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quarta-feira, 25 de dezembro de 2024

Bandeira do Exército dos Andes / Bandera del Ejército de los Andes, Mausoléu do General José de San Martín / Mausoleo del General José de San Martín, Catedral Metropolitana de Buenos Aires / Catedral Primada de Buenos Aires, Argentina


 

Bandeira do Exército dos Andes / Bandera del Ejército de los Andes, Mausoléu do General José de San Martín / Mausoleo del General José de San Martín, Catedral Metropolitana de Buenos Aires / Catedral Primada de Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires - Argentina
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Texto 1:
Recordamos aquel 1° agosto de 1816 cuando Juan Martín de Pueyrredón, primer director Supremo, decretó que el cuerpo militar de las Provincias Unidas del Río de la Plata y tropas chilenas exiliadas en Mendoza, portara el nombre de Ejército de los Andes y designó a José de San Martín como su General. Así nacía una fuerza militar de relevancia mundial y libertadora de gran parte de América del Sur.
El hecho más memorable del Ejército de los Andes corresponde al histórico Cruce de los Andes iniciado el 6 de enero de 1817 desde Mendoza.
“El Plan continental de Independencia que habitaba en la mente del futuro libertador exigía preparar un ejército pequeño, pero bien disciplinado en suelo mendocino, sorprender al enemigo cruzando la cordillera de Los Andes y una vez liberado Chile, reforzar las tropas con la incorporación de las del país trasandino. Desde el nuevo territorio libre, la estrategia se proponía avanzar por el Pacífico y atacar al Perú desde el mar, mientras un ejército de observadores en el camino del Alto Perú debería empujar a los realistas hacia Lima y luego de la ocupación de este bastión colonial, continuar la marcha libertadora hacia el norte.
Esta verdadera labor de ingeniería estratégica, llevó a San Martín a elegir seis grandes rutas, desde el norte argentino, en la Provincia de La Rioja, hasta nuestro sur mendocino, en el actual departamento de Malargüe. Nacen así los caminos que pasarían a la historia como las «rutas sanmartinianas» y de las cuales Uspallata, del Portillo y Planchón, recorren nuestro territorio provincial, mientras que el paso que recibió el grueso de las cansadas huellas de la tropa, el de Los Patos, se comparte en su recorrido con la provincia de San Juan.
San Martín y sus hombres cruzaron la cordillera de Los Andes y derrotaron a los españoles en la batalla de Maipú. La primera parte del plan continental estaba superada.
El próximo paso suponía dirigirse hacia el Alto Perú para combatir con el bastión más grande de los realistas en América.”
Fueron grandes e indiscutidos aquellos héroes de la Patria quienes formaron parte de la Gesta Libertadora. Con orgullo desde nuestra provincia se reunió a más de 5.000 hombres para devolver la libertad a los pueblos latinoamericanos. A todos ellos: ¡Honor y Gloria! Texto da Universidade de Mendoza.
Texto 2:
El cruce de la Cordillera de los Andes se inició en enero de 1817 y fue la mayor operación político-militar efectuada en el marco del proceso revolucionario y las guerras por la Independencia americana en el siglo XIX.
Implicó la planificación y puesta en marcha de un conjunto de maniobras de inteligencia y militares realizadas por el Ejército de los Andes, milicia formada por el general San Martín desde Cuyo con capital del Estado Mayor en el campamento del Plumerillo, cerca de la ciudad de Mendoza.
San Martín había comprendido la imposibilidad de derrotar a las tropas realistas en la zona del Alto Perú luego de reiterados fracasos del Ejército del Norte. La fuerza regular leal a la Corona de España que tenía su principal enclave en Perú, decidió como estrategia más efectiva cruzar la cordillera con la ayuda de los patriotas chilenos, liberar Chile y desde allí marchar por mar hacia Lima. Y en combinación con Simón Bolívar, terminar con la base del poder español en América. Este fue el plan continental de San Martín en acuerdo con otros generales americanos, con los cuales desarrolla la Expedición Libertadora de Argentina, Chile y el Perú.
Para 1815 la Corona de España había triunfado en su ofensiva para recuperar las colonias americanas. La última Junta de Gobierno revolucionaria en pie estaba en Buenos Aires, por ello se decide con urgencia la convocatoria a un Congreso. Tras la declaración de la Independencia en Tucumán el 9 de julio de 1816, como Gobernador de Cuyo y con apoyo del gobierno central, San Martín puede llevar adelante su plan.
El nuevo Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredón, se reunió con San Martín en Córdoba en julio de 1816, nombrándolo General en Jefe del Ejército, que recibió el nombre de Ejército de los Andes. San Martín necesitaba un importante apoyo económico para la campaña de los Andes y luego del acuerdo político recibió el respaldo del Director Supremo de las Provincias Unidas. Así lo expresa Pueyrredón en respuesta a sus pedidos en su carta de noviembre de 1816: "Van los 200 sables de repuesto que me pidió. Van las 200 tiendas de campaña, y no hay más. Va el mundo, va el demonio, va la carne. Y yo no sé cómo me irá con las trampas en que quedo para pagarlo todo, a bien que, en quebranto me voy yo también para que usted me dé algo del charqui que le mando, y ¡carajo! No me vuelva usted a pedir más, si no quiere recibir la noticia de que he amanecido ahorcado en un tirante de la Fortaleza".
El paso de los Andes, representa un paisaje montañoso de la Cordillera de los Andes. En primer plano se destaca el Gral. San Martín en su caballo tordillo de perfil izquierdo, acompañado de su estado mayor. Contempla el desfile del Ejército Libertador, por entre las fragosidades de la montaña. En el fondo se ven unas cumbres nevadas. En el ángulo inferior izquierdo va firmado: "Augusto Ballerini 1890".
