quinta-feira, 24 de outubro de 2024

Escultura Atlas de Recoleta, Plazoleta Juan XXIII, Buenos Aires, Argentina

 












Escultura Atlas de Recoleta, Plazoleta Juan XXIII, Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires - Argentina
Fotografia



La idea es una metáfora. El hombre que carga el peso del mundo. El peso del mundo con sus tragedias, sus desastres, sus miserias, sus alegrías. Aunque no es hombre. Es escultura. Aunque no es mundo, es árbol. Plantado allí a fines o principios del siglo XVIII, tiempos en los que la Argentina todavía no era país.
Es el Atlas. El titán joven. Oscuro, brilloso, descalzo, apenas vestido, de porte fuerte, tieso, frío, con los brazos en alto. Tiene el color de la naturaleza. En sus manos lleva una rama del histórico gomero que sirve de techo para los comensales del café La Biela en una de las esquinas del barrio porteño de Recoleta. Fue puesto allí para ayudar a cargarlo, porque cuando la historia no puede sola el hombre se mete. Aquí se metió Joaquín Arbiza, escultor de la figura que desde octubre de 2014 reúne a argentinos y a extranjeros que hacen fila para tomarse una fotografía, allí a metros de las tumbas del cementerio. Los días de sol, de sombra, de semana, de viento y de lluvia.
Antes que él se metió su madre. Fue ella quien lo sugirió. Como tantas otras cosas. Estaban en La Biela, tomando café, cuando vio que el gomero tenía unos soportes de madera que lo ayudaban a no quebrase y dijo algo así como: "Vos deberías hacer algo con eso". Y el hijo le hizo caso a la mamá.
"Me puse a pensar en lo significativo que era el árbol, que representa un mundo de historias. Entonces me vino a la mente el Atlas. Me gusta lo clásico. Tengo muchos libros sobre las culturas griega y romana. Y después me comuniqué con la gente de la comuna", dice Arbiza, de 26 años, desde Marindia, Uruguay, donde vive. Su casa es su taller, un espacio en el que junta todos los días material para sus obras, que encuentra, que le traen. La carne del Atlas. Los músculos. Las venas.
No trabaja la arcilla ni el bronce ni el hierro virgen. La escultura es la suma de kilos de partes de automóviles de las décadas del 50 y del 60. Un rejunte de años. Una tarea puntillosa que necesitó de doce meses desde la idea al trabajo terminado, de pie. "También tiene detalles que son para mí, algo así como berrinches personales. Piezas escondidas. Por ejemplo, una matrícula de Montevideo y una llave de un Renault que dice «Made in Argentina». No están a simple vista. Pero si se mira con detalle, se ven".
Arbiza tampoco trabaja con moldes. No podría volver a hacer una escultura como esta. Así aprendió su oficio ocho años atrás, apenas terminado el colegio, cuando la pasión de su madre por los autos ya lo había conquistado, aquel verano, cuando se empecinó en armar él mismo su propio buggie, lo logró, lo encendió, lo manejó y sólo funcionó por cincuenta metros. Entonces, ya sin auto en el que pasear, se puso a montar muñecos con los restos. Y así empezó su carrera, de la que el Atlas es engranaje clave.
Hijo de Jápeto y Clímene, según ciertas versiones de la mitología. Hermano de Prometeo, de Epimeteo y de Menecio. Padre de las Hespérides, de Mera, de las Híades, de Dione y de las Pléyades. En griego antiguo "el portador", esta escultura pesa cerca de 300 kilos (como un tigre macho adulto) y carga con su mundo, con el árbol, con la rama, de casi dos toneladas. Llegó al barrio en octubre de 2014. Fue Arbiza quien lo trasladó. Primero en su camioneta, después en barco.
El gomero:
Su nombre científico es Ficus elástica, pero también le dicen gomero o árbol de caucho. Vino de la India y allí parado fue testigo de los días de la Revolución de Mayo, de los cabildos, de las pestes, de la incipiente democracia, de las muertes de los próceres, de festejos, de la dictadura, de la guerra de Malvinas.
Su llegada al suelo del barrio no es cierta. Están aquellos que dicen que fue plantado por el agrónomo Martín Altolaguirre y los otros que aseguran que era parte del parque de una quinta. "Hay una nebulosa alrededor del árbol. La historia oficial dice que pertenece a la quinta de Altolaguirre, quien experimentaba con cultivos y traía cosas que acá no había, como el lino Él lo habría plantado en 1806. Pero en las imágenes de la época no se ve nunca. Es raro. La otra versión es que era parte de la quinta de la «Virreina Vieja», Rafaela de Vera y Pintado, viuda de Joaquín del Pino, virrey del Río de la Plata entre 1801 y 1804", cuenta Diego Zigiotto, periodista y autor del libro 365 días en Buenos Aires.
Además Ziggioto explica que por aquella época la zona nada tenía que ver con la actual: era sede de malandras, delincuentes. Un suburbio, el arrabal. El espacio ideal para enterrar los muertos porque estaba lejos del centro, como a dos horas en carreta por caminos de tierra y escombros. "Ahí estaba la barranca del río, lo que ahora es la avenida del Libertador. Allí bajaban las mujeres para lavar la ropa. Era el lugar de las quintas de cultivo, un espacio alejado. Comenzó a cambiar su perfil recién por 1870", agrega.
Hoy esas cuadras son lujo y el árbol, atracción. Alto pero no mucho, amplio, terso, ilustre y viejo, el más viejo de la ciudad si la historia es cierta y que crece como la telaraña en el aire, que avanza como pulpo de tentáculos vitales en el agua. Flora y fauna. El gomero tiene una base de casi diez metros, una copa de casi cuarenta y unas ramas de más de treinta. Y sigue. Por eso Arbiza vuelve. Porque crece.
"Hace un mes fui a visitar el Atlas y vi que debía retocarlo. Así que me fui a una ferretería, compré lo que precisaba y lo arreglé. Está muy cuidado. Desde que lo instalamos la rama que carga creció; de hecho creo que en un año va a estar más incorporado, como abrazándolo", dice el escultor. Texto de Dolores Caviglia / La Nación.
Nota do blog: Imagens de 2024 / Crédito para Jaf.

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