Mausoléu do General José de San Martín / Mausoleo del General José de San Martín, Catedral Metropolitana de Buenos Aires / Catedral Primada de Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires - Argentina
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Texto 1:
En medio de las luchas entre el gobierno de la provincia de Buenos Aires y la Nación por la Capital de la República, fueron repatriados los restos del Libertador, teniendo como marco un imponente espectáculo cívico. En un ambiente de respetuoso silencio que sólo quiebra el murmullo de los turistas y el paso marcial de los Granaderos en los cambios de guardia, reposan también allí los restos de Las Heras, Guido y del soldado desconocido de la Independencia.
La frase:
Aunque había sido en el año 1864 cuando el congreso aprobó la Ley de traslación de los restos, pasó más de una década para que se cumpliera. Fue recién el 5 de abril de 1877, aniversario de la Batalla de Maipú, cuando el presidente de la Nación, Nicolás Avellaneda, invitó a la población para que, por suscripción pública, se repatriaran los restos del General San Martín, legando para nuestra historia la máxima: “Los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos, y los que se apoyan sobre sus tumbas gloriosas, son los que mejor preparan el porvenir”.
Desde la Biblioteca del antiguo Congreso Nacional los integrantes de la Comisión Central de Repatriación de los Restos del General José de San Martín1, desplegaron una abrumadora tarea: recepción del dinero, ubicación del sepulcro, concurso para la elección del mausoleo, trámites para la repatriación y organización de la recepción de los restos.
Con los aportes del propio Avellaneda, Roca, Mitre, Montes de Oca, Luis María Campos y el Ejército, el comodoro Py de parte de la Cañonera Paraná, Emilio Civit junto al personal de Aduanas y Rentas, el ingeniero Guillermo White y el departamento de Ingenieros Civiles y empleados del Ferrocarril Andino, Bernardo de Irigoyen y el personal del Ferrocarril Primer Entrerriano, la Dirección General de Correos y Telégrafos y Senado Nacional, junto con las colectas realizadas en las provincias, escuelas de todo el país, residentes argentinos en el extranjero y recaudaciones de funciones a beneficio, además del aporte del Gobierno Nacional y del Banco de la Provincia de Buenos Aires, dieron como total un millón trescientos noventa y nueve mil quinientos sesenta y cinco pesos con veinticuatro centavos.
La Capilla:
En septiembre de 1878 la Comisión solicitó a la municipalidad a cargo de José de Guerrico, el llamado a concurso de arquitectos a efectos de erigir la capilla que habría de contener el monumento conmemorativo del Gral. San Martín que ya se había aprobado.
El proyecto debía respetar el estilo y espacio cedido en la catedral y las medidas que tendría el mausoleo. Al no ser cumplido este requisito por ninguno de los proyectos presentados, se declaró desierto el concurso.
Para no dilatar los tiempos, el ministro del Interior, Saturnino M. Laspiur, ordenó al ingeniero Guillermo White, a cargo del departamento de Ingenieros Civiles de la Nación, que realizara los estudios necesarios para levantar la capilla. Este respondió enviando los planos, presupuesto y descripción del proyecto diseñado por el arquitecto Enrique Aberg, quien, una vez aprobado por el Consejo de Obras Públicas, pasó a hacerse cargo de la obra.
La planta de la capilla de Nuestra Señora de la Paz cedida por el Cabildo Eclesiástico, pasó a tener forma octogonal con arcos y pechinas de estuco, coronada con una bóveda con casetones y rosetas cubiertos de grafito, purpurina y dorado. Todo el conjunto estaba iluminado con luz cenital.
El 7 de octubre de 1880 White informó que se habían concluido las obras y envió la cuenta de los gastos pendientes. En enero del año siguiente Antonio del Viso respondió que el ministerio de Hacienda ponía a disposición la suma solicitada, aunque recién en septiembre de 1881, por decreto, se resolvió entregar el dinero para cancelar todo lo adeudado.
En 1909 se realizaron algunas obras a cargo de la Archicofradía del Santísimo Sacramento, entre las que se encontraban el friso en relieve y oro de un metro de ancho entre las paredes y la bóveda, la colocación de cuatro candelabros de bronce, un plafón de cristal y bronce de 1,15 m de diámetro con treinta y dos lámparas figurando el sol y la puerta de hierro y bronce que cierra la capilla.
En 1921 se agregó una placa bajo el testero, obra del escultor peruano L. Acurto, acuñada por la Escuela de Artes y Oficios de Lima y donada por el gobierno del Perú.
Sobre la misma pared, y cerca de la urna que contiene los restos del soldado desconocido, se colocó en 1962 otra placa al cumplirse el 150° Aniversario de la creación del Regimiento de Granaderos.
El mausoleo:
En septiembre de 1878 la comisión aprobó el proyecto enviado por el escultor francés Henri Dasson Carrier Belleuse y lo informó al Gobierno Nacional, el cual autorizó al ministro plenipotenciario en Francia, Mariano Balcarce, a representar a la Nación en lo referente a la contratación del artista con la condición de que el modelo fuera aprobado previamente por un jurado nombrado por el ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes de Francia.
Cumplido el trámite, se firmó el contrato el 31 de marzo de 1879 por la suma de 100.000 francos.
Los cajones con las piezas y planos del monumento llegaban por diferentes remesas al puerto de Buenos Aires, aunque con algunos inconvenientes debido al bloqueo que por el tema capital había surgido entre el gobierno de la Nación y la Provincia.