La preparación de las tropas demandó tiempo y esfuerzo. Se formó con los restos del Ejército del Norte y del Litoral y con la incorporación de civiles. Además se realizan levas de “vagos”, voluntarios, gauchos y esclavos libertos, que en los cuarteles del Campo de Plumerillo, recibieron adiestramiento militar. Allí se realizaron simulacros, prácticas de tiro, ejercicios de artillería, etc. También se crearon fábricas de armas de fuego, municiones, cañones y uniformes, y se expropiaron estancias, ganado, animales de carga, caballos y víveres para aprovisionar a la expedición.
La fuerza contaba con 4.000 soldados de combate, y unos 1.400 hombres destinados a otras tareas, como transporte, abastecimiento y sanidad. Para transportar el material bélico se incluyeron 10.000 mulas de silla y carga, y 1.600 caballos para peleas en el llano; 600 reses en pie para ser faenadas en el camino. Entre el armamento llevaban 900 mil tiros de fusil y carabina, 2000 balas de cañón a bala, 2000 de metralla y 600 granadas. Además de todos los aprovisionamientos para la campaña.
El 5 de enero de 1817, se eligió como Patrona del Ejército a la Virgen del Carmen. En la misma ceremonia, se presentó la Bandera del Ejército de los Andes con una franja azul y otra blanca, que había sido bordada por las damas mendocinas entre septiembre y diciembre del año anterior. En el centro, se destacaba el escudo usado en la Asamblea del año XIII. Y en la actualidad es la bandera de la provincia de Mendoza.
El 9 de enero comienza el avance del ejército, entre el 12 y el 19 inician el cruce las distintas divisiones, hasta el 8 de febrero de 1817. El cruce de los Andes se realizó movilizando seis columnas simultáneas sobre un frente extendido de más de 2000 kilómetros, a una altura promedio de 3000 metros, a través de seis diferentes pasos. Dos columnas principales cruzaron por el paso de Los Patos, al mando de Soler, O'Higgins y San Martín, y por el de Uspallata, al mando del general Las Heras. Las otras cuatro columnas menores salieron primero y avanzaron por pasos al sur y al norte, con el objetivo de confundir y distraer al enemigo para enmascarar el movimiento principal. El Ejército atravesó la cordillera para reunirse entre el 9 y 10 de febrero en Curimón, valle del Aconcagua y armar la ofensiva para tomar la ciudad de Santiago. La sincronización del plan fue perfecta. La marcha de las columnas se dio en distintas fechas, y todas convergieron en el objetivo de acuerdo a lo planificado.
El cruce de la Cordillera de los Andes es considerado uno de los grandes hechos históricos de la historia Americana, y una de las mayores hazañas militares de la historia mundial. Esta campaña militar aseguró la Independencia de vastos territorios y puso fin del poder colonial de España sobre América del Sur. Texto do Museo Histórico Nacional de Buenos Aires.
Texto 3:
Después de la derrota de Rancagua y la reconquista de Santiago por las fuerzas españolas, los patriotas se refugiaron en Mendoza y colaboraron con la preparación de un ejército capaz de lograr la independencia de Chile. Allí los esperó el general José de San Martín, quien concibió y organizó el Ejército Libertador de Los Andes, para afianzar la independencia de Argentina a través de la emancipación de Chile y Perú. Así desde fines de 1815 la ciudad de Mendoza se transformó en un gran cuartel militar. San Martín, desde su cargo de intendente de Cuyo, trabajó sin descanso en el aprovisionamiento del ejército. Para la preparación del equipaje de guerra se crearon varias industrias y departamentos. Por todas partes había un movimiento continuo de arrieros, carros, soldados y el ruido permanente de los yunques para forjar el armamento y de las explosiones de los ensayos militares.
El ejército de Los Andes estuvo compuesto por más de 5.000 personas entre fuerzas militares y auxiliares, comandadas por 14 jefes y 195 oficiales. Las fuerzas militares sumaron 4.000 hombres de los cuales aproximadamente 3.000 fueron infantes que estuvieron divididos en 4 batallones.
San Martín y sus colaboradores, entre ellos Bernardo O'Higgins, planificaron una acabada estrategia para el cruce de Los Andes. Seis columnas cruzaron sincronizadamente la cordillera entre Copiapó y Talca: con el grueso del ejército dividido en dos columnas que avanzaron hacia Santiago por el centro, dos por el flanco norte y las otras dos por el flanco sur. Las dos columnas del norte debían ocupar las ciudades de La Serena y Copiapó, neutralizando el desplazamiento de las fuerzas realistas hacia Santiago. Las columnas del sur debían hacer creer que eran la columna principal para distraer y dividir las fuerzas realistas. Con este mismo objetivo San Martín incentivó la guerrilla, que fue encabezada por Manuel Rodríguez.
Con el ingreso de las dos columnas principales por el centro, la victoria de Chacabuco y la ocupación de Santiago por el Ejército Libertador de Los Andes, las tropas realistas se replegaron hacia Concepción. Meses más tarde recibieron refuerzos por mar enviados por el virrey del Perú e iniciaron la reconquista avanzando hacia Santiago. Sin embargo, el 5 de abril de 1818, el ejército realista fue definitivamente derrotado por el Ejército Libertador de Los Andes en la batalla de Maipú.
Dos años después el gobierno de O'Higgins junto a José de San Martín organizaron la Escuadra Libertadora, que zarpó hacia el Perú desde Valparaíso con bandera chilena. Estuvo integrada aproximadamente por 4.000 soldados chilenos y 600 argentinos que pronto ocuparon Lima y Callao e iniciaron con ello la liberación del Perú. Texto da Biblioteca Nacional de Chile.
Nota do blog: Imagem de 2024 / Crédito para Jaf.

