Mausoleo del General Manuel Belgrano / Mausoléu do General Manuel Belgrano, Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires - Argentina
Fotografia
El mausoleo es obra del italiano Ettore Ximenez y fue inaugurado el 20/06/1903.
Ubicado en el atrio de la Basílica Nuestra Señora del Rosario / Convento de Santo Domingo.
Monumento de mármol y bronce, corona la obra un grupo de ángeles realizados en bronce a manera de alzar sobre sus hombros la urna del prócer; sobre el lateral que da a la calle Defensa, se encuentra la figura de bronce que simboliza “El Pensamiento”, y en el lateral opuesto la figura que simboliza “La Acción”. Dos relieves de bronce, que representa el juramento a la bandera nacional (frente) y las batallas de Tucumán y Salta.
Mide 9 metros de altura y tiene una base hecha de baveno granito. Al sarcófago lo sostienen cuatro ángeles cariátides y está hecho en aluminio. Lo corona un yelmo, un águila y flores de bronce.
Posee una hoja de palma hacia abajo, que representa la victoria asumida con humildad. La cinta con la leyenda en latín “Studis Provehendis”, alegoría a la donación de cuarenta mil pesos para ser empleados en la construcción de cuatro escuelas en las ciudades de Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero.
La espada es el símbolo del prócer en su aspecto militar. El engranaje representa su acción como secretario del Real Consulado de Buenos Aires a favor de la promoción económica y precursor de la agricultura, el comercio y la industria. Trecho de texto do GCBA.
Texto 2:
Durante más de 80 años la tumba del prócer, ubicada bajo tierra en la parte izquierda del atrio hacia el lado exterior del pórtico de Santo Domingo, había sido pisada por millares de feligreses, algunos indiferentes, otros ignorantes e inadvertidos que bajo sus pies descansaban los restos del general Manuel Belgrano.
Ya en 1860 José Celedonio Balbín, amigo de Belgrano que lo acompañó hasta los últimos momentos, manifestaba su inquietud al respecto en carta a Bartolomé Mitre: “se permite que su sepulcro sea pisoteado diariamente por los que entran y salen de la Iglesia…”.
En 1894 en el 74 aniversario de su muerte el diario La Nación decía: “Tiempo será ya que la obra de reparación fuera terminada, dándose honrosa tumba a los despojos de una de las más puras glorias argentinas”.
Manuel Belgrano, el prócer que los estudiantes rescataron del olvido:
Al año siguiente un grupo de estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires encabezados por Gabriel L. Souto tuvo la iniciativa de crear una comisión para “construir por suscripción popular un mausoleo que guarde dignamente las veneradas cenizas del General Belgrano que aún no tiene un sepulcro digno de la consideración que merece su memoria”.
Propendiendo a ello, se reunieron en una de las salas del Convento de Santo Domingo y en asamblea establecieron las bases de su proyecto el 10 de agosto de 1895. El día 11, en el mismo lugar, se constituyó la Comisión de Honor integrada entre otros por Bartolomé Mitre, Vicente López, Bernardo de Irigoyen, Juan Agustín Boneo, Carlos Guido y Spano, José María Gutiérrez, etc.
Souto justificaba sus acciones: “no es justo ni lógico que su figura patricia esté modelada en el bronce inmortal que lo recuerda (mientras) sus despojos descansan todavía en la humilde tumba donde lo llevó su extrema pobreza y en la que ha permanecido largos años, tan olvidados que casi ni indicios existen de que allí hay un héroe de la Patria, su primer ciudadano”.
El país entero concurrió a dejar su aporte monetario a los fines de contribuir con la erección de un mausoleo. Las fuerzas vivas y las corporaciones formaron una larga lista. La obra fue encargada al escultor italiano Ettore Ximenes e inaugurada el 20 de junio de 1903 a 83 años del paso a la inmortalidad del General Manuel Belgrano en un acto de homenaje donde se colocó la urna conteniendo sus restos que habían sido exhumados el año anterior.