El sepulcro que contiene el ataúd presenta en su parte central la representación de la República Argentina y a ambos lados las de Chile y Perú, en cuyas bases se leen las inscripciones que se le atribuyen a Mitre. El conjunto lo cierra en la parte posterior un bajorrelieve de la batalla de Chacabuco realizado por Carrier Belleuse de acuerdo con un grabado de Géricault.
En la parte superior, un sarcófago esculpido en un bloque de hierro macizo remata con una tapa donde están simbolizados el sable corvo, el sombrero y el capote de campaña.
El monumento fue inaugurado el 27 de agosto de 1880.
La repatriación:
El Gobierno Nacional dispuso enviar un buque que se estaba terminando de construir en Inglaterra para conducir los restos y designar a Mariano Balcarce como representante oficial del gobierno argentino, a los efectos de ocuparse de los trámites y preparativos para la ceremonia de embarque del féretro, que se haría en el puerto de El Havre.
El 21 de abril de 1880 se realizó una ceremonia religiosa en la catedral de esa ciudad. Un batallón de infantería rindió honores militares cuando el ataúd, cubierto con las banderas de los países por cuya libertad había luchado, quedó depositado en la capilla ardiente preparada en la cubierta del aviso “Villarino” al mando del comandante Ceferino Ramírez.
Después de labrarse el acta de entrega del féretro, leyeron los discursos de despedida el ministro argentino en Francia don Mariano Balcarce, su par en Londres Dr. Manuel R. García y el Dr. Emilio de Alvear.
Al llegar el buque al puerto de Montevideo el 24 de mayo, se descendió el ataúd para ser llevado a la Iglesia Catedral donde recibió honras fúnebres en medio de una gran adhesión popular. Fue despedido por el ministro argentino en esa ciudad, Dr. Bernardo de Irigoyen.
Desde allí el “Villarino” fue escoltado por una división naval dispuesta por el gobierno nacional y amarró en la rada interior del puerto de Buenos Aires el sábado 28 de mayo.
A su paso la batería “Once de Septiembre” contestaba las descargas que de hora en hora hacían los otros buques de la escuadra nacional. Una falúa especialmente acondicionada tomó a su bordo el féretro y a remolque fue seguida por gran cantidad de pequeñas embarcaciones que enfilaron hasta el muelle de las Catalinas donde una compañía de cadetes y aspirantes del Colegio Militar y la Escuela Naval esperaban para efectuar el desembarco.
Fue recibido en tierra con los acordes del Himno Nacional. El sarcófago cuádruple, formado por dos cajas de plomo, una de pino y la superior de encina, fue cubierto con la bandera del Ejército de los Andes, coronas de palmas de Yapeyú y gajos del pino de San Lorenzo.
Una vez puesto sobre una parihuela, recibió el saludo del presidente de la República y autoridades civiles, militares, eclesiásticas, funcionarios del cuerpo diplomático y en forma apoteótica por el pueblo de Buenos Aires, siendo el gran ausente el gobernador de Buenos Aires, Dr. Carlos Tejedor.
Acto seguido don Domingo Faustino Sarmiento pronunció un discurso en nombre del Ejército que finalizó con una emotiva oración: “Vosotros y nosotros, pues, hacemos hoy un acto de reparación de aquellas pasadas injusticias devolviendo al general don José de San Martín el lugar prominente que le corresponde en nuestros monumentos conmemorativos. Podremos aspirar libremente, como quien se descarga de un gran peso, cuando hayamos depositado el sarcófago, que servirá de altar de la patria, los restos del Gran Capitán, a cuya gloria sólo faltaba esta rehabilitación de su propia patria y esta hospitalidad calurosa que recibe de sus compatriotas.”
Al finalizar, se inició la marcha hacia la estatua ecuestre del Libertador en la plaza del Retiro donde leyeron sus discursos el presidente de la Nación, Nicolás Avellaneda, el vicepresidente, Dr. Mariano Acosta, y el ministro plenipotenciario del Perú, Gómez Sánchez. A su término, el ataúd fue colocado en un carro construido por Carlos Sackman con trabajos de tapicería de Germán Schmeil. Las crónicas sólo tienen elogios hacia ese carro monumental; dicen que fue similar al que llevó los restos del duque de Wellington hasta las puertas de San Pablo en Londres.
La multitudinaria comitiva enfiló hacia la catedral donde esperaban el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Aneiros, y miembros del clero. El entonces teniente Pablo Ricchieri hizo una alocución en nombre de la oficialidad joven del ejército, de la Comisión de Repatriación y en representación del pueblo de San Lorenzo.
A continuación, el féretro fue colocado en la nave central, dando comienzo a la ceremonia religiosa y fueron posteriormente velados. Toda la noche permanecieron en la capilla ardiente el general Mitre y el poeta Carlos Guido Spano quienes, al despuntar el día, hicieron la venia ante los restos del Gran Capitán.
En horas de la mañana se celebró un solemne funeral y el ataúd fue trasladado a la cripta de los canónigos donde permaneció hasta que quedó terminado el mausoleo. Una vez ahí, fue ubicado en forma oblicua dentro del monumento, siendo la altura aproximada la vista del que de pie observa el conjunto. Fue habilitado al público el 1° de octubre de 1880.
De esta forma volvieron a la patria los restos del más respetado de sus hijos que, desairado en vida, era reivindicado en su muerte.
Las Heras, el reposo del guerrero:
Conocía muy bien San Martín el coraje de Las Heras y sus tropas. La “Columna Auxiliar” había salido victoriosa en los combates de Cucha Cucha y Membrillar, además de apoyar el retiro de la fuerza militar chilena derrotada en Rancagua. Por eso propuso al Director Supremo Posadas que, con base a esa fuerza, se creara el Batallón de Infantería de Línea N° 11 y el ascenso de su jefe al grado de teniente coronel.
