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quarta-feira, 19 de março de 2025

Espigón, 1918, Balneario Municipal, Costanera Sur, Buenos Aires, Argentina


 

Espigón, 1918, Balneario Municipal, Costanera Sur, Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires - Argentina
Fotografia


Nota do blog: Data 11/10/1918 / Autoria não obtida.

terça-feira, 25 de fevereiro de 2025

Cervecería Munich, Puerto Madero, Buenos Aires, Argentina




 

Cervecería Munich, Puerto Madero, Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires - Argentina
Fotografia

A principios de la década de 1970 cerraba sus puertas la Cervecería Munich, lugar de reunión de los ciudadanos en sus paseos por la Costanera Sur durante la primera mitad del siglo XX, acompañando en su decadencia a la del balneario que la había originado.
Los constructores:
Los hermanos Jorge y Andrés Kálnay llegaron al Río de la Plata en 1921 a bordo de un buque sin bandera ni rumbo prefijado. Dejaban Hungría, su país natal, a causa de la ocupación rumana luego de la guerra.
Ese año, en la pujante Buenos Aires, el presidente Yrigoyen inauguraba el primer tramo de la Avenida Costanera Sur, límite urbano entre la Ciudad y el río, cuyo proyecto comprendía un murallón con escaleras al río y una pérgola semicircular. Esta área, en la que siete años más tarde se emplazaría la cervecería Munich, fue el paseo predilecto de los porteños durante cuatro décadas.
En la Argentina, al igual que otros miles de refugiados e inmigrantes, los Kálnay encontraron libertad y oportunidades para desarrollar su talento de arquitectos. Luego de trabajar como proyectistas y perspectivistas en varios estudios, ambos fueron incorporados al registro oficial, lo que les permitió instalarse por su cuenta. Juntos diseñaron edificios de relevancia, como el diario Crítica y el Cine Florida. En 1927 Andrés Kálnay construyó la cervecería Munich, obra significativa en su trayectoria.
Autor de numerosas publicaciones, docente y conferencista, se dedicó especialmente a la problemática de la vivienda. El hecho creativo de la construcción fue para Kálnay la expresión de un pensamiento comprometido con las necesidades reales del hombre y la eficiencia en el uso del tiempo. Su producción, vasta y heterogénea, pervive aún hoy en casi todos los barrios porteños.
La Munich frente al río:
La cervecería Munich, obra de Andrés Kálnay, fue desde su inauguración en 1927, un lugar destacado en Buenos Aires. El edificio jerarquizaba el paseo de Costanera Sur, preferido de los porteños por más de tres décadas y embellecido paulatinamente con significativas obras de arte como la Fuente de las Nereidas o la estatua de Luis Viale.
Mientras prosperaban en las cercanías los primarios teatrillos para artistas de variedades, cómicos, cantantes e ilusionistas, en el refinado ámbito de la cervecería se reunían pensadores, personajes de la política, de las letras, del arte o del deporte y cuanto visitante ilustre pasaba por Buenos Aires.
Leopoldo Lugones, Alfredo Palacios, Alfonsina Storni, Belisario Roldán, Juan Manuel Fangio, fueron algunos de los parroquianos habituales. También alguna noche, sostienen los cronistas, Carlos Gardel, conspicuo paseante de la zona, alegró con su canto los salones de la Munich.
El Balneario Municipal Sur:
Según los cronistas de entonces, el 11 de diciembre de 1918 fue un día sofocante. Hacia la ribera del Plata se dirigían filas de coches de plaza y automóviles descapotados, los que al llegar circulaban por la playa. Señoras de largos vestidos y caballeros de formal atuendo, con sus cabezas cubiertas por ranchos, bombines y hasta galeras, se descalzaban y caminaban, zapatos en mano, por la vera del río.
Aproximadamente a las tres de la tarde, los presentes se agolpaban en la rambla. Ya congregados, el bautismo fue anticipado: el cielo se cubrió totalmente y cayó un súbito chaparrón. Sin embargo, la concurrencia permaneció en su sitio, tal era el entusiasmo. A las 18 llegaron los coches oficiales llevando al intendente municipal Joaquín Llambías y al secretario de Obras Públicas, Ing. José Quartino. Luego de que la Banda Municipal ejecutara el Himno Nacional, monseñor Alberti bendijo las aguas. En medio de grandes aplausos, los funcionarios iniciaron el retorno mientras atronaba el aire una salva de veintiún cañonazos y, según los cronistas de la época, “... una multitud calculada en más de cien mil personas invadió rápidamente las explanadas, al ser habilitado el Balneario Municipal”.
Luego de la fiesta inaugural, la Costanera Sur fue convirtiéndose en obligado paseo del verano porteño. Sobre la terraza del largo espigón con escalinatas al río, obra de ingeniería original y osada para la época, se compusieron amplios jardines cultivando la tierra en forma de pelouses y motivos florales al estilo de los jardines de Versailles, se plantaron corpulentas tipas y acacias y se instalaron farolas y maceteros de bronce importados de Francia.
Según el reglamento dictado por el intendente Carlos Noel en 1923 se disponía el uso obligatorio de “... traje completo de baño, de malla (mamelucos) o pantalón y saco, debiendo hallarse todas las prendas en buen estado (....) se prohibe el uso, para los baños, de calzoncillos comunes o de punto (...) los bañistas deberán proveerse de toalla y deberán permanecer (...) sólo media hora en el agua”.
Los baños debían realizarse respetando la delimitación establecida por sexo, existiendo una zona para mujeres y otra para hombres. El Balneario contaba con duchas y 380 casillas individuales para que el público pudiera guardar sus pertenencias, así como con canchas de tenis, fútbol y un gimnasio para los niños. El público llegaba hasta allí con el tranvía Lacroze o en las llamadas bañaderas descapotadas que venían desde la provincia.
En los terrenos adyacentes se erigieron amplios restaurantes y confiterías por donde desfilaron cientos de artistas de variedades. En toda la zona se realizaban bailes y se celebraban entusiastas carnavales junto al río desmesurado, de cuyo color no han podido ponerse de acuerdo nuestros más grandes poetas.
El río era color de león para Leopoldo Lugones; leonado según Arturo Cancela; chocolate en la visión de Arturo Capdevilla; verde y azul acero al decir de Eduardo Mallea; oleoso y negro en los textos de Leonidas Barletta; de color mineral a los ojos de Baldomero Fernández Moreno, y de la rojiza llanura en la descripción de Roberto Arlt.
Los millones de porteños que se acercaban al río para bañarse en él, contemplar sus ondas o disfrutar de su puro aliento agregaron, a lo largo de los años, infinitos matices para describir a su río, ése del que podían disfrutar plenamente en los veranos inolvidables de la Costanera Sur. Texto do GCBA.
Nota do blog: Data e autoria não obtidas.