El mausoleo, desde el suelo hasta la parte superior del sarcófago, mide casi nueve metros. El basamento es de mármol de Carrara. Las estatuas laterales, que simbolizan “El Pensamiento” y “La Acción”, al igual que los bajorrelieves, son de bronce.
El sarcófago está coronado por un yelmo con un águila que simboliza la potencia más elevada, el genio y el heroísmo.
Asistieron altas autoridades nacionales y eclesiásticas y hubo desfile de tropas, sociedades, agrupaciones y escuelas, en medio de una multitud que cubría las calles y balcones engalanados por banderas. Por la noche una procesión de antorchas.
Una medalla conmemorativa se acuñó como recordatorio. “Precursor y Fundador de la Independencia Argentina - Vencedor en Tucumán y Salta - El pueblo y el Gobierno inauguran el mausoleo a su inmortal memoria”.
El papelón de los ministros en la exhumación de sus restos:
El 4 de septiembre de 1902 una comisión designada por el Gobierno nacional, presidido entonces por el general Julio Argentino Roca, procedió a exhumar los restos de Belgrano para trasladarlos a la urna que sería depositada en el monumento construido por suscripción popular en el mismo atrio de Santo Domingo. Levantada la lápida y en presencia del escribano mayor del Gobierno, Enrique Garrido, se retiraron los pocos huesos del prócer y fueron colocados en una bandeja de plata. También se encontraron algunos dientes, dos de los cuales fueron tomados por Joaquín V. González y Pablo Riccheri, ministros de Interior y Guerra respectivamente.
Este insólito proceder provocó la categórica condena de los principales diarios de Buenos Aires que dieron cuenta de la escandalosa falta de respeto para con el prócer.
El incidente concluyó con la devolución de las piezas dentales, y el envío, por parte del prior de Santo Domingo, de dos cartas al diario La Prensa, donde señalaba que había recibido las reliquias así como también la correspondiente justificación de parte de los dos ministros. González dijo que llevó el diente del general Belgrano “para mostrarlo a los amigos”, en tanto que Riccheri señaló que “era para presentarlo al señor general D. Bartolomé Mitre”.
Una caricatura de Caras y Caretas mostraba a Belgrano en su tumba señalando a los “ministros odontólogos”, diciéndoles: "¡Hasta los dientes me llevan! ¿No tendrán bastante con los propios para comer del presupuesto?".
Así, Joaquín V. González y Pablo Riccheri que fueron hombres probos y respetables funcionarios (hay suficientes pruebas sobre ello) pusieron una mancha difícil de borrar a sus biografías. Texto de Roberto Colimodio / Perfil.
Texto 3:
El 20 de junio de 1820 murió Manuel Belgrano en la casa en la que nació y vivió toda su vida porteña. En su testamento, firmado el 26 de mayo de ese año, establece que: “…cuando su Divina majestad se digne llevar mi alma de la presente vida a la eterna, ordeno que dicho mi cuerpo, amortajado con el hábito del patriarca de Santo Domingo, sea sepultado en el panteón que mi casa tiene en dicho convento, dejando la forma del entierro, sufragios y demás funerales a disposición de mi albacea”. Al día siguiente de su muerte fue sepultado en el atrio, delante de la entrada del templo. Tuvieron que romper un mueble de su casa para esculpir en mármol la lápida que cubrió su tumba hasta 1855, cuando Casimiro Cazón sufragó de su bolsillo una nueva placa pétrea que expresaba con más claridad quien estaba enterrado casi anónimamente allí: “Aquí yace el general don Manuel Belgrano. Murió el 20 de junio de 1820 a los cincuenta años y diecisiete días de edad”.
