Museo del Agua y de la Historia Sanitaria / Palacio de Aguas Corrientes, Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires - Argentina
Fotografia
Texto 1:
Esta maravillosa obra, con su impactante fachada, fue proyectada por el estudio de ingenieros ingleses “Bateman, Parsons & Bateman”. Es una de los edificios de identidad más definida que posee Buenos Aires, pero pocos conocen su finalidad principal: servir como contenedora de doce tanques de hierro de 6000 m3 de capacidad, distribuidos a lo largo de tres pisos, que constituyeron el primer gran tanque distribuidor de la Ciudad.
Las fachadas están revestidas con más de 130 mil ladrillos esmaltados y 170 mil piezas cerámicas que fueron fabricadas especialmente en Inglaterra; así, se “escondieron” los tanques, que no se consideraban lo suficientemente bellos para estar a la vista. Los techos verdes provienen de Francia.
En 1978 dejó de funcionar definitivamente como tanque de agua, pero el edificio se conservó por su invaluable arquitectura: este edificio único fue declarado en 1989 Monumento Histórico Nacional por ser una expresión elocuente del arte y de la técnica del siglo XIX y por constituir un verdadero monumento a la sanidad y al agua pura. Trecho de texto do GCBA.
Texto 2:
El Palacio de Aguas Corrientes es uno de los edificios más vistosos de Buenos Aires y un símbolo de la Belle Epoque porteña. Es una obra única en su tipo, claro exponente de la corriente ecléctica, que se construyó para albergar grandes depósitos de agua potable para el abastecimiento de una Ciudad que ansiaba el progreso.
El edificio ocupa toda la manzana comprendida por la Avenida Córdoba y las calles Riobamba, Viamonte y Ayacucho, en el barrio de Balvanera. En su interior hay 12 tanques que tuvieron la capacidad de contener hasta 72 millones de litros, sostenidos por una de las mayores estructuras de hierro fundido del continente construida en Bélgica. La fachada, imposible de ignorar, está recubierta por 170.000 piezas de terracota y 130.000 ladrillos esmaltados traídos en barco desde Inglaterra y los Países Bajos. Tiene ventanales de cedro y el techo de pizarra negra. Los escudos nacionales y provinciales que exhibe le dan el carácter de edificio gubernamental.
Su construcción demandó siete años (entre 1887 y 1894) y estuvo a cargo del ingeniero sueco Olaf Boye y el arquitecto noruego Carlos Nyströmer, quienes trabajaron en base al proyecto que había elaborado el ingeniero inglés John Frederick La Trobe Bateman.
La decisión de levantar el palacio fue para proveer agua potable a los vecinos de la Ciudad, que crecía en número por las olas migratorias y ya no contaban con aguateros ni aljibes, tras los cambios en la política sanitaria, luego de que una serie de epidemias –fiebre amarilla, cólera y fiebre tifoidea- que afectaron a buena parte de la población, entre 1867 y 1871, y que dejaron más de 15 mil muertos. Pero además, la aristocracia porteña apostaba a una modernización del casco urbano, que pudo financiarse con el dinero que ingresaba de la exportación de alimentos. De esta manera, Buenos Aires se convirtió en la primera ciudad de Latinoamérica en tener una red de agua potable.
Detrás de sus paredes también se esconde una parte de uno de los secretos más oscuros de nuestra historia: el cadáver de Eva Perón fue ocultado allí durante un tiempo por sus profanadores, según narra Tomás Eloy Martínez en la brillante obra Santa Evita.
El edificio funcionó como potabilizador de agua durante casi un siglo. Los tanques tuvieron agua hasta 1978 y, desde entonces, fueron reciclados como un gran archivo donde descansan unos 2.5 millones de planos históricos de instalaciones sanitarias, revistas y publicaciones relacionadas. Además, allí están las oficinas de la empresa Aysa y el Museo del Agua y la Historia Sanitaria.
En 1989, fue declarado Monumento Histórico Nacional, un título que hace honor a todo lo que representa y que garantiza que permanecerá indemne al paso del tiempo, porque son de esas obras que cuentan la historia de la ciudad y son un patrimonio de todos nosotros. Texto do Ojo del Arte.
Texto 3:
En un camino hacia la reducción de la pobreza, el crecimiento económico y la sostenibilidad ambiental, tanto las medidas hídricas como de saneamiento ocupan un rol fundamental demostrando la importancia del acceso a un recurso como el agua en la vida de las personas. En el marco del Día Mundial del Agua, que se celebra cada 22 de marzo, presentamos al Palacio de Aguas Corrientes de Buenos Aires, una de las máximas creaciones de la industria de fundición europea del siglo XIX fuera de Europa que combina arte y técnica en una obra única argentina declarada Monumento Histórico Nacional en 1989.