Balneario Municipal, Costanera Sur, Buenos Aires, Argentina


 

Balneario Municipal, Costanera Sur, Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires - Argentina
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El 11 de diciembre de 1918, se inauguró en Buenos Aires el Balneario de la Costanera Sur, a las orillas del Río de la Plata, cuando todavía no estaba contaminado. Buenos Aires se abría así al ilimitado horizonte de su río, al que más tarde negaría con todas las barreras posibles, para hacer de él algo casi inaccesible, lindo para mirar a lo lejos desde la terraza de un rascacielos.
Pero, por entonces, la ciudad era chata y centenares de señores de cuello y corbata condescendieron al rancho pajizo y fresco como único indicio de que iban a vivir una jornada “sportiva”; las señoras tomaron sus sombrillas y todos se fueron derecho por Brasil o por Belgrano, a ver qué era eso de las «expansiones acuáticas» que ofrecía el flamante balneario.
Inaugurada durante la primera presidencia de HIPÓLITO YRIGOYEN, cuando la administración comunal estaba a cargo del doctor JOAQUÍN LLAMBÍAS, la Costanera Sur se convirtió rápidamente en uno de los paseos preferidos por los porteños, hasta el punto de que con el paso de pocos años, recibió el aporte de significativas obras de arte que aún hoy la embellecen.
Las obras habían comenzado en 1916 y se desarrollaron a un ritmo febril. En los últimos cuatro meses, los obreros trabajaron día y noche para concluir a tiempo. La superficie del terreno fue rellenada con 12.000 metros cúbicos de tierra, se construyó un espigón de 180 metros que terminaba con las escalinatas que bajaban al río y el primer tramo de la avenida Costanera Sur entre las avenidas Belgrano y Brasil.
Estaba sostenido por una plataforma de hormigón, para el que se utilizaron rieles viejos provenientes de demoliciones, y la escalinata de acceso al río se hizo con cajones de hormigón, trasladados por un vagón guinche. Además, se levantaron 300 casillas para los bañistas, canchas de tenis, fútbol y juegos para niños, Se parquizó la zona con la siembra de pasto y flores y los jardines fueron diseñados por Benito Carrasco.
Allí tuvo su primer emplazamiento la fuente «Las Nereidas» de Lola Mora, que provocó unas cuantas controversias hasta ocupar su actual emplazamiento en la avenida Alem.
Como era costumbre todavía, se marcó un límite en las aguas, dejando un área para las mujeres y otra para los hombres, aunque en esos años, lo importante era disfrutar de la caminata a metros del río, el bronceado no sólo no estaba de moda, sino que era sinónimo de la clase obrera. Varias líneas de tranvías acercaban desde diferentes puntos de la ciudad a todos los sectores sociales.
El balneario tenía además una intensa actividad nocturna por los restaurantes y confiterías aledañas. La más famosa era la cervecería «Munich», donde hoy se encuentra museo de Telecomunicaciones, que junto con las confiterías «Brisas del Plata» y «La Rambla», eran el centro de reunión para disfrutar de una noche de verano, después de pasear por el Parque de Diversiones, donde la montaña rusa y la vuelta al mundo atraían a chicos y grandes.
El día de la inauguración, programada para las 17, hacía un calor espantoso. Como la comitiva oficial tardó en presentarse, el numeroso público que esperaba en el lugar rompió el cordón policial y ocupó el balneario. Algunos oficiales comenzaron a perseguir a la gente a caballo pero fue inútil.
Por fin, a las 18, llegó el intendente LLAMBÍAS, el edecán presidencial y algunos ministros, y comenzó el acto oficial. La Banda Municipal tocó el Himno y se efectuaron 21 disparos con un cañón comprado en Francia, usado en la batalla del Marne. Entonces, ya legalmente, la gente se internó en el río.
A poco de inaugurado, comenzaron a preocuparle a las autoridades, la necesidad de regular el comportamiento de los bañistas en público. Se establecieron los horarios en que estaba permitido bañarse en el río: de 6 a 11 y de 15 a 19.
Ante la preocupación por el estado de los trajes de baño usados en público, en 1925, la Dirección General de Suministros confecciona trajes de baño que vende a $2 m/n cada uno y reduce el costo de derecho al baño y uso de una de las tradicionales casillas a diez centavos.
En 1926 asistieron 45.000 bañistas entre los meses de enero a marzo y noviembre y diciembre. Por la venta de trajes de baño se obtuvo a suma de $6.364.000 m/n. Estos ingresos eran muy importantes para el erario municipal, que por los empréstitos contraídos para llevar a cabo la transformación urbana siempre estaba escasa de recursos.