En 1895, un grupo de estudiantes de la sección Sur del Colegio Nacional de Buenos Aires, encabezado por Gabriel Souto, decidió promover la construcción de un mausoleo al creador de la Bandera. El 9 de Julio de ese año se constituyeron dos comisiones: una honoraria, formada por los expresidentes Bartolomé Mitre, Julio A. Roca y Carlos Pellegrini, los tribunos Bernardo de Irigoyen, Vicente F. López y Carlos Guido Spano, el obispo auxiliar de Buenos Aires, Mons. Agustín Boneo y Fray Marcelino Benavente, prior del convento porteño de Santo Domingo; y la otra ejecutiva presidida por Souto, que en sus primeras acciones logró recaudar una interesante suma de dinero. El Congreso Nacional dictó la ley 3363, aportando $ 50.000.- de aquella época.
Fue encontes cuando se decidió el llamado a un concurso internacional, resultando ganador el proyecto del escultor romano Ettore Ximenes, autor también de la “República Argentina”, ubicada sobre la chimenea del Salón Blanco de la Casa Rosada. El 4 de setiembre de 1902 se procedió a la exhumación de los restos del prócer y su resguardo en el convento. Dos ministros de entonces, Joaquín V. González y Pablo Riccheri, en un acto insólito y repudiable, se llevaron el maxilar inferior y las falanges de un dedo, recién exhumados, hecho que debieron devolver cuando se desató un escándalo al conocerse el episodio, y debió procederse a reabrir la tumba del prócer.
El soberbio mausoleo fue inaugurado en un acto multitudinario por el presidente Roca el 20 de junio de 1903. El cuerpo central de la construcción está tallado en granito de Baveno, flanqueado por dos estatuas de bronce: “El Pensamiento” y “La acción”. El coronamiento es un catafalco realizado en mármol de Carrara sostenido por cuatro ángeles fundidos en aluminio. La escalinata que es la base de todo el conjunto también es de Carrara. El cofre de bronce que contiene los restos de Belgrano se encuentra detrás del relieve frontal curvo que representa el juramento de la Bandera. Trecho de texto de Eduardo Lazzari / TN.
Texto 4:
Ese 20 de junio de 1820 la mayoría de la población de Buenos Aires estaba preocupada por el momento político anárquico que ocurría. Ese día la provincia no tuvo Gobierno. En su diario Juan Manuel Beruti anotó: “El 20 de junio de 1820. Se hizo saber por bando, al haber el señor gobernador don Idelfonso Ramos Mejía abdicado al mando, e ínterin estaba el gobierno en el excelentísimo Cabildo”.
Lo que no escribe Beruti, por no saberlo, es que ese día a las 7 de la mañana falleció el general Manuel Belgrano en la casona paterna de la calle de Santo Domingo. Si bien por entonces en Buenos Aires había cuatro periódicos, sólo uno anunció la noticia de su muerte: “El Despertador Teofilantrópico” del Padre Castañeda.
Ese mismo día fue enterrado, vestido con el hábito de la Tercera Orden de Santo Domingo, en un sepulcro preparado al pie de la pilastra derecha del arco central del frontispicio de la basílica de Nuestra Señora del Rosario, anexa al convento de Santo Domingo.
Sepultado en una caja de pino cubierta por un paño negro y cal, bajo una losa de mármol confeccionada de una cómoda de su hermano Miguel, don Manuel descansaba en paz.
El día 28 en ceremonia íntima, casi secreta se realizó el segundo funeral, rindiéndole homenaje el jurisconsulto Manuel Antonio de Castro.
Un año después, Buenos Aires y sus gobernantes se dieron cuenta del penoso olvido incurrido y dispusieron realizar un tercer funeral en su homenaje el domingo 29 de julio de 1821.