Tiempo después fue elevado a regimiento con dos batallones, uno de los cuales, el “N°1 de Cazadores”, abrió la campaña del Ejército de los Andes por el Paso de Uspallata al mando del ascendido coronel Las Heras, y triunfó en Potrerillos, Guardia Vieja, Chacabuco, Curapaligüe y Gavilán, además de batirse con honor en el frustrado asalto de Talcahuano el 6 de diciembre de 1817.
Pero el heroísmo de Las Heras y la prueba de la disciplina e instrucción de su gente, fue la sorpresa de Cancha Rayada, al poder salvar entera su división y cubrirla de gloria un mes más tarde en los Campos de Maipo el 5 de abril de 1818, sellando para siempre la Independencia de Chile.
Como jefe del Estado Mayor General condujo las tropas de avanzada en territorio peruano. De regreso en Buenos Aires Las Heras fue nombrado gobernador de la provincia (1824) y encargado del Poder Ejecutivo Nacional (1825). Renunció al asumir la presidencia Rivadavia y plantearse el problema de capitalización. Retornó a Chile donde fue reincorporado en el ejército y del que se retiró un año antes de su fallecimiento el 6 de febrero de 1866.
El gobierno de Chile lo honró decretando exequias nacionales y la gente de Santiago asistió a sus funerales. Meses después se le celebraron honras fúnebres en la catedral de Buenos Aires. Por orden del gobierno nacional retornaron sus restos a la Capital a bordo del crucero “25 de Mayo” dentro de una urna costeada por el pueblo chileno.
Fue recibido en la dársena norte el 20 de octubre de 1906, escoltado por el aviso “Resguardo” y vaporcitos de la empresa naviera Mihanovich, por el presidente de la República, José Figueroa Alcorta, el intendente Alberto Casares, junto con autoridades, funcionarios, clero, fuerzas de mar y tierra y en forma masiva por los ciudadanos de la capital.
La casa Lepage realizó vistas cinematográficas de la procesión hasta la llegada al templete en la Plaza de Mayo donde fueron velados y en la que sólo se leía la sencilla inscripción “Las Heras” en sus cuatros frentes.
Al finalizar fueron conducidos a la Catedral donde reposan desde entonces. Dio todo por la Patria y nada le pidió.
El soldado desconocido:
Por decreto N° 14932/45 se dispuso la repatriación de los restos de los soldados que habían combatido en la Gesta de la Independencia y al 17 de agosto como día “para rememorar el recuerdo del Gral. San Martín y la del Soldado Desconocido de la Independencia”.
Pero la tarea no era sencilla, aparte de la escasa documentación y los estragos del tiempo, los campos de batalla estaban localizados en diferentes países y dispersos en algunas provincias.
Si bien se hicieron tareas de investigación, fue gracias a un familiar que brindó los originales del trabajo inédito “Fundación del Pueblo de las Piedras” (1889) del ya en ese entonces extinto investigador don José María Antúnez de Olivera, como pudo ser localizado el hospital de sangre que funcionó en la casa de la hermana política de Artigas. Esto permitió hallar las partidas de defunción en la iglesia cercana y localizar huesos humanos junto a una lanza en el “Paso del Ombú”. Después de ser colocados en una urna de mármol con la inscripción “El Uruguay al héroe anónimo argentino, que luchó en las campañas Libertadoras” y recibir el homenaje del pueblo uruguayo en la plaza Independencia, fue enviada a Buenos Aires.
Al no poder hallarse restos en el sitio donde tuvo lugar la batalla de Río Bamba se colocó simbólicamente tierra del lugar dentro de una urna, que después de recibir los honores de las autoridades y pueblo de Quito, fue enviada a la estación aérea de “El Palomar”.
Lo mismo sucedió en el lugar en que desembarcó el Ejército de los Andes en la Bahía de Paracas y se libró el combate de Nazca. Pero gracias a los testimonios orales de los pobladores de Junín y Ayacucho se localizaron algunas piezas óseas, las que después de ser colocadas en una urna y recibir una misa de campaña en el Campo de Marte de Lima, fueron enviadas a Chile.
Allí recibieron el homenaje de las autoridades y pueblo chileno, junto con los restos descubiertos en los campos de Batalla de Chacabuco y Maipo contenidos en una urna con la inscripción “Aquí reposa un soldado argentino. Campaña 1817-1818. Independencia de Chile”. Ambas urnas fueron entregadas a las autoridades argentinas para ser enviadas a Mendoza.
Mientras, en la República de Bolivia, fueron exhumados los restos de los soldados caídos en Florida, Sipe-Sipe, Huaqui y Suipacha, localizados en los Departamentos de Santa Cruz, Cochabamba y Potosí, los que fueron incinerados en el local del Arsenal Central del Ejército y recibieron honras fúnebres en la catedral de La Paz.
Desde esa ciudad fueron enviados por tren y escoltados por una delegación hasta La Quiaca, donde recibieron el primer homenaje en suelo argentino. Después enviados a Salta para recibir honores por parte de las autoridades y pueblo salteño en el Panteón de las Glorias del Norte junto con los restos encontrados en el sitio donde tuvo lugar la batalla homónima, que previamente fueron incinerados en el establecimiento Industrial “Capobianco” y colocados en un cofre donado por esa firma. Ambas urnas recibieron solemnes funerales en la Catedral Basílica.
