen María llorando, lo que representa el momento exacto de su Crucifixión. La imagen de la Virgen Dolorosa fue donada por Jerónimo Matorras, tío del General José de San Martín (hermano de doña Gregoria Matorras). Trecho de texto do La Esperanza de Puerto Madero.
Nota do blog: Imagens de 2024 / Crédito para Jaf.
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