Ese día “El cadáver o tumba (figurada) salió de su casa junto al Convento de Santo Domingo a las 9 de la mañana, cargado sólo por los brigadieres y coroneles, acompañado de todos los cuerpos civiles y eclesiástico, comunidades religiosas y las cruces de todas las parroquias a las que presidía la del Cabildo eclesiástico, descansando en cada bocacalle en donde se hacía una posa; concurrieron todas las tropas formando calle cuyos soldados, oficiales, banderas, tambores e instrumentos musicales llevaban lazos y bandas negras, e igualmente las armas a la funerala. A las 12 horas este cortejo entró a la Catedral y hasta las 14 horas se celebró misa y dio responso el canónigo Valentín Gómez acompañando vigilias de honras con cánticos y música honrando al héroe como militar y ciudadano elogiando su valor y virtudes”.
Por la tarde se celebró un banquete en casa de Manuel de Sarratea, en diagonal a la casa del prócer, con la concurrencia de más de 80 ciudadanos notables, jefes, magistrados y el gobernador. El entonces Secretario de Gobierno Bernardino Rivadavia dio un breve discurso sobre el mérito y carácter de Belgrano por la libertad de la Patria. En esta reunión se propuso que la primera ciudad que se fundara en la provincia llevara el nombre de Belgrano. Culminó este “virtuoso” encuentro a las 23 horas.
Años más tarde, en 1903, en ocasión de la inauguración del mausoleo que hoy conocemos en Santo Domingo se realizó el traslado de los restos en lo que podríamos llamar un nuevo funeral donde ocurrió el episodio de los “ministros odontólogos”, pero esa, es otra historia. Texto de Roberto Colimodio / Perfil.
Texto 5:
El 2020 es el año belgraniano al cumplirse 250 años de su nacimiento y 200 de su muerte. Uno de los legados más importantes que nos ha dejado Manuel Belgrano es la entrega de todo -incluida su propia vida- en pos de un proyecto colectivo, que incluía a las mujeres, los pobres y los pueblos originarios.
El poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht (1898-1956) seguramente no supo de la existencia de Manuel Belgrano, sin embargo, escribió un poema que,creo, refleja claramente lo que considero acerca de nuestro prócer. Brecht decía que: “Hay hombres que luchan un día y son buenos.Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.” Cabe señalar que deberíamos aggionar el poema y agregara las mujeres.Eso hizo Belgrano: luchó toda su vida. Pudo elegir un futuro individual muy exitoso y promisorio pero optó por un proyecto colectivo. Proyecto en el que entregó todo, incluida su vida.
Repasemos brevemente su biografía: Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació un 3 de junio de 1770 en Buenos Aires (lo que hoy es la Avenida Belgrano al 400). Su padre, Domingo Belgrano Perí era un comerciante oriundo de Liguria, que realizó una inmensa fortuna en el Río de la Plata con el comercio y el contrabando (esclavos, yerba mate, plata, etc.). Su madre, Josefa González Casero, provenía de una rica familia de Santiago del Estero. Domingo y Josefa tuvieron dieciséis hijos, el cuarto de ellos, Manuel.
Luego de estudiar en el Colegio Real de San Carlos (actual Nacional Buenos Aires), viajó a formarse a España (las clases acomodadas, las únicas con acceso a la educación en esa época, solían enviar a sus hijos -hombres- a Chuquisaca, Córdoba o Santiago de Chile).
En España estudió Leyes en Salamanca y Valladolid, además, devoró toda la literatura prohibida por la Iglesia Católica, que monopolizaba el saber y controlaba qué se leía y qué no. Belgrano observó con gran entusiasmo las transformaciones que vivía a su alrededor: la independencia de los Estados Unidos (1776), pero más importante aún, la Revolución Francesa (1789), que puso patas para arriba al mundo, de una vez y para siempre. Las ideas de Libertad-Igualdad-Fraternidad y el fin del “Antiguo Régimen” con el guillotinamiento del Rey (¿hay algún hecho más simbólico y real al mismo tiempo?), conmocionaron a Belgrano y lo decidieron a volver a su tierra, el Virreinato del Río de la Plata, a transformar la realidad.