No se hallaron restos en el “Campo de las Carreras” lugar de la Batalla de Tucumán. En forma simbólica se guardó tierra del lugar en un cofre, que después de las honras de rigor, fue enviado a Mendoza en el tren que venía desde Salta.
Las urnas procedentes de Bolivia, Chile, Perú, Salta y Tucumán se colocaron en una cureña y fueron escoltadas por una sección de Granaderos a Caballo hasta el campo El Plumerillo donde se procedió a colocar las cenizas en una única urna que fue trasladada a la ciudad de Mendoza en una parihuela especial. Después de una misa en la basílica de San Francisco y de recibir honores en la plaza San Martín, fue enviada por ferrocarril hacia Santa Fe.
Autoridades y pueblo en general tributaron honores al paso del tren hasta su llegada a Rosario, donde una sección del regimiento de Granaderos a Caballo escoltaba la urna de bronce donada por la Municipalidad de esa ciudad con la leyenda “Restos del soldado desconocido. Granaderos del Combate de San Lorenzo, 3 de febrero de 1813, Rosario, 24 de agosto de 1945”, que habían recibido solemne homenaje en el lugar de su bautismo de fuego.
Días antes el rastreador “Drumond” extrajo arena del lugar donde fondearon los muertos de la escuadra nacional que libró el combate de Martín García y varó la fragata “Hércules”, la que fue colocada dentro de una urna provista por el Taller de Marina de Dársena Norte.
El 25 de agosto de 1945 arribó a Retiro el tren oficial que condujo la urna cubierta con las banderas del Ejército de los Andes y del Ejército del Norte. Más tarde llegaron las urnas provenientes de El Palomar, Uruguay y Martín García.
El contenido de todas fue después reunido en una sola urna, la cual fue recibida por el Intendente Municipal, César Caccia, y bendecida por el arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado, Dr. Santiago Luis Copello, en la Plaza San Martín.
El mal tiempo obligó a depositar la urna en el atrio del Círculo Militar, lugar en el que el Vicepresidente de la Nación y Ministro de Guerra, coronel Juan Perón, pronunció un discurso al término del cual los restos fueron velados hasta las 21.30 hs en que se realizó un funeral cívico.
Al día siguiente se realizó una misa de campaña y, después de una alocución del entonces presidente de la Nación, general Edelmiro J. Farell, la cureña fue conducida a la catedral. Su arribo fue acompañado por un toque de silencio. Después doblaron las campanas de todos los templos como había dispuesto el arzobispo de Buenos Aires y con una salva de 21 cañonazos se dio por terminado el acto.
El 29 de agosto de 1945 a las 15.30 hs se soldó y cerró herméticamente la urna en la Iglesia Catedral labrándose el Acta correspondiente.
Guido, el colaborador y amigo:
Con anuencia de los descendientes fueron trasladadas las cenizas del general Tomás Guido desde su tumba en la Recoleta hasta el mausoleo del general San Martín en la Catedral en 1966. La medida oficial destacaba: “…que la amistad que unió a los dos próceres, tanto en la paz como en la guerra, debe ser ejemplo permanente de los principios de lealtad y comprensión que caracterizaron la trayectoria de aquellos hombres superiores […] la presencia de los restos del Gral. Guido en el mausoleo del Libertador simbolizará el acercamiento espiritual que en la vida identificó a los ilustres patricios.”
Una amistad que comenzó cuando San Martín puso al tanto de los planes de emancipación a Guido que se encontraba en una misión junto al Ejército del Norte. Lo que dio origen a la célebre “Memoria”, que gracias a los oficios de los Directores Balcarce y Pueyrredón, permitió llevar a cabo la Campaña Libertadora.
Fue el más leal y activo colaborador de San Martín durante la organización del Ejército de los Andes. Llegó a ser su Edecán, Consejero de Estado y ministro de Guerra durante la campaña en el Perú. Continúo bajo las órdenes de Bolívar, después de la Entrevista de Guayaquil, y llegó al grado de general de brigada de los Ejércitos del Perú.
Al retornar a Buenos Aires hizo una brillante carrera pública, siendo nombrado ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, representante de la Argentina ante Brasil y senador por San Juan ante el Congreso Nacional.
Falleció el 14 de septiembre de 1866 y fue enterrado en el cementerio del Norte.
Estaba casado con María del Pilar Spano, y fue padre del célebre poeta Carlos Guido Spano. Quedó como testimonio de la gran amistad que los unía, la carta que le escribió el 21 de septiembre de 1822: “Mi amigo: Ud. me acompañó de Buenos Aires uniendo su fortuna a la mía: hemos trabajado en este largo período en beneficio del país lo que se ha podido: me separo de Ud., pero con agradecimiento, no sólo a la ayuda que me ha dado, en las difíciles comisiones que le he confiado, sino que su amistad y cariño personal ha suavizado mis amarguras, y me ha hecho más llevadera mi vida pública. Gracias y gracias -y mi reconocimiento […] Adiós. Su San Martín”
El 14 de septiembre de 1966 cadetes del Colegio Militar retiraron la urna del cementerio de la Recoleta y, después de los honores protocolares, fue trasladada al peristilo y ubicada en la cureña con la que se fue llevada hasta la Catedral, siendo recibida por el general Juan Carlos Onganía, autoridades y numeroso público mientras se ejecutaba un toque de clarín y se disparaban 19 salvas de una pieza de artillería.
Después del discurso del presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano y del primer magistrado, el Arzobispo de Buenos Aires Antonio Caggiano ofició un responso, terminado el cual se dio por finalizada la ceremonia.