El 1º de diciembre 1936, en un artículo del diario «La Nación» apareció una queja sobre el comportamiento de algunos bañistas, que decía: «de regreso del balneario Municipal, los jóvenes bañistas del domingo y los días de fiestas, han encontrado un medio ingenioso pero antiestético de secar sus mallas. Salen de las casillas con éstas aún chorreando en un paquete, toman el tranvía y a hurto del guarda tienden en la ventanilla su traje empapado».
«Con la marcha, a los costados del vehículo se ven flamear desde lejos esos banderines azules, rayados, rojos y con perneras, y el tranvía parece, lleno de gallardetes improvisados, una sucursal rodante del balneario popular».
«Si ingeniosos parece este método para secar las ropas, es poco decoroso. Conviene que lo popular no degenere en populachería, que la ciudad conserve su aspecto urbano y que no se exhiban prendas íntimas en plena calle, por muy deportivas que sean éstas.».
La decadencia del Balneario comienza en la década del 40 y en los 50 el río se alejó por los rellenos que se comienzan a realizar. En las décadas del 60 y 70 del siglo XX, la contaminación ya impide acceder al río. En 1978 se demuelen todos los edificios salvándose sólo el de la «Munich».
En la actualidad, la «Reserva Ecológica» que se ha instalado allí, permitió recuperar parte del esplendor de esta zona, tan cara a los sentimientos de los porteños, que gracias a la reconstrucción de parte de su ornamentación original con las tradicionales farolas en el veredón costero y sus escalinatas que se ha hecho, han remozado y dado brillo a este lugar.
Monumentos y esculturas:
Un caballero italiano: Apenas se llega a la Costanera, yendo por la avenida Belgrano, “La ola”, un mármol de NICOLÁS BARDAS, recibe al visitante; pero si hay un monumento que da carácter a todo el lugar, sin duda es la estatua de LUIS VIALE, obra de EDUARDO TABBACCHI.
Si bien la historia es conocida, repetirla no cansa, pues el heroico comportamiento de Viale se ha ganado un largo reconocimiento entre los argentinos: La Nochebuena de 1871, los buques gemelos “América” y “Villa del Salto”, hacían la carrera a Montevideo.
Sus capitanes, antes de zarpar, habían cruzado una apuesta sobre quién llegaba primero. La presión de las calderas hizo que el “América” estallara en llamas.
En medio de la confusión, LUIS VIALE cedió su salvavidas a la señora de MARCÓ DEL PONT, encinta de una niña. La dama salvó la vida y Viale entró en el amor y la admiración de un pueblo que no era el suyo y que había ayudado a prosperar.
Once años más tarde, la familia Marcó del Pont hizo levantar el monumento, cuyo primer emplazamiento fue el cementerio de la Recoleta. La Municipalidad porteña y el pueblo de Buenos Aires colaboraron luego, para que el monumento fuera trasladado al lugar que hoy ocupa en a Costanera Sur.
Una Fuente de discordias: Otra de las obras de arte que dan un perfil particular al paseo es la impropiamente llamada “Fuente de Lola Mora”, ya que su autora la denominó “Las Nereidas” o “El nacimiento de Venus”.
Mujer fogosa y de encendidos y no desmentidos romances, dicen los que saben, que el torso de los jóvenes que intentan sofrenar a los rampantes caballos fue minuciosamente copiado del que al natural lucía con orgullo el esgrimista AGESILAO GRECO, uno de los hombres físicamente más perfectos de su tiempo.
Tanto se identificó a la enérgica DOLORES MORA DE FERNÁNDEZ con la controvertida obra que, como otros muchos monumentos de Buenos Aires, tuvo un período itinerante, tanto que los más osados, hasta soñaron con verla erigida en el centro de la Plaza de Mayo. Pero la mórbida desnudez de las deidades marinas la relegó a un destino un tanto a trasmano, aunque el escenario sea el más adecuado a su naturaleza acuática.
Homenaje a una hazaña: En enero de 1926, cuatro españoles corajudos, RAMÓN FRANCO, JULIO RUIZ DE ALDA, JUAN MANUEL DURÁN y PABLO RADA, acometieron el cruce del Atlántico en un hidroavión “Dornier-Val”. Tardaron diecinueve días en cumplir la travesía; salieron de Palos de Moguer el 22 de enero y, luego de hacer escalas en Las Palmas, islas de Cabo Verde, Fer­nando de Noronha, Pernambuco, Río de Janeiro y Montevideo, el 10 de febrero de 1926 llegaron a una Buenos Aires conmocionada por la hazaña.
Acerca de ella se pueden contar muchas cosas, pero quien quiera tener una idea del tamaño del coraje de estos hombres puede costearse hasta Luján, donde en el complejo museológico ENRIQUE UDAONDO se conserva el avioncito en el que recorrieron los 10.270 kilómetros de la hazaña.