Durante diez años (1794-1810) fue Secretario Perpetuo del Real Consulado de Comercio. Allí escribió, muchísimo, sobre economía, desarrollo industrial, educación, medio ambiente, etc. En las memorias anuales y en el periodismo (“un antídoto contra la tiranía”, lo definía), encontramos sus ideas sobre el desarrollo económico (que debía unir comercio, industria, agricultura y ciencia), la creación de escuelas (Dibujo, Náutica, Agricultura), la educación financiada por las ciudades y villas, a la que debían acceder todas las clases sociales (mujeres y hombres), que un maestro debía ganar lo mismo que un juez, el cuidado del suelo (“por cada árbol talado debían plantarse cinco”) y también las críticas a aquellos que debía defender. Sí, Belgrano denostaba a esos comerciantes, intermediarios que lo único que sabían hacer era “comprar por cuatro y vender por ocho”.
Avancemos velozmente: en las invasiones inglesas de 1806-1807 lo vemos a Belgrano dirigiéndose a la Banda Oriental para no jurar obediencia a los ingleses. “Prefiero el amo viejo al amo nuevo”, dirá (recalquemos: piensa en la monarquía española en términos de un “amo”, concibe allí una idea de sometimiento). Sabemos que los ingleses fueron derrotados por las milicias populares que se conformaron (pardos, mulatos, criollos) y que este proceso dejó dos legados. Por un lado, la autoconciencia de los porteños que derrotaron a la potencia más importante del mundo. Por el otro, el descredito de la autoridad virreinal que huyó hacia Córdoba con el tesoro real.
Para 1810 la situación se complejizó aún más. Fernando VII, el Rey de España está preso de Napoleón Bonaparte hace dos años. La Junta Central de Sevilla que gobernaba en nombre del monarca cae, ante el avance de los franceses. No hay más autoridad en la metrópoli. La elite criolla (Belgrano, Castelli, Rodríguez Peña. Vieytes, Saavedra, etc.) intima al virrey Cisneros a un cabildo abierto. Tras idas y vueltas -y amenazas bien claras de Belgrano de arrojar al virrey por la ventana- el 25 de mayo se formó el primer gobierno patrio en el que Manuel ocupó el cargo de vocal.
La Primera Junta procurará heredar la legitimidad y el control sobre el enorme territorio del ex Virreinato del Río de la Plata (hoy Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, sur de Brasil y norte de Chile). No será una tarea nada fácil. A Belgrano, como se hizo costumbre, le toca lidiar con la más complicada: en septiembre de 1810 lo envían al Paraguay, a buscar la adhesión al gobierno formado en Buenos Aires. En penosas circunstancias, con pocos hombres y armamento, en una geografía muy compleja, recorre los 1300 kilómetros hasta Paraguay. Es derrotado militarmente en Tacuarí (mayo de 1811), pero obtiene un triunfo político: Paraguay inició su camino independentista autónomo, desligado de España. Obtiene lo que fue a buscar. En el camino, dictó el Reglamento de los Pueblos de las Misiones donde se traslucen sus ideas sobre la igualdad de indígenas, criollos y españoles y el acceso a la propiedad de la tierra de los pueblos originarios.
Para 1812, Belgrano viajó a Rosario a instalar dos baterías (Libertad e Independencia, vaya nombres escogidos ¿no?) y allí, pese a la oposición de los cómodos señores que gobernaban en Buenos Aires, izará por primera vez la bandera celesta y blanca. Sin respiro, al mando del Ejército del Norte, realizó el Éxodo Jujeño, en que convenció a los pobladores más humildes (cholas, campesinos, artesanos) de quemar lo poco que tenían (casas, cosechas, animales) y dejar “tierra arrasada” al ejército realista, para que fuese incapaz de aprovisionarse. En Tucumán, encontró una sociedad dispuesta a dar batalla a los españoles. Para septiembre de 1812, en inferioridad numérica y con el apoyo de la Virgen, afirmará Belgrano, derrotó al poderoso ejército del arequipeño Pío Tristán. Poco después, en febrero de 1813, se repitió la hazaña en Salta. Cabe señalar que estas victorias garantizaron la supervivencia de la Revolución. Luego sobrevendrán dos derrotas (Vilcapugio y Ayohuma) y las directivas desde las “oficinas porteñas” de entregar el mando del Ejército a Don José de San Martin (otro imprescindible, por cierto).