Por siempre:
Al cumplirse el 97° Aniversario de la muerte del Libertador, se llevó a cabo una serie de actos cuyo punto más destacado tuvo lugar en la colmada Plaza de Mayo, cuando tres trompas del regimiento de Granaderos dieron el toque de silencio y el entonces Presidente, general Juan D. Perón, dijo: “Invito al Pueblo de la República a guardar un minuto de silencio en homenaje al Gran Capitán”; a las 15 hs doblaron las campanas del Cabildo.
Al finalizar los discursos, las autoridades se dirigieron a la Catedral donde se descubrió en el frontispicio la leyenda: “Aquí descansan los restos del Gran Capitán General don José de San Martín y del Soldado Desconocido de la Independencia. Salúdalos”.
Después de darse lectura a la Orden General suscripta por el primer magistrado en su carácter de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, en la cual se ordenaba, a partir de ese instante, saludar frente a la Inscripción, fue él mismo el primero en cumplir con esta orden, al finalizar la ceremonia, como así también lo hicieron las tropas que desfilaron después de haber rendido honores durante el acto.
A continuación encendió una tea con el fuego que había sido conducido por medio de hachones por las siete rutas del país y con la que hizo arder la llama votiva que desde entonces arde en el frontispicio de la catedral.
Al finalizar pronunció una alocución en la que señaló: “Los pueblos de vida auténtica y definida son aquellos que con plena conciencia de su historia y de su linaje conceden primacía a su futuro, y lo van creando día a día, en la conciencia de los hombres, con el imperativo de un quehacer nacional ineludible, en el cual se funden los ideales y sueños”. Texto de Stella Maris de Lellis.
Texto 2:
Los restos del general José de San Martín descansan, desde 1880, en la Capilla Nuestra Señora de la Paz, ubicada en la Catedral Metropolitana, custodiado permanentemente por dos granaderos. Sin embargo, su emplazamiento en ese lugar no fue tarea fácil.
El Libertador murió de una gastralgia el 17 de agosto de 1850, en Boulogne Sur Mer, Francia, país al que había llegado luego de un exilio voluntario comenzado en 1824. En ese momento final, estuvo acompañado por su hija Mercedes y su yerno, Mariano Balcarce, quien fue portador de su deseo póstumo: que sus restos descansaran en su Patria.
En 1877, el por entonces presidente Nicolás Avellaneda creó la "Comisión Central de Repatriación de los Restos del general San Martín". El cuerpo recién llegó a la Argentina el 28 de mayo de 1880. Y allí comenzó la odisea: ¿dónde colocarlos? Según Ricardo Brizuela, la idea primordial fue depositar los restos en la Catedral porteña. Sin embargo, la Iglesia se opuso, avalada en los cánones apostólicos romanos: San Martín era masón, y como tal no podía ser alojado en un lugar consagrado.
Esta discusión venía de larga data, ya que surge con los primitivos enfrentamientos entre la masonería y los católicos, cuyo principal hito fue la expulsión de los jesuitas del Río de la Plata. No obstante, llegaron a un acuerdo, y el mausoleo se construyó al lado de la Catedral, en un terreno que, antiguamente, emplazaba el cementerio que cada templo contenía. Los rumores afirman que este cambio de opinión eclesiástico tuvo que ver con una serie de créditos que llegaron a sus manos, con la excusa de las refacciones y reparaciones que serían necesarias para alojar los restos del héroe.
El féretro fue construido por el escultor francés Carrier Belleuse, siguiendo la influencia romántica, neoclásica, de estilo francés. Este artista también había construido la figura del General Belgrano que estaba ubicada en la Plaza de Mayo, y su proyecto fue el ganador entre los seis que se presentaron.
La Capilla Nuestra Señora de la Paz, donde se encuentra el cuerpo, está ubicada en la nave derecha del templo, y posee un piso de mosaicos con pequeñísimas estelas que dibujan espinas, clavos y otros motivos de la Pasión, y que se extienden por toda la Catedral. En tanto, el monumento que contiene al Libertador está hecho, casi en su totalidad, en mármol rosado, mientras que la base es de mármol rojo de Francia y la lápida de mármol rojo imperial. El sarcófago es de color negro belga.
Los restos de San Martín se encuentran rodeados de tres esculturas femeninas, que representan a cada uno de los países que éste liberó: Argentina, Chile y Perú. Junto a él se hallan las urnas con los restos de los generales Juan Gregorio Las Heras y Tomás Guido y los del Soldado Desconocido de la Independencia.
En la fachada de la Catedral metropolitana figura la siguiente frase: "Aquí descansan los restos del Capitán General D. José de San Martín y del Soldado Desconocido de la Independencia. Salúdalos!". La manera perfecta de recordar a todos los que lucharon por la Libertad. Texto do Infobae.
Texto 3:
José Francisco de San Martín, el padre de la Patria, murió el 17 de agosto de 1850 en Boulogne-sur-Mer, Francia. Debieron pasar 30 años para que sus restos descansen en Argentina en una gestión iniciada por el entonces presidente, Nicolás Avellaneda.
El 11 de abril de 1877 se firmó el decreto para la creación de una Comisión encargada de la repatriación de los restos, la misma estuvo a cargo de Mariano Acosta quien era vicepresidente de la Nación. Pero la polémica no tardó en aparecer ya que el clero se opuso en un primer momento a que el mausoleo sea construido en una iglesia debido a que San Martín, siendo masón, "no podía ser alojado en un lugar consagrado".