Hacia 1871, la ciudad de Buenos Aires carecía de un sistema de aguas corrientes, cloacas y desagües pluviales que acompañara el gran crecimiento demográfico que estaba sucediendo, y donde una gran parte de la población todavía dependía del agua de rio proveniente de los aljibes y de los aguateros. A esta falta de infraestructura se le sumaron las epidemias de cólera y fiebre amarilla, las condiciones de hacinamiento y demás factores que llevaron al Gobierno a contratar a John Frederick La Trobe Bateman para realizar un plan sanitario para Buenos Aires, desarrollando, entre varias acciones, un gran depósito distribuidor para abastecer de agua a la ciudad.
El estudio del ingeniero Bateman estuvo a cargo del proyecto general mientras que el diseño arquitectónico exterior quedó en manos del arquitecto Olaf Boye, integrante de su oficina en Buenos Aires. La dirección de obras la realizó Carlos Nystromer y su construcción, las empresas de Antonio Devoto y de Rocchi y Cía.
Ese mismo año, comenzaron los diseños de este Gran Depósito Distribuidor de agua potable, que desde un principio se pensó como un tanque a 22 metros sobre el nivel del Rio de la Plata para abastecer a una población de 200.000 habitantes, calculando 181 litros diarios por persona. El agua filtrada en la Planta Recoleta, donde actualmente se encuentra el Museo Nacional de Bellas Artes, llegaba al depósito después de llenar la red de distribución. Funcionando como regulador de la red, el depósito sería entonces capaz de abastecerla en caso de que el consumo lo demandara.
Pero ¿por qué construir un palacio para abastecer de agua a la ciudad? Aprobándose hacia 1886 e iniciando su construcción en 1887, la intención del Gobierno se centraba en levantar un monumento a la higiene pública, un verdadero monumento al agua potable que estuviera visible a los ojos de los ciudadanos. Su objetivo era presentar una obra “vistosa”, de aquellas que solo tenían lugar en las grandes capitales del mundo.
El Palacio de Aguas Corrientes se enmarca dentro del eclecticismo historicista buscando combinar diferentes estilos históricos relacionados con la arquitectura francesa del Segundo Imperio y determinados modelos centroeuropeos como ser el antiguo Palacio de Justicia de Amberes en Bélgica.
Implantado en una zona muy elegante de la ciudad, en el barrio de Balvanera, y rodeado por jardines y una reja de hierro fundido, el edificio cuenta con una planta cuadrada de alrededor de 90 metros de lado y 20 metros de altura. Construido en ladrillos con paredes que oscilan entre 1,80 m de espesor en planta baja y 60 cm sobre el nivel del cornisamento superior, la volumetría se refuerza en sus esquinas con cuatro torres que sobresalen levemente de la misma forma que sobresalen los volúmenes que enmarcan los accesos desde el centro de cada fachada. Su planta baja se encuentra sobre elevada enfatizando el aspecto monumental y sus accesos se encuentran jerarquizados con pilares y arcos rebajados, siendo el principal el que presenta una cúpula central dominando el conjunto.
Con respecto a su materialidad, en un principio, el encargo requería que los materiales fueran de origen local pero el proyectista decidió utilizar materiales importados para garantizar aquel tan deseado impacto visual. La estructura y la pizarra fueron traídos de Bélgica y Francia, mientras que las cañerías y el revestimiento terracota de Inglaterra. Se utilizaron un total de 170.000 piezas cerámicas y 130.000 ladrillos vitrificados para el revestimiento y se ejecutaron piezas especiales con los escudos de las catorce provincias de ese entonces, el Escudo Nacional y los de la Ciudad de Buenos Aires y Rosario, determinando con precisión su posición relativa sobre los ladrillos de las fachadas en los planos.
El uso de la terracota abarca toda la envolvente del edificio y aplicándose en diferentes texturas, colores y formas, colabora a acentuar la exuberancia ornamental y decorativa buscada. Las carpinterías de madera se realizaron con cedro de Paraguay mientras que la herrería fue provista por fundiciones escocesas.
Una vez en su interior, se descubre una megaestructura de hierro fabricada por un conjunto de fundiciones belgas, que consta de tres pisos con cuatro tanques cada uno, siendo en total 12 tanques cuya capacidad oscila los 72.300.000 litros de agua. Están soportados por una malla de 180 columnas que se disponen a 6,10 m entre sí y el peso total del hierro empleado es de 16.800 toneladas.
Los tanques estaban formados por chapas de hierro dulce de 10 mm, que se unían con perfiles ángulos y se aseguraban con remaches. Cada tanque descansaba sobre 45 columnas, cada una de ellas compuesta por cuatro columnillas o fustes secundarios. Para lograr las articulaciones necesarias, se colocaron apoyos y vinculaciones móviles en columnas y vigas.