El escultor español JOSÉ LORDA hizo una estilizada interpretación del espíritu de los tripulantes del aeroplano y la ubicó en el extremo del espigón municipal. Pero desde hace unos años el hombre-pájaro se quedó sin el horizonte necesario para destacar su olímpica silueta. El hecho no disminuye la be­lleza ni la fuerza del monumento, pero achica notablemente su ámbito.
España eterna: Al fondo de la Costanera se levanta uno de los más hermosos monumentos de Buenos Aires, pero son muy pocos los que lo ven, en un emplazamiento que ya no tiene el encanto primigenio, aunque la obra impacte por su be­lleza y su mensaje. “A España”, esta obra de Arturo Dresco, fue inaugurada en octubre de 1936.
La integran veintinueve personajes, de los cuales veinte están identificados: Isabel de Castilla, Cristóbal Colón, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Domingo Martínez de Irala, Jerónimo Luis de Cabrera, Juan Sebastián el- Cano, Martín del Barco Centenera, Sebastián Gaboto, fray Bartolomé de las Casas, Juan de Garay, Pedro de Mendoza, Baltasar Hidalgo de Cisneros, Pedro Antonio Cerviño, Nicolás Videla del Pino, Félix de Azara, Juan Patricio Fernández, Hernando Arias de Saavedra, Francisco Solar, Pedro Cevallos y Juan José de Vértiz y Salcedo.
Otras seis figuras son simbólicas y tres pertenecen a indios. Dedicado a la “España, fecunda, civilizadora, eterna”, este monumento remata hacia el Sur un paseo que en su rumbo opuesto ofrece otras’ sorpresas.
El navegante solitario: “Los hombres sabios aman el amar”.La frase es de BERTRAND RUSSELL y corona un monolito dedicado a VITO DU MAS, el navegante solitario. Pero no hay mar, ni siquiera río, salvo lo que queda de lo que pudo haber sido la famosa cancha de remo.
Tampoco ha sido acertado su emplazamiento bajo la misma pérgola que, a distancia, bordea el monumento a Luis Viale. Dumas necesita intemperies, vientos y tormentas. La obra recuerda el viaje que el intrépido marino realizó alrededor del mundo por la derrota de “Los cuarenta bramadores”, en 1943, en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial.
En el Museo Naval, de Tigre, se conserva el “Legh II”, la cascarita de nuez con la que consumó la hazaña. Tal vez, VITO DUMAS merezca algo de mayor entidad que lo recuerde. Con todo (o con poco), el monolito cumple con su cometido.
La «Munich»: En 1927, los porteños pudieron mitigar los calores del estío concurriendo a la flamante Munich. Fue levantada en el «Boulevard de los Italianos», frente al dilatado río; ahora sólo tiene un próximo horizonte verde. Obra del arquitecto húngaro ANDRÉS KALNAY, esta cervecería ostenta un récord nada desdeñable: fue construida en cuatro meses y ocho días.
Se levanta en un terreno rellenado con tierra proveniente de la perforación del subterráneo «B». Para evitar desplazamientos o hundimientos, el edificio fue anclado sobre una base de cemento armado de un metro de espesor. Además, la mayor parte de los elementos decorativos fueron realizados en el lugar.
Años después, con la decadencia del paseo sobrevino la de la popular cervecería que cerró | sus puertas para entrar en un proceso de acelerado deterioro. La caída se detuvo en la década del setenta, cuando fue destinado a Museo de Telecomunicaciones y se restauró al detalle el viejo edificio.
Una puesta en valor que contó con la dirección del arquitecto RODOLFO E. DE LIECHTENSTEIN. La reinauguración tuvo lugar el 4 de diciembre de 1980. Cuando visite el museo, mire bien la construción. En los jardines, además, se conservan elementos que pertenecieron al Balneario Municipal: una farola y tres figuras mitológicas, fundidas en Du Val D’Osne.
Antena hasta el cielo: También fue en 1927 cuando a pocos metros de la «Munich» se inauguró el mástil con el que la comunidad italiana conmemoró la visita al país, en 1924, del príncipe Humberto de Saboya.
La obra es de los escultores GAETANO MORETTI y GIANNINO CASTIGLIONI, y hoy no parece precisamente una antena monumental, sino un remedo de mástil, aunque se mantiene en bastante buenas condiciones el hermoso basamento en mármol y bronce.
En la punta norte del paseo, una cabeza de don HENRIQUE EL NAVEGANTE recuerda las glorias pretéritas de Portugal. Don Henrique mira hacia el río, pero el río no está, también se fue de ese sector, lo cegaron. Sin embargo, el paseo no pierde su magia, el encanto de las cosas entre olvidadas y abandonadas que se niegan a morir. La Costanera Sur, sigue siendo una parte entrañable de los recuerdos y afectos de los porteños. Texto do El arcón de la historia Argentina.
Nota do blog: Data e autoria não obtidas.