La explicación oficial de la disputa entre masones con los católicos surge con la expulsión de los jesuitas del Río de la Plata, en 1767, pero a pesar de las diferencias lograron llegar a un acuerdo. La versión más fuerte es que la comisión ofreció sumar un presupuesto extra para realizar trabajos de restauración en el templo, algo que los miembros eclesiásticos aceptaron encantados y finalmente el mausoleo se construyó al lado de la Catedral, en un terreno que emplazaba el cementerio que cada iglesia de este tipo contenía.
Los restos del general llegaron el 28 de mayo de 1880 a bordo del Transporte ARA Villarino. A su arribo una carroza tirada por seis percherones negros llevó el ataúd cubierto por la bandera del Ejército de los Andes, dos coronas con palmas de Yapeyú -lugar de su nacimiento- y otra con gajos de pino de San Lorenzo. La carroza recorrió desde Retiro hasta la Catedral.
La Capilla Nuestra Señora de la Paz, donde actualmente descansan sus restos, está ubicada en la nave derecha del templo y posee un piso de mosaicos con pequeñas estelas que dibujan espinas, clavos y otros motivos de la Pasión que se extienden por toda la Catedral. El monumento que contiene al Libertador está hecho en mármol rosado y la base compuesta del mismo material color rojo francia. Por su parte la lápida, también de mármol, es de rojo imperial y el sarcófago negro belga.
Uno de los mitos más comentados al respecto del mausoleo es la ubicación del cajón, se dice que la cabeza del mismo se colocó inclinada como símbolo de la predestinación al infierno con la que cargan aquellos de condición masón.
Lo cierto es que sí está colocado inclinado pero debido a que San Martín fue colocado en un triple féretro: uno de plomo, otro de roble y el otro de abeto y como consecuencia hizo que el sarcófago donde fue puesto quedara chico.
Son incontables las historias que han surgido en torno a San Martín, algunas con un tono fantasioso, lo cierto es que a más de 120 años de su muerte aún siguen vigente las distintas versiones sobre cómo se gestó la llegada de sus restos y la trabajosa negociación para que finalmente lograra su eterno descanso en el lugar que mejor simbolizara el agradecimiento del pueblo a su héroe. Trecho de texto de Yasmin Ali / Canal 26.
Texto 4:
Como se sabe, el general José de San Martín, pasó los últimos veinte años de su vida en Francia, en el exilio, “voluntario”, según los que lo obligaron a exiliarse. Una vez en la capital francesa alquiló un departamento en la Rue de Provence, cerca de la Ópera de París. Allí, gracias a su hermano, Justo Rufino de San Martín, inició una estrecha amistad con el banquero y mecenas español Alejandro Aguado.
Entre las figuras que gozaron de su mecenazgo y frecuentaban sus casas se encontraban Víctor Hugo, Lamartine, Delacroix, Balzac y el célebre músico italiano Gioacchino Rossini, compositor de El barbero de Sevilla, Otelo y Guillermo Tell, entre otras célebres óperas. La afición de Aguado por la ópera lo llevó a convertirse también en un importante empresario del rubro. El general pasaba apuros económicos y tuvo que tomar con él un préstamo, mediante una letra de cambio por 3.000 pesos, pagaderos en Buenos Aires sobre las rentas de sus propiedades. En los meses siguientes, y gracias a las gestiones de sus amigos en Lima, San Martín comenzó a recibir nuevamente su pensión peruana, con lo que pudo devolver el préstamo a Aguado. San Martín le estuvo siempre agradecido por la generosidad demostrada en ese momento difícil y entre ambos se estableció una gran confianza, al punto de que el banquero lo nombró su albacea testamentario.
En su regreso a Europa, tras la luna de miel, Remedios y su marido Mariano Balcarce llevaron de regreso a París, junto a una hermosa nietecita llamada María Mercedes Balcarce y el histórico sable corvo que San Martín había pedido especialmente que recuperaran, las sumas que hacía años el gobierno le adeudaba al Libertador y que su apoderado y cuñado Manuel Escalada venía reclamando desde 1822 pero el expediente, según le dijeron, se había “extraviado”.
Con esos fondos y probablemente con la ayuda adicional de Aguado, en abril de 1834 el Libertador compró su casa más famosa, en la comuna de Évry, población que entonces se dividía en dos sectores: Petit Bourg, donde se encontraba la mansión de Aguado, y Grand Bourg, donde estaba la vivienda de San Martín. La casa era un edificio de tres plantas (la superior en buhardilla) y sótano, con sala, comedor, ocho dormitorios y otros tres para el personal doméstico. Estaba en un predio de una manzana, con un jardín donde el general practicaba su afición por la floricultura y horticultura, además de otras dependencias, entre ellas, una caballeriza. Tuve la suerte de visitarla en febrero pasado, en ocasión de los festejos por un nuevo aniversario del nacimiento del Libertador. Hoy es el convento de “La Solitude”. No está abierto al público y está habitado por las amables hermanas de la orden de Sion que nos esperaron a la embajadora argentina, María del Carmen Squeff, a la querida amiga y agregada cultural Susana Rinaldi y a mí, con chocolate y bizcochos.
Escucharon con mucha atención la charla que les brindé e hicieron interesantes preguntas sobre el ilustre habitante de la casa que se conserva muy bien con algunos cambios y adaptaciones.
El extenso jardín permanece como en la época en que lo habitó el Libertador y el frente, ubicado en la actual Rue de San Martín, está pleno de placas de los gobiernos e instituciones de Argentina, Chile y el Perú, que recuerdan el paso por allí de Don José.