Al regresar a Buenos Aires, Belgrano se subió a un barco y se fue a Europa con el objetivo de convencer a un monarca europeo de venir a reinar a nuestra América. La misión (en la que incluso se pensó secuestrar a un noble y traerlo a gobernar) fracasó estrepitosamente. Fernando VII volvió al trono, dispuesto a recuperar sus antiguas colonias y Napoleón fue derrotado definitivamente en Waterloo. Belgrano, ya aquejado de múltiples dolencias (agravadas por las campañas militares y los viajes), regresó a su tierra natal.
Bajó del barco para subirse a una carreta con destino a Tucumán donde los congresales declararán la independencia (por pedido de San Martín, que está conformando la expedición libertadora a Chile). Belgrano les llevó una propuesta muy novedosa y rupturista: establecer un monarca inca. Con ello mixturaba la figura de un rey (la tendencia en Europa, decía, era a “monarquizarlo todo”), pero reconocido por los pueblos originarios. La propuesta belgraniana cayó como un balde de agua fría para los congresales porteños que la rechazaron de plano (el racismo tiene hondas raíces en nuestra historia). En sus últimos años, lo vemos a Belgrano, con desgano, combatir a los caudillos López y Ramírez, por orden del Directorio.
Finalmente, el 20 de junio de 1820, hace hoy exactamente doscientos años, acompañado de algunos hermanos y unos pocos amigos, murió Manuel Belgrano. Se suele romantizar su muerte en la extrema pobreza, y el gesto de pagarle a su médico con el único bien que le quedaba (un reloj). Me pregunto: ¿es romántico que una persona que dio todo por su tierra, que se formó, que pensó un proyecto colectivo, de desarrollo, que integrase a todos los sectores sociales, a las mujeres, a los pueblos originarios, a los más humildes, que protegiese el medio ambiente, que puso el cuerpo en las batallas, se muera en la extrema pobreza, abandonado por el gobierno? Honestamente, no le veo un ápice de romántico y sí mucho de horroroso. Esto nos debe llamar a reflexionar sobre qué hacemos con nuestros héroes y heroínas.
En suma, recuperar ese intento de construir un proyecto colectivo e inclusivo y reflexionar como sociedad qué hacemos con nuestros mejores mujeres y hombres son, creo, el mejor legado que Belgrano hubiese deseado. Texto de Jorge Núñez / Perfil.
Texto 6:
La actitud decididamente revolucionaria de Manuel Belgrano al presentar públicamente la bandera blanca y celeste, el 27 de febrero de 1812, en el aquel entonces diminuto poblado de Rosario, en la provincia de Santa Fe, contrasta con la irrelevancia que trasunta la ingenua pregunta que aún muchos argentinos del siglo XXI realizan: ¿Es cierto que Belgrano se inspiró en los colores de cielo?
Desde el 25 de Mayo de 1810 los jóvenes más decididos por la causa de la Emancipación usaban cintillos blancos y celestes, colores que aludían a la defensa del terruño, la ciudad de Buenos Aires.
La Junta Grande, que siguió a la Primera Junta y antecedió al Triunvirato, llegó a arrestar a quién las usara por considerar que de esa manera se desafiaba su autoridad, preocupado por sostener “la máscara de Fernando VII”.
La orden recibida por Belgrano de desplazarse con el Cuerpo de Patricios hasta Rosario para proteger a la región de un inminente desembarco de tropas realistas que saldrían de Montevideo por el río Paraná y concluir las baterías artilladas allí existentes (una en tierra y otra en las islas), le facilitó al prócer su empeño de “acelerar la revolución” sin salirse de los reglamentos y costumbres militares de la época.