Finalmente, su construcción se terminó hacia 1894 y su inauguración coincidió con el nacimiento de la Avenida de Mayo. El Depósito ya ha dejado de funcionar y en la actualidad, alberga al Museo del Patrimonio Histórico, el Archivo de Planos Domiciliarios y una serie de dependencias administrativas de la empresa Agua y Saneamientos Argentinos. Texto de Agustina Iñiguez.
Texto 4:
El Palacio de Aguas Corrientes fue el primer gran depósito distribuidor de agua potable que tuvo la ciudad de Buenos Aires. El proyecto, elaborado por el arquitecto noruego Olaf Boye y la empresa británica Bateman, Parsons and Bateman, constituye una de las obras de identidad más definida de nuestra ciudad. Sin embargo, pocos conocen su principal finalidad: contener 12 tanques metálicos con capacidad para albergar 72.000 toneladas de agua potable.
Inaugurado en 1894, es una obra de arte y de ingeniería única, que ostenta una majestuosa fachada color terracota. Mientras que, puertas adentro, es una de las mayores estructuras de hierro fundido de nuestro continente. Declarado Monumento Histórico Nacional en 1989, es uno de los edificios más atractivos y emblemáticos de Buenos Aires, que ocupa toda una manzana en pleno corazón porteño: Avenida Córdoba, Ayacucho, Viamonte (antes llamada Temple) y Riobamba, donde está su entrada, en el número 750.
Revestido con 300 mil mayólicas inglesas, guarda en su interior una enorme estructura de hierro fabricada en Bélgica con 3 pisos de tanques sostenidos por 180 columnas. Constituye un verdadero testimonio de la importancia otorgada a la higiene pública y al agua potable por los gobernantes de la época. Funcionó como depósito de agua hasta 1978 y desde entonces es el Museo del Agua, el Archivo de Planos Histórico de Planos y Expedientes, y la biblioteca Ing. Agustín González, especializada en ingeniería sanitaria y ciencias del ambiente. Según dicen, hay más de 2.5 millones de planos históricos dentro de estos grandes tanques de hierro. Además, están las oficinas administrativas de la empresa AySA y de atención al usuario.
Un poco de historia:
Siguiendo los planes del ingeniero civil inglés John Baterman, en 1886, el gobierno nacional decidió que el depósito de aguas se instalara en la zona norte de la ciudad. Soñaron que fuera un edificio fastuoso y para ello destinaron un presupuesto de 5.531.000 de pesos fuertes (moneda de la época). La compañía Bateman, Parsons & Bateman estuvo a cargo del proyecto, pero al poco tiempo las obras de salubridad se privatizaron debido a la falta de fondos del Estado. La compañía Samuel B. Hale se hizo cargo y adjudicó los trabajos de fachada exterior a Juan B. Médici, que fueron dirigidos por el ingeniero sueco Carlos Nyströmer y el arquitecto noruego Olaf Boye, quien trabajó con los arquitectos locales Juan Antonio Buschiazzo, Adolfo Büttner y Carlos Altgelt. La obra comenzó en 1887 y en un principio se pensó como un tanque a 22 metros sobre el nivel del Rio de la Plata para abastecer a 200.000 habitantes. Ubicado en la parte alta de la ciudad, este edificio recibía el agua ya purificada que era enviada desde la Planta Potabilizadora en Recoleta (y más tarde desde la Planta de Palermo), que luego por simple gravitación se distribuía a distintas zonas de la ciudad. Más de 400 obreros trabajaron durante siete años, y en 1894 el entonces presidente Luis Sáenz Peña inauguró el edificio. El evento coincidió con el nacimiento de la Avenida de Mayo, un eje urbano que concentraría los adelantos de una capital orgullosa de ser reconocida como “la París de Sudamérica”.
La idea de transformar un depósito de tanques de agua en un palacio tuvo muchas críticas; muchos lo consideraban una exageración y un derroche. Sin embargo, era usual en esos tiempos que edificios de funciones utilitarias, como depósitos o terminales ferroviarias, parecieran palacios. La intención del Gobierno era levantar un monumento a la higiene pública tan vistoso como los que había en las grandes capitales del mundo.
Sobre la elección del lugar, años más tarde en Londres, el ingeniero Richard Clere Parsons, socio de Bateman, leyendo un informe sobre las Obras de Salubridad de Buenos Aires, afirmó: “El punto elegido se halla en un barrio que se estaba poniendo muy de moda y el Gobierno estipuló que el exterior del Depósito habría de ser de apariencia vistosa, y que estuviera en armonía con los edificios, tanto públicos como privados, que estaban construyendo activamente en esas inmediaciones”.