En Grand Bourg, la familia –a la que el 14 de julio de 1836, día del aniversario de la Revolución Francesa, se sumó otra nieta del general, Josefa Dominga Balcarce– vivía entre cinco y seis meses al año, los de primavera y verano. El resto del año lo hacía en una casa en París, en las calle Saint-Georges 35 en su cruce con Saint-Lazare, en lo que hoy es el noveno distrito (arrondisement) parisino y entonces era una zona en crecimiento urbano al pie de la colina de Montmartre. A unas cinco cuadras, en 1837, se construyó la primera estación ferroviaria de Saint-Lazare, que sería inmortalizada años más tarde en uno de los cuadros más célebres de la escuela impresionista, por Claude Monet. San Martín, que alquilaba esa vivienda desde 1833, pudo comprarla dos años después, a un precio considerablemente mayor que lo que le había costado su residencia en las afueras. Tomo un café en Le bon marché con Rubén Alterio, sobrino de nuestro gran actor Héctor. Me cuenta que a comienzos de los años 80, buscando un atelier se contactó a través de un aviso con la Sociedad de Paracaidistas que tenían en alquiler uno. Le contaron como curiosidad que en ese mismo edificio había tenido su atelier el célebre artista Renoir. El francés le cuenta que tiene amigos franceses en Pigüe y se despide diciéndole que en el mismo departamento que le estaba vendiendo vivió el general San Martín. Me cuenta Rubén: “Cuando me mudé al departamento del primer piso de la rue Saint Georges a través de sus grandes ventanas que daban a la calle me era muy fácil ver y a veces escuchar a los pasantes que se detenían para observar las placas fijadas en pared de la casa en homenaje al General. Algunas veces, según mi inspiración, cuando escuchaba comentarios en nuestra lengua, abría la ventana y sorprendía a nuestros compatriotas con un saludo cordial, como para darles a entender que la casa los comprendía”, claro, nada asombroso, pensaba yo, siendo la casa donde había vivido el Libertador!” Cuando Rubén tuvo que vender el departamento, allá por los 90, no logró que el gobierno argentino de entonces la comprara y la transformara en monumento histórico. Hoy lo habita una simpática señora francesa que nos recibe en la entrada de la casa, se muestra orgullosa, nos cuenta que por allí pasó Alfonsín, pero no nos deja subir a conocer el lugar.
La próxima parada es Boulogne Sur Mer, la hermosa ciudad de la costa Normanda que el general escogiera para pasar sus últimos años tras su decisión de abandonar Paris, conmocionada por los hechos de la comuna de 1848.
Nos recibe el alcalde, Fréderic Cuvillier, un apasionado sanmartiniano que ha embanderado con las enseñas de Francia y Argentina el imponente monumento al Libertador emplazado en la costanera. Tras colocar sendas ofrendas florales, nos dirigimos a la que fuera la última vivienda de San Martín, en el 113 de la Grand Rue. Se trata de una casa de cuatro pisos en la que su propietario, el abogado Alfred Gerard, había instalado una biblioteca pública en la planta baja y le ofreció a nuestro notable exiliado el departamento del segundo piso. Hoy todo el edificio es la “Casa San Martín”, un museo que se constituye en el paso obligado de todos los argentinos que andan por la zona. El edificio fue comprado en 1926 por el Estado argentino. Dos años más tarde fue convertido en museo bajo el nombre Casa San Martín y sede del consulado argentino. Desde 1966 funciona solo como museo. En julio de 2010 la Justicia francesa dejó firme el fallo que prohibía el remate de la casa por tratarse de un monumento histórico. El embargo había sido pedido por la empresa estadounidense Sempra Energy, accionista de las distribuidoras gasíferas Camuzzi Gas Pampeana y Gas del Sur, para resarcirse de una deuda que tenía con ella el Estado argentino tras la devaluación de 2001.
Luego nos dirigimos a la sede del gobierno municipal, donde di una charla para los habitantes de la ciudad. La calidad de las preguntas me dejó en claro que la mayoría de los más de doscientos asistentes conocían perfectamente quién era aquel ilustre habitante de la ciudad.
En su testamento había prohibido que se le hiciera tipo alguno de funeral u homenaje, aunque sí pedía que su corazón descansara en Buenos Aires.
Concluidas las tareas de embalsamamiento, el cuerpo fue colocado en un sarcófago cuádruple compuesto por dos cajas de plomo, una de madera de pino y otra de encina. Sobre la tapa su familia hizo colocar una chapa con la siguiente inscripción: “José de San Martín, guerrero de la Independencia argentina; Libertador de Chile y del Perú. Nació el 25 de febrero de 1778 en Yapeyú, provincia de Corrientes, de la República Argentina; falleció el 17 de agosto de 1850, en Boulogne Sur Mer, Pas de Calais, Francia”.
El sarcófago fue colocado en la carroza fúnebre y conducido el día 20 de agosto a la iglesia de San Nicolás, de Boulogne, donde rezaron algunos sacerdotes las oraciones por el alma del difunto. De allí fue trasladado hasta la catedral de Notre-Dame de Boulogne y en una de las bóvedas de la capilla fue depositado el féretro, donde debía permanecer hasta que fuese conducido a Buenos Aires.
Sin embargo, los restos de San Martín permanecerían en Francia. El 21 de noviembre de 1861, con la presencia de los representantes de Argentina, Chile, Perú y otros Estados americanos, los restos del Libertador fueron llevados a la bóveda de la familia Balcarce-San Martín en Brunoy, localidad cercana a Évry ubicada a unos 35 kilómetros de París, donde hacía un año la familia había depositado con inmenso dolor los restos de María Mercedes Balcarce, una de las queridas nietas del general, a la que llamaba amorosamente “la viejita”, que murió por mala praxis médica a los 27 años sin dejar descendencia. Poco después, Mariano Balcarce entregó al representante del Perú el estandarte de Pizarro cumpliendo con el testamento de su suegro.