Suscribimos al respecto la tesis de uno de los máximos estudiosos de la bandera nacional, Mario Golman, que realiza el siguiente planteo: Teniendo en cuenta que las disposiciones del ejército establecían que al inaugurarse una batería debía obligadamente también emplazarse un mástil para llevar a su tope la bandera rectangular con los colores rojo y amarillo (símbolo de la Corona), la gran osadía de Belgrano fue, llegado a este paso, cambiarla por la de los patriotas porteños.
No se encuentra documentada la cantidad y disposición de las franjas de la Bandera, pero la hipótesis más fundada es que la misma constó de dos fajas horizontales e iguales, blanca la superior y celeste la de abajo, conforme a los colores de la escarapela decretada por el Triunvirato; que de acuerdo con registros pictóricos fue redonda, de fondo blanco y centro celeste.
El 26 de febrero de 1812, un día antes de dar por cumplida la construcción de la batería “Libertad”, el entonces coronel Belgrano expresó a sus superiores del gobierno: “Las banderas de nuestros enemigos son las que hasta ahora hemos usado, pero ya que V.E. ha determinado la escarapela nacional con que nos distinguimos de ellos, y de todas las Naciones, me atrevo a decir a V.E. que también se distinguen aquellas, y que en estas Baterías no se viese tremolar sino las que V.E. designe”.
Y como si no fuera poco haberse referido a una enseña que los diferenciara “de todas las naciones”, ya no de los adversarios del momento, lo que con claridad refleja “un proyecto de país” soberano, culminó su misiva con la siguiente exhortación: “Abajo, Señor Excelentísimo, esas señales exteriores que para nada nos han servido, y que parece que aún no hemos roto las cadenas de la esclavitud”.
En dicha nota, mencionó la escarapela, creada por él también en Rosario y autorizada por el Triunvirato días antes, pero se reservó de indicar expresamente que utilizaría sus colores en una bandera.
En la tarde del 27 de Febrero, consumó su osadía y dio así nacimiento al que se convertiría en el símbolo máximo de la Argentina, con la siguiente arenga: “Soldados de la Patria: en este punto hemos tenido la gloria de vestir la escarapela nacional que ha designado nuestro Exmo. Gobierno: en aquél, la batería Independencia, nuestras armas aumentarán las suyas; juremos vencer a nuestros enemigos interiores y exteriores y la América del Sud será el templo de la Independencia, de la unión y de la libertad. En fe de que así lo juráis, decid conmigo: ¡Viva la Patria!”.
Podrá observarse que no se juró por “la bandera”, sino vencer a los enemigos.
En el Archivo General de la Provincia de Santa Fe se encuentra la primera versión de las dos proclamas escrita por Belgrano el día 27. La tuvo con él en el puño o botamanga de la chaqueta del uniforme en el momento de pronunciarla, a manera de guía. Al analizarse detenidamente el documento se deduce que Belgrano omitió inicialmente la palabra “Independencia” y que luego la intercaló, lo que de alguna manera también señala la decisión final de mencionar aquella palabra temida por muchos.
En el parte que escribió al gobierno dando cuenta de aquel acto, confirmó que: “Siendo preciso enarbolar Bandera, y no teniéndola la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela nacional”. De puño y letra de su artífice se explicita lo aquí afirmado.
Junto al tradicional aniversario de la creación de la Bandera de la Patria se conmemora el bicentenario del paso a la inmortalidad de su creador, Manuel Belgrano, acontecida el 20 de junio de 1820. Que mejor tributo a este Padre de la Patria que honrar y poner en práctica su ideario al calor de la enseña de los revolucionarios de Mayo. Texto de Miguel A. De Marco / Perfil.
Localizado na Basílica de Nuestra Señora del Rosario / Convento de Santo Domingo.
Nota do blog: Data 2024 / Crédito para Jaf.
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