De estilo ecléctico, en el Palacio de las Aguas Corrientes predomina el renacimiento francés, con diferentes corrientes de la arquitectura francesa del Segundo Imperio. Por otra parte, muchos coinciden en que tiene similitudes con el antiguo Palacio de Justicia de Amberes, en Bélgica. Rodeado por jardines y una reja de hierro fundido, el edificio cuenta con una planta cuadrada de 90 metros de lado y 20 metros de altura. Construido en ladrillos con paredes de 1,80 m de espesor en planta baja y 60 cm sobre el nivel del cornisamento superior, la volumetría se refuerza en sus esquinas con cuatro torres que sobresalen levemente, de la misma forma que sobresalen los volúmenes que enmarcan los accesos desde el centro de cada fachada. La planta baja está elevada, con la intención de resaltar el aspecto monumental, y sus accesos se jerarquizan con pilares y arcos rebajados, siendo el principal el que presenta una cúpula central dominando el conjunto.
Cosmopolita y cargado de leyendas:
El Palacio de las Aguas Corrientes tiene esbeltas mansardas de pizarras y, recubriendo los cuatro frentes de una cuadra de longitud, piezas de cerámica vitrificada en multiplicidad de formas y colores, que llegaron por barco desde Inglaterra. A solicitud del Gobierno, en la decoración se incluyeron el Escudo Nacional, los Escudos de la Ciudad de Buenos Aires y Rosario, y los Escudos de las catorce provincias que existían en ese momento. Las carpinterías de madera se realizaron con cedro de Paraguay, y la herrería fue provista por fundiciones escocesas. El revestimiento exterior está compuesto por 300 mil piezas de terracota traídas desde Gran Bretaña y concebidas como un modelo para armar, donde cada pieza tiene su número y letra que se corresponde con la que figura en los planos. Las piezas de terracota, esmaltadas y sin esmaltar, fueron provistas por las firmas Royal Doulton & Co. y Burmantofts Co. de Leeds. Para sus cubiertas de cúpulas y mansardas se utilizaron pizarras traídas de Sedán, Francia. La gran estructura metálica interior, armada como un gran mecano, fue traída de Bélgica y fabricada por Marcinelle y Coulliet.
En sus tres niveles contiene los 12 tanques de agua con capacidad total de 72 millones de litros de agua, con un peso calculado de 135.000 toneladas. Los tanques, de chapas de hierro dulce de 10 mm, se unían con perfiles angulares y se aseguraban con remaches. Cada tanque descansaba sobre 45 columnas, cada una de ellas compuesta por cuatro columnillas o fustes secundarios. Para lograr las articulaciones necesarias, se colocaron apoyos y vinculaciones móviles en columnas y vigas. Todo sostenido por una estructura portante de vigas, columnas y cabriadas metálicas. En el centro del palacio, un patio interno provee de luz y aire a todos los ambientes.
Con el correr de los años, varias leyendas se tejieron alrededor del exótico edificio. Una de ellas asegura que en los tanques se suicidó una pareja de enamorados porque los padres no los dejaban casarse. ¿Otra? Tomás Eloy Martínez, relató en su libro Santa Evita que el cadáver de Eva Perón estuvo escondido un tiempo en este edificio. Y en otro de sus libros, Cantor de tangos, el autor se refiere a que aquí ocurrió el asesinato de Felicitas Alcántara, que desapareció a fines del siglo XIX cuando paseaba con sus hermanas y dos institutrices. Trecho de texto de Liliana Podestá / La Nacion.
Texto 5:
Datas:
1871: el Gobierno contrata al Ing. John Bateman para el Proyecto de Provisión de Agua, Desagües, Cloacas y Empedrado de Buenos Aires.
1872: primeros diseños del Gran Depósito Distribuidor.
1874: se inauguran las obras de ampliación de la Planta Recoleta, para abastecer la red y el futuro Gran Depósito.
1886: se concluye el proyecto de la estructura de hierro interior del Gran Depósito.
1887: se inician las obras.
1888: se define el uso de la terracota para la arquitectura exterior.
1892: se realizan pruebas de llenado de los tanques de hierro.
1894: habilitación del Gran Depósito.
1920: se instalan oficinas de Obras Sanitarias de la Nación en la planta baja.
1978: se desafecta del servicio. Sus espacios pasan a albergar usos administrativos y culturales.
1989: se declara Monumento Histórico Nacional. Texto da AySA.
Localizado na avenida Córdoba, 1950.
Nota do blog 1: Um dos palácios mais bonitos que já tive a oportunidade de conhecer.
Nota do blog 2: Data 2024 / Crédito para Jaf.