El 18 de julio de 1864, el diputado nacional por Buenos Aires, Adolfo Alsina, y el representante de Entre Ríos, Martín Ruiz Moreno, presentaron un proyecto al Congreso Nacional solicitando al Poder Ejecutivo, ejercido en ese momento por el general Mitre, que cumpliera la última voluntad de San Martín de descansar en Buenos Aires. El Parlamento se tomó su tiempo y el Senado un mes después convirtió el proyecto en ley, pero el Poder Ejecutivo pareció no darse por enterado.
Fue entonces que ante la injustificada demora, Manuel Guerrico, a nombre de la familia, pidió a la Municipalidad de Buenos Aires una parcela en la Recoleta para depositar los restos del general cerca de Remedios.
La burocracia local nombró una comisión que se tomó su tiempo y dictaminó, a los seis años, que el gobierno nacional tenía prioridad para decidir el destino final de los restos del Libertador. Entonces el Poder Ejecutivo, ejercido en ese entonces por Nicolás Avellaneda, dispuso la creación de otra comisión, esta vez nacional, para poner en marcha el operativo que permitiera el retorno de los restos de San Martín. Los miembros de la comisión decidieron que, como ocurría con los héroes nacionales de muchos países, el Libertador debía descansar en la Catedral Metropolitana. En esos países en los que se pensaba, los héroes nacionales o personajes notables están depositados en las naves centrales, pero en nuestro caso y a favor de nuestra inveterada originalidad, nunca exenta de sospecha y en este caso abonada por la condición de masón del héroe en cuestión, el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Federico Aneiros, propuso levantar el mausoleo al héroe nacional en una capilla dedicada a Nuestra Señora de la Paz que debería construirse en uno de los laterales de la Catedral. Así se hizo y el 25 de febrero de 1878, el día en que se cumplía el centenario del nacimiento de San Martín, se ponía la piedra fundamental del monumento funerario.
El 16 de septiembre de 1878 la Comisión Central de Homenaje al general San Martín aprobó la maqueta y el presupuesto de 100.000 francos, unos 10.000 pesos de entonces, presentados por el artista francés Carrier Belleuse para la construcción del mausoleo que debía erigirse en la Capilla de la Catedral en honor a San Martín. Se le puso como plazo máximo de entrega el 10 de marzo de 1880.
Finalmente y tras treinta años de espera, el 21 de abril de 1880, desde el puerto de El Havre, partían a bordo de la nave de la Armada Argentina Villarino los restos del Libertador. Habían sido exhumados del cementerio de Brunoy unos días antes y trasladados en un tren especialmente acondicionado por el gobierno francés, que dispuso además que una comitiva de autoridades civiles y militares y el regimiento número 119 de infantería tributara los honores correspondientes a un jefe de Estado.
Los restos llegaron a Buenos Aires el 28 de mayo de ese año. El gobierno decretó feriado nacional y organizó unas imponentes exequias públicas comandadas por el presidente Nicolás Avellaneda y el ex presidente Sarmiento. Fueron depositados en el Mausoleo de la entrada de la Catedral de Buenos Aires, inclinados y de pie, porque se había calculado mal el tamaño del féretro.
Los unitarios y sus herederos en la historiografía y la política argentinas nunca le perdonaron que hubiese defendido los intereses nacionales por sobre las banderías, que hubiese rechazado combatir contra los federales y que, “para colmo”, le hubiera legado su sable a Rosas.
Aquel “mejor no hablar de ciertas cosas” que proponía Valentín Alsina, se convertiría en la actitud por mucho tiempo con relación a José de San Martín. Se trató de convertirlo en una estatua de bronce, con un papel central en el “panteón de próceres” de la nacionalidad en formación. Ya en 1858, Bartolomé Mitre inició la construcción de la figura mítica, con la inclusión de una reseña biográfica en su Galería de celebridades argentinas. Al año siguiente, la Municipalidad de Buenos Aires aprobó su monumento, erigido en 1862 y que fue la primera estatua ecuestre en un paseo porteño. Luego vendría el Bosquejo biográfico del General San Martín, de Juan María Gutiérrez, en 1868, y finalmente la obra clásica del propio Mitre, que tras una primera versión como folletín del diario La Nación en 1875, se convertiría, corregida y ampliada, en la Historia de San Martín y la emancipación sudamericana, a partir de 1887.
En esa construcción de una “figura señera” se buscó quitar todo lo que tuviera de polémico o de “incorrecto” para los detentadores del poder. Así, se lo proclamó el “Gran Capitán de los Andes”, como el hábil estratega que sin dudas era, pero se citaron mucho menos sus frases contundentes sobre el papel que los militares debían cumplir en la sociedad, y al servicio de qué fines. Se lo tituló “Padre de la Patria” –una expresión que no le hubiera gustado, teniendo en cuenta que era como se hacían llamar los más despóticos emperadores romanos–, sin indicar que en defensa de esa Patria siempre estaba dispuesto a denunciar a quienes la traicionaban. En definitiva, se buscó negar lo que San Martín había sido en vida: un político decidido por una causa, que le hacía decir frases como esta: “En el último rincón de la tierra en que me halle estaré pronto a luchar por la libertad”. Trecho de texto de Felipe Pigna.
Nota do blog: Imagens de 2024 / Crédito para Jaf.