terça-feira, 24 de dezembro de 2024

Detalhes do Mausoléu do General José de San Martín / Mausoleo del General José de San Martín, Catedral Metropolitana de Buenos Aires / Catedral Primada de Buenos Aires, Argentina





















Detalhes do Mausoléu do General José de San Martín / Mausoleo del General José de San Martín, Catedral Metropolitana de Buenos Aires / Catedral Primada de Buenos Aires, Argentina
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En sep­tiem­bre de 1878 la co­mi­sión apro­bó el pro­yec­to en­via­do por el es­cul­tor fran­cés Hen­ri Das­son Ca­rrier Be­lleu­se y lo in­for­mó al Go­bier­no Na­cio­nal, el cual au­to­ri­zó al mi­nis­tro ple­ni­po­ten­cia­rio en Fran­cia, Ma­ria­no Bal­car­ce, a re­pre­sen­tar a la Na­ción en lo re­fe­ren­te a la con­tra­ta­ción del ar­tis­ta con la con­di­ción de que el mo­de­lo fue­ra apro­ba­do pre­via­men­te por un ju­ra­do nom­bra­do por el mi­nis­te­rio de Ins­truc­ción Pú­bli­ca y Be­llas Ar­tes de Fran­cia.
Cum­pli­do el trá­mi­te, se fir­mó el con­tra­to el 31 de mar­zo de 1879 por la su­ma de 100.000 francos.
Los ca­jo­nes con las pie­zas y pla­nos del mo­nu­men­to lle­ga­ban por di­fe­ren­tes re­me­sas al puer­to de Bue­nos Ai­res, aun­que con al­gu­nos in­con­ve­nien­tes de­bi­do al blo­queo que por el te­ma ca­pi­tal ha­bía sur­gi­do en­tre el go­bier­no de la Na­ción y la Pro­vin­cia.
El se­pul­cro que con­tie­ne el ataúd pre­sen­ta en su par­te cen­tral la re­pre­sen­ta­ción de la Re­pú­bli­ca Ar­gen­ti­na y a am­bos la­dos las de Chi­le y Pe­rú, en cu­yas ba­ses se leen las ins­crip­cio­nes que se le atri­bu­yen a Mi­tre. El con­jun­to lo cie­rra en la par­te pos­te­rior un ba­jo­rre­lie­ve de la ba­ta­lla de Cha­ca­bu­co rea­li­za­do por Ca­rrier Be­lleu­se de acuer­do con un gra­ba­do de Gé­ri­cault.
En la par­te su­pe­rior, un sar­có­fa­go es­cul­pi­do en un blo­que de hie­rro ma­ci­zo re­ma­ta con una ta­pa don­de es­tán sim­bo­li­za­dos el sa­ble cor­vo, el som­bre­ro y el ca­po­te de cam­pa­ña.
El mo­nu­men­to fue inau­gu­ra­do el 27 de agos­to de 1880. Trecho de texto de Stella Maris de Lellis.
Nota do blog: Imagens de 2024 / Crédito para Jaf.


 

Restos Mortais do Soldado Desconhecido da Independência, Mausoléu do General José de San Martín / Mausoleo del General José de San Martín, Catedral Metropolitana de Buenos Aires / Catedral Primada de Buenos Aires, Argentina









Restos Mortais do Soldado Desconhecido da Independência, Mausoléu do General José de San Martín / Mausoleo del General José de San Martín, Catedral Metropolitana de Buenos Aires / Catedral Primada de Buenos Aires, Argentina
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El 17 de agosto recordamos el paso a la inmortalidad de nuestro "Padre de la Patria" (José de San Martín), pero también recordamos el día del Soldado Desconocido de la Independencia. 
Los soldados que quedaron anónimos después de su muerte en los combates de la Independencia recibieron su homenaje a través del decreto N° 14932/45 que dispuso la repatriación de sus restos y al 17 de agosto como día “para rememorar el recuerdo del general San Martín y del Soldado Desconocido de la Independencia”.
En el mes de agosto de 1945 fueron exhumados en los campos de batalla de San Lorenzo, Tucumán y Salta, Chile, Ecuador, Perú y Bolivia, restos de soldados que formaron en las filas de los ejércitos que lucharon por la independencia sudamericana al mando de los generales Belgrano y San Martín, respectivamente, así como en el Uruguay, río de la Plata y mares del Sud, y trasladados a Buenos Aires el día 25, después de recibir el más sentido homenaje de los argentinos patriotas y agradecidos, y también de los buenos extranjeros, reconocidos a nuestra hospitalidad y a nuestro pan.
En la estación Retiro de los FF. CC. del E., fueron reunidos en una gran urna funeraria los restos, cenizas y arenas del mar, (en los lugares donde fueron librados combates navales, se realizaron ceremonias especiales y se recogieron arenas del fondo del río o mar, en acto simbólico de recoger los restos de los bravos marinos que murieron en ellos con la ilusión del abordaje, o durante el mismo) venían en distintas pequeñas urnas desde los distintos campos de batalla, donde fueron exhumados.
Esa gran urna fué conducida a la Catedral de Buenos Aires, y está depositada junto al Gran Capitán, hasta tanto sea erigido el monumento que la Nación debe a los que no figuran con sus nombres en la historia patria, aunque le dieron todo sin pedirle nada. Texto de Bartolome Descalzo.
Nota do blog: Imagens de 2024 / Crédito para Jaf.

Restos Mortais do General Las Heras, Mausoléu do General José de San Martín / Mausoleo del General José de San Martín, Catedral Metropolitana de Buenos Aires / Catedral Primada de Buenos Aires, Argentina




 

Restos Mortais do General Las Heras, Mausoléu do General José de San Martín / Mausoleo del General José de San Martín, Catedral Metropolitana de Buenos Aires / Catedral Primada de Buenos Aires, Argentina
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Co­no­cía muy bien San Mar­tín el co­ra­je de Las He­ras y sus tro­pas. La “Co­lum­na Au­xi­liar” ha­bía sa­li­do vic­to­rio­sa en los com­ba­tes de Cu­cha Cu­cha y Mem­bri­llar, ade­más de apo­yar el re­ti­ro de la fuer­za mi­li­tar chi­le­na de­rro­ta­da en Ran­ca­gua. Por eso pro­pu­so al Di­rec­tor Su­pre­mo Po­sa­das que, con ba­se a esa fuer­za, se crea­ra el Ba­ta­llón de In­fan­te­ría de Lí­nea N° 11 y el as­cen­so de su je­fe al gra­do de te­nien­te co­ro­nel.
Tiem­po des­pués fue ele­va­do a re­gi­mien­to con dos ba­ta­llo­nes, uno de los cua­les, el “N°1 de Ca­za­do­res”, abrió la cam­pa­ña del Ejér­ci­to de los An­des por el Pa­so de Us­pa­lla­ta al man­do del as­cen­di­do co­ro­nel Las He­ras, y triun­fó en Po­tre­ri­llos, Guar­dia Vie­ja, Cha­ca­bu­co, Cu­ra­pa­li­güe y Ga­vi­lán, ade­más de ba­tir­se con ho­nor en el frus­tra­do asal­to de Tal­ca­hua­no el 6 de di­ciem­bre de 1817.
Pe­ro el he­roís­mo de Las Heras y la prue­ba de la dis­ci­pli­na e ins­truc­ción de su gen­te, fue la sor­pre­sa de Can­cha Ra­ya­da, al po­der sal­var en­te­ra su di­vi­sión y cu­brir­la de glo­ria un mes más tar­de en los Cam­pos de Mai­po el 5 de abril de 1818, se­llan­do pa­ra siem­pre la In­de­pen­den­cia de Chi­le.
Co­mo je­fe del Es­ta­do Ma­yor Ge­ne­ral con­du­jo las tro­pas de avan­za­da en te­rri­to­rio pe­rua­no. De re­gre­so en Bue­nos Ai­res Las Heras fue nom­bra­do go­ber­na­dor de la pro­vin­cia (1824) y en­car­ga­do del Po­der Eje­cu­ti­vo Na­cio­nal (1825). Re­nun­ció al asu­mir la pre­si­den­cia Ri­va­da­via y plan­tear­se el pro­ble­ma de ca­pi­ta­li­za­ción. Re­tor­nó a Chi­le don­de fue rein­cor­po­ra­do en el ejér­ci­to y del que se re­ti­ró un año an­tes de su fa­lle­ci­mien­to el 6 de fe­bre­ro de 1866.
El go­bier­no de Chi­le lo hon­ró de­cre­tan­do exe­quias na­cio­na­les y la gen­te de San­tia­go asis­tió a sus fu­ne­ra­les. Me­ses des­pués se le ce­le­bra­ron hon­ras fú­ne­bres en la ca­te­dral de Bue­nos Ai­res. Por or­den del go­bier­no na­cio­nal re­tor­naron sus res­tos a la Ca­pi­tal a bor­do del cru­ce­ro “25 de Ma­yo” den­tro de una ur­na cos­tea­da por el pue­blo chi­le­no.
Fue re­ci­bi­do en la dár­se­na nor­te el 20 de oc­tu­bre de 1906, es­col­ta­do por el avi­so “Res­guar­do” y va­por­ci­tos de la em­pre­sa na­vie­ra Mi­ha­no­vich, por el pre­si­den­te de la Re­pú­bli­ca, Jo­sé Fi­gue­roa Al­cor­ta, el in­ten­den­te Al­ber­to Ca­sa­res, jun­to con au­to­ri­da­des, fun­cio­na­rios, cle­ro, fuer­zas de mar y tie­rra y en for­ma ma­si­va por los ciu­da­da­nos de la ca­pi­tal.
La ca­sa Le­pa­ge realizó vis­tas ci­ne­ma­to­grá­fi­cas de la pro­ce­sión has­ta la lle­ga­da al tem­ple­te en la Pla­za de Ma­yo don­de fue­ron ve­la­dos y en la que só­lo se leía la sen­ci­lla ins­crip­ción “Las He­ras” en sus cua­tros fren­tes.
Al fi­na­li­zar fue­ron con­du­ci­dos a la Ca­te­dral don­de re­po­san des­de en­ton­ces. Dio to­do por la Pa­tria y na­da le pi­dió. Trecho de texto de Stella Maris de Lellis.
Nota do blog: Imagens de 2024 / Crédito para Jaf.

Restos Mortais do General Tomás Guido, Mausoléu do General José de San Martín / Mausoleo del General José de San Martín, Catedral Metropolitana de Buenos Aires / Catedral Primada de Buenos Aires, Argentina




 



Restos Mortais do General Tomás Guido, Mausoléu do General José de San Martín / Mausoleo del General José de San Martín, Catedral Metropolitana de Buenos Aires / Catedral Primada de Buenos Aires, Argentina
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Con anuen­cia de los des­cen­dien­tes fue­ron tras­la­da­das las ce­ni­zas del general To­más Gui­do des­de su tum­ba en la Re­co­le­ta has­ta el mau­so­leo del general San Mar­tín en la Ca­te­dral en 1966. La me­di­da ofi­cial des­ta­ca­ba: “…que la amis­tad que unió a los dos pró­ce­res, tan­to en la paz co­mo en la gue­rra, de­be ser ejem­plo per­ma­nen­te de los prin­ci­pios de leal­tad y com­pren­sión que ca­rac­te­ri­za­ron la tra­yec­to­ria de aque­llos hom­bres su­pe­rio­res […] la pre­sen­cia de los res­tos del Gral. Gui­do en el mau­so­leo del Li­ber­ta­dor sim­bo­li­za­rá el acer­ca­mien­to es­pi­ri­tual que en la vi­da iden­ti­fi­có a los ilus­tres pa­tri­cios.”
Una amis­tad que co­men­zó cuan­do San Mar­tín puso al tan­to de los pla­nes de eman­ci­pa­ción a Gui­do que se en­con­tra­ba en una mi­sión jun­to al Ejér­ci­to del Nor­te. Lo que dio ori­gen a la cé­le­bre “Me­mo­ria”, que gra­cias a los ofi­cios de los Di­rec­to­res Bal­car­ce y Puey­rre­dón, permitió lle­var a ca­bo la Cam­pa­ña Li­ber­ta­do­ra.
Fue el más leal y ac­ti­vo co­la­bo­ra­dor de San Mar­tín du­ran­te la or­ga­ni­za­ción del Ejér­ci­to de los An­des. Lle­gó a ser su Ede­cán, Con­se­je­ro de Es­ta­do y mi­nis­tro de Gue­rra du­ran­te la cam­pa­ña en el Pe­rú. Con­ti­núo ba­jo las ór­de­nes de Bo­lí­var, des­pués de la En­tre­vis­ta de Gua­ya­quil, y lle­gó al gra­do de ge­ne­ral de bri­ga­da de los Ejér­ci­tos del Pe­rú.
Al re­tor­nar a Bue­nos Ai­res hi­zo una bri­llan­te ca­rre­ra pú­bli­ca, sien­do nom­bra­do mi­nis­tro de Go­bier­no y Re­la­cio­nes Ex­te­rio­res, re­pre­sen­tan­te de la Ar­gen­ti­na an­te Bra­sil y se­na­dor por San Juan an­te el Con­gre­so Na­cio­nal.
Fa­lle­ció el 14 de sep­tiem­bre de 1866 y fue en­te­rra­do en el ce­men­te­rio del Nor­te.
Es­ta­ba ca­sa­do con Ma­ría del Pi­lar Spa­no, y fue pa­dre del cé­le­bre poe­ta Car­los Gui­do Spa­no. Que­dó co­mo tes­ti­mo­nio de la gran amis­tad que los unía, la car­ta que le es­cri­bió el 21 de sep­tiem­bre de 1822: “Mi ami­go: Ud. me acom­pa­ñó de Bue­nos Ai­res unien­do su for­tu­na a la mía: he­mos tra­ba­ja­do en es­te lar­go pe­río­do en be­ne­fi­cio del país lo que se ha po­di­do: me se­pa­ro de Ud., pe­ro con agra­de­ci­mien­to, no só­lo a la ayu­da que me ha da­do, en las di­fí­ci­les co­mi­sio­nes que le he con­fia­do, si­no que su amis­tad y ca­ri­ño per­so­nal ha sua­vi­za­do mis amar­gu­ras, y me ha he­cho más lle­va­de­ra mi vi­da pú­bli­ca. Gra­cias y gra­cias -y mi re­co­no­ci­mien­to […] Adiós. Su San Mar­tín”
El 14 de sep­tiem­bre de 1966 ca­de­tes del Co­le­gio Mi­li­tar re­ti­ra­ron la ur­na del ce­men­te­rio de la Re­co­le­ta y, des­pués de los ho­no­res pro­to­co­la­res, fue tras­la­da­da al pe­ris­ti­lo y ubi­ca­da en la cu­re­ña con la que se fue lle­va­da has­ta la Ca­te­dral, sien­do re­ci­bi­da por el general Juan Car­los On­ga­nía, au­to­ri­da­des y nu­me­ro­so pú­bli­co mien­tras se eje­cu­ta­ba un to­que de cla­rín y se disparaban 19 sal­vas de una pie­za de ar­ti­lle­ría.
Des­pués del dis­cur­so del pre­si­den­te del Ins­ti­tu­to Na­cio­nal San­mar­ti­nia­no y del pri­mer ma­gis­tra­do, el Ar­zo­bis­po de Bue­nos Ai­res An­to­nio Cag­gia­no ofi­ció un res­pon­so, ter­mi­na­do el cual se dio por fi­na­li­za­da la ce­re­mo­nia. Trecho de texto de Stella Maris de Lellis.
Nota do blog: Imagens de 2024 / Crédito para Jaf.

A Estranha Posição dos Restos Mortais do General José de San Martín, Mausoléu do General José de San Martín / Mausoleo del General José de San Martín, Catedral Metropolitana de Buenos Aires / Catedral Primada de Buenos Aires, Argentina - Artigo




 



A Estranha Posição dos Restos Mortais do General José de San Martín, Mausoléu do General José de San Martín / Mausoleo del General José de San Martín, Catedral Metropolitana de Buenos Aires / Catedral Primada de Buenos Aires, Argentina - Artigo



Desde su muerte, en agosto de 1850, y durante once años, el cuerpo embalsamado de José de San Martín descansó en una de las capillas de Notre-Dame de Boulogne. En 1861, cuando los Balcarce San Martín se mudaron a Brunoy, en las afueras de París, la hija del prócer resolvió llevar con ellos el féretro de su padre para que fuera ubicado en la bóveda de la familia. Y comenzó a plantearse el tema del traslado de los restos a la Argentina, cumpliendo con la voluntad póstuma del militar, ya que en su testamento había expresado: “Desearía que mi corazón fuese depositado en el de Buenos Aires”.
El 25 de febrero de 1878, centenario del nacimiento del prócer, se realizó un tedeum en la Catedral porteña que concluyó con la colocación de la piedra fundamental del mausoleo donde descansarían los restos, encargado al escultor francés Auguste Carrier Belleuse. Avellaneda, Mitre, Quintana y el obispo Aneiros, entre otros, participaron del acto simbólico colocando mezcla en la obra con una cuchara de plata.
El 21 de abril de 1880, el ataúd fue transportado de Brunoy a París (35 kilómetros), donde se lo cargó en un tren especial rumbo al puerto de El Havre. Una vez en la ciudad portuaria, lo depositaron en forma transitoria en la Catedral, antes de embarcarlo en el Villarino, un buque de guerra que había sido encargado a un astillero británico.
El Villarino soltó amarras el 22 de abril y arribó a Montevideo el 20 de mayo. Fue recibido con una salva de 21 cañonazos. Una carroza tirada por seis caballos llevó el féretro a la Catedral, cubierto por las banderas de Uruguay, Chile, Perú y la Argentina. Cuando partió por la tarde, la banda militar uruguaya ejecutó el Himno Nacional Argentino, mientras que desde el Villarino, los músicos argentinos interpretaron la canción patria de Uruguay.
Durante una semana, el buque se mantuvo en la costa de Catalinas (en esa época, la playa llegaba hasta lo que es hoy la plaza Fuera Aérea, vecina de la estación Retiro), escoltado por decenas de buques de la Armada. El 28 de mayo tuvo lugar la ceremonia principal. Los integrantes de la Comisión de Repatriación colocaron la bandera del Ejército de los Andes sobre el ataúd, más dos coronas: una con palmas de Yapeyú (ciudad natal del prócer) y otra con gajos de pino de San Lorenzo (bautismo de fuego de los Granaderos a Caballo). El cajón, depositado en un bote fúnebre, fue desembarcado en las costas de Retiro. La bienvenida estuvo a cargo del ex presidente Sarmiento.
Cargado de flores que le lanzaban, el féretro fue escoltado hasta el monumento del Libertador, en Plaza San Martín. Luego de un emocionante discurso del presidente Avellaneda, el cajón fue colocado en una carroza fúnebre (réplica de la que transportó el cuerpo de Wellington a la Catedral de Londres en 1852). El cortejo marchó por la calle Florida hasta la Plaza de Mayo y el ataúd fue depositado en la nave central de la Catedral Metropolitana.
El pueblo le rindió tributo durante veinticuatro horas. Al día siguiente, a las dos de la tarde, se lo ubicó en el mausoleo. Suele decirse que los restos de San Martín yacen en el exterior del perímetro de la Catedral, en una capilla construida afuera de la nave central, porque era masón; dando a entender que la Iglesia no aceptaba que descansara bajo su custodia. Raro comentario, si se tiene en cuenta que los despojos del Libertador estuvieron en Notre-Dame de Boulogne, la iglesia parroquial de Brunoy y las catedrales de El Havre, Montevideo y Buenos Aires. Sí, en cambio, resulta curioso la forma en que ha quedado dispuesto el ataúd.
El tamaño del cajón era grande para el espacio asignado en el mausoleo. Por ese motivo, el féretro que contiene el cuerpo embalsamado del prócer, y que hoy reclaman las ciudades de Yapeyú y Mendoza, fue colocado en forma inclinada, de la manera que la vemos en la ilustración que fue publicada por el Instituto Nacional Sanmartiniano en 1947. Así se mantiene desde el 29 de mayo de 1880. Texto de Daniel Balmaceda / La Nación.
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Mausoléu do General José de San Martín / Mausoleo del General José de San Martín, Catedral Metropolitana de Buenos Aires / Catedral Primada de Buenos Aires, Argentina











































Mausoléu do General José de San Martín / Mausoleo del General José de San Martín, Catedral Metropolitana de Buenos Aires / Catedral Primada de Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires - Argentina
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Texto 1:
En me­dio de las lu­chas en­tre el go­bier­no de la pro­vin­cia de Bue­nos Ai­res y la Na­ción por la Ca­pi­tal de la Re­pú­bli­ca, fue­ron re­pa­tria­dos los res­tos del Li­ber­ta­dor, te­nien­do co­mo mar­co un im­po­nen­te es­pec­tá­cu­lo cí­vi­co. En un am­bien­te de res­pe­tuo­so si­len­cio que só­lo quie­bra el mur­mu­llo de los tu­ris­tas y el pa­so mar­cial de los Gra­na­de­ros en los cam­bios de guar­dia, re­po­san tam­bién allí los restos de Las Heras, Guido y del soldado desconocido de la Independencia.
La fra­se:
Aun­que había sido en el año 1864 cuan­do el con­gre­so apro­bó la Ley de tras­la­ción de los res­tos, pa­só más de una dé­ca­da pa­ra que se cum­plie­ra. Fue re­cién el 5 de abril de 1877, ani­ver­sa­rio de la Ba­ta­lla de Mai­pú, cuan­do el pre­si­den­te de la Na­ción, Ni­co­lás Ave­lla­ne­da, in­vi­tó a la po­bla­ción pa­ra que, por sus­crip­ción pú­bli­ca, se re­pa­tria­ran los res­tos del Ge­ne­ral San Mar­tín, le­gan­do pa­ra nues­tra his­to­ria la má­xi­ma: “Los pue­blos que ol­vi­dan sus tra­di­cio­nes pier­den la con­cien­cia de sus des­ti­nos, y los que se apo­yan so­bre sus tum­bas glo­rio­sas, son los que me­jor pre­pa­ran el por­ve­nir”.
Des­de la Bi­blio­te­ca del an­ti­guo Con­gre­so Na­cio­nal los in­te­gran­tes de la Co­mi­sión Cen­tral de Re­pa­tria­ción de los Res­tos del Ge­ne­ral Jo­sé de San Mar­tín1, des­ple­ga­ron una abru­ma­do­ra ta­rea: re­cep­ción del di­ne­ro, ubi­ca­ción del se­pul­cro, con­cur­so pa­ra la elec­ción del mau­so­leo, trá­mi­tes pa­ra la re­pa­tria­ción y or­ga­ni­za­ción de la re­cep­ción de los res­tos.
Con los apor­tes del pro­pio Ave­lla­ne­da, Ro­ca, Mi­tre, Mon­tes de Oca, Luis Ma­ría Cam­pos y el Ejér­ci­to, el co­mo­do­ro Py de par­te de la Ca­ño­ne­ra Pa­ra­ná, Emi­lio Ci­vit jun­to al per­so­nal de Adua­nas y Ren­tas, el in­ge­nie­ro Gui­ller­mo Whi­te y el de­par­ta­men­to de In­ge­nie­ros Ci­vi­les y em­plea­dos del Fe­rro­ca­rril An­di­no, Ber­nar­do de Iri­go­yen y el per­so­nal del Fe­rro­ca­rril Pri­mer En­tre­rria­no, la Di­rec­ción Ge­ne­ral de Co­rreos y Te­lé­gra­fos y Se­na­do Na­cio­nal, jun­to con las co­lec­tas rea­li­za­das en las pro­vin­cias, es­cue­las de to­do el país, re­si­den­tes ar­gen­ti­nos en el ex­tran­je­ro y re­cau­da­cio­nes de fun­cio­nes a be­ne­fi­cio, ade­más del apor­te del Go­bier­no Na­cio­nal y del Ban­co de la Pro­vin­cia de Bue­nos Ai­res, die­ron co­mo to­tal un mi­llón tres­cien­tos no­ven­ta y nue­ve mil qui­nien­tos se­sen­ta y cin­co pe­sos con vein­ti­cua­tro cen­ta­vos.
La Ca­pi­lla:
En sep­tiem­bre de 1878 la Co­mi­sión so­li­ci­tó a la mu­ni­ci­pa­li­dad a car­go de Jo­sé de Gue­rri­co, el lla­ma­do a con­cur­so de ar­qui­tec­tos a efec­tos de eri­gir la ca­pi­lla que ha­bría de con­te­ner el mo­nu­men­to con­me­mo­ra­ti­vo del Gral. San Mar­tín que ya se ha­bía apro­ba­do.
El pro­yec­to de­bía res­pe­tar el es­ti­lo y es­pa­cio ce­di­do en la ca­te­dral y las me­di­das que ten­dría el mau­so­leo. Al no ser cum­pli­do este requisito por nin­gu­no de los pro­yec­tos pre­sen­ta­dos, se de­cla­ró de­sier­to el con­cur­so.
Pa­ra no di­la­tar los tiem­pos, el mi­nis­tro del In­te­rior, Sa­tur­ni­no M. Las­piur, or­de­nó al in­ge­nie­ro Gui­ller­mo Whi­te, a car­go del de­par­ta­men­to de In­ge­nie­ros Ci­vi­les de la Na­ción, que rea­li­zara los es­tu­dios ne­ce­sa­rios pa­ra le­van­tar la ca­pi­lla. Este res­pon­dió en­vian­do los pla­nos, pre­su­pues­to y des­crip­ción del pro­yec­to di­se­ña­do por el ar­qui­tec­to En­ri­que Aberg, quien, una vez apro­ba­do por el Con­se­jo de Obras Pú­bli­cas, pa­só a ha­cer­se car­go de la obra.
La plan­ta de la ca­pi­lla de Nues­tra Se­ño­ra de la Paz ce­di­da por el Ca­bil­do Ecle­siás­ti­co, pa­só a te­ner for­ma oc­to­go­nal con ar­cos y pe­chi­nas de es­tu­co, co­ro­na­da con una bó­ve­da con ca­se­to­nes y ro­se­tas cu­bier­tos de gra­fi­to, pur­pu­ri­na y do­ra­do. To­do el con­jun­to es­ta­ba ilu­mi­na­do con luz ce­ni­tal.
El 7 de oc­tu­bre de 1880 Whi­te in­for­mó que se habían con­clui­do las obras y en­vió la cuen­ta de los gas­tos pen­dien­tes. En ene­ro del año si­guien­te An­to­nio del Vi­so res­pon­dió que el mi­nis­te­rio de Ha­cien­da po­nía a dis­po­si­ción la su­ma so­li­ci­ta­da, aun­que re­cién en sep­tiem­bre de 1881, por de­cre­to, se re­sol­vió en­tre­gar el di­ne­ro pa­ra can­ce­lar to­do lo adeu­da­do.
En 1909 se rea­li­za­ron al­gu­nas obras a car­go de la Ar­chi­co­fra­día del San­tí­si­mo Sa­cra­men­to, en­tre las que se en­con­tra­ban el fri­so en re­lie­ve y oro de un me­tro de an­cho en­tre las pa­re­des y la bó­ve­da, la co­lo­ca­ción de cua­tro can­de­la­bros de bron­ce, un pla­fón de cris­tal y bron­ce de 1,15 m de diá­me­tro con trein­ta y dos lám­pa­ras fi­gu­ran­do el sol y la puer­ta de hie­rro y bron­ce que cie­rra la ca­pi­lla.
En 1921 se agre­gó una pla­ca ba­jo el tes­te­ro, obra del es­cul­tor pe­rua­no L. Acur­to, acu­ña­da por la Es­cue­la de Ar­tes y Ofi­cios de Li­ma y do­na­da por el go­bier­no del Pe­rú.
So­bre la mis­ma pa­red, y cer­ca de la ur­na que con­tie­ne los res­tos del sol­da­do des­co­no­ci­do, se co­lo­có en 1962 otra pla­ca al cum­plir­se el 150° Ani­ver­sa­rio de la crea­ción del Re­gi­mien­to de Gra­na­de­ros.
El mau­so­leo:
En sep­tiem­bre de 1878 la co­mi­sión apro­bó el pro­yec­to en­via­do por el es­cul­tor fran­cés Hen­ri Das­son Ca­rrier Be­lleu­se y lo in­for­mó al Go­bier­no Na­cio­nal, el cual au­to­ri­zó al mi­nis­tro ple­ni­po­ten­cia­rio en Fran­cia, Ma­ria­no Bal­car­ce, a re­pre­sen­tar a la Na­ción en lo re­fe­ren­te a la con­tra­ta­ción del ar­tis­ta con la con­di­ción de que el mo­de­lo fue­ra apro­ba­do pre­via­men­te por un ju­ra­do nom­bra­do por el mi­nis­te­rio de Ins­truc­ción Pú­bli­ca y Be­llas Ar­tes de Fran­cia.
Cum­pli­do el trá­mi­te, se fir­mó el con­tra­to el 31 de mar­zo de 1879 por la su­ma de 100.000 francos.
Los ca­jo­nes con las pie­zas y pla­nos del mo­nu­men­to lle­ga­ban por di­fe­ren­tes re­me­sas al puer­to de Bue­nos Ai­res, aun­que con al­gu­nos in­con­ve­nien­tes de­bi­do al blo­queo que por el te­ma ca­pi­tal ha­bía sur­gi­do en­tre el go­bier­no de la Na­ción y la Pro­vin­cia.
El se­pul­cro que con­tie­ne el ataúd pre­sen­ta en su par­te cen­tral la re­pre­sen­ta­ción de la Re­pú­bli­ca Ar­gen­ti­na y a am­bos la­dos las de Chi­le y Pe­rú, en cu­yas ba­ses se leen las ins­crip­cio­nes que se le atri­bu­yen a Mi­tre. El con­jun­to lo cie­rra en la par­te pos­te­rior un ba­jo­rre­lie­ve de la ba­ta­lla de Cha­ca­bu­co rea­li­za­do por Ca­rrier Be­lleu­se de acuer­do con un gra­ba­do de Gé­ri­cault.
En la par­te su­pe­rior, un sar­có­fa­go es­cul­pi­do en un blo­que de hie­rro ma­ci­zo re­ma­ta con una ta­pa don­de es­tán sim­bo­li­za­dos el sa­ble cor­vo, el som­bre­ro y el ca­po­te de cam­pa­ña.
El mo­nu­men­to fue inau­gu­ra­do el 27 de agos­to de 1880.
La re­pa­tria­ción:
El Go­bier­no Na­cio­nal dis­pu­so en­viar un bu­que que se es­ta­ba terminando de construir en In­gla­te­rra pa­ra con­du­cir los res­tos y de­sig­nar a Ma­ria­no Bal­car­ce co­mo re­pre­sen­tan­te ofi­cial del go­bier­no ar­gen­ti­no, a los efec­tos de ocu­par­se de los trá­mi­tes y pre­pa­ra­ti­vos pa­ra la ce­re­mo­nia de em­bar­que del fé­re­tro, que se ha­ría en el puer­to de El Hav­re.
El 21 de abril de 1880 se rea­li­zó una ce­re­mo­nia re­li­gio­sa en la ca­te­dral de esa ciu­dad. Un ba­ta­llón de in­fan­te­ría rin­dió ho­no­res mi­li­ta­res cuan­do el ataúd, cu­bier­to con las ban­de­ras de los paí­ses por cu­ya li­ber­tad ha­bía lu­cha­do, que­dó de­po­si­ta­do en la ca­pi­lla ar­dien­te pre­pa­ra­da en la cu­bier­ta del avi­so “Vi­lla­ri­no” al man­do del comandante Ce­fe­ri­no Ra­mí­rez.
Des­pués de la­brar­se el ac­ta de en­tre­ga del fé­re­tro, le­ye­ron los dis­cur­sos de des­pe­di­da el mi­nis­tro ar­gen­ti­no en Fran­cia don Ma­ria­no Bal­car­ce, su par en Lon­dres Dr. Ma­nuel R. Gar­cía y el Dr. Emi­lio de Al­vear.
Al lle­gar el buque al puer­to de Mon­te­vi­deo el 24 de ma­yo, se des­cen­dió el ataúd pa­ra ser lle­va­do a la Igle­sia Ca­te­dral don­de re­ci­bió hon­ras fú­ne­bres en me­dio de una gran ad­he­sión po­pu­lar. Fue des­pe­di­do por el mi­nis­tro ar­gen­ti­no en esa ciu­dad, Dr. Ber­nar­do de Iri­go­yen.
Des­de allí el “Vi­lla­ri­no” fue es­col­ta­do por una di­vi­sión na­val dis­pues­ta por el go­bier­no na­cio­nal y ama­rró en la ra­da in­te­rior del puer­to de Bue­nos Ai­res el sá­ba­do 28 de ma­yo.
A su pa­so la ba­te­ría “On­ce de Sep­tiem­bre” con­tes­ta­ba las des­car­gas que de ho­ra en ho­ra ha­cían los otros bu­ques de la es­cua­dra na­cio­nal. Una fa­lúa es­pe­cial­men­te acon­di­cio­na­da to­mó a su bor­do el fé­re­tro y a re­mol­que fue se­gui­da por gran can­ti­dad de pe­que­ñas em­bar­ca­cio­nes que en­fi­la­ron has­ta el mue­lle de las Ca­ta­li­nas don­de una com­pa­ñía de ca­de­tes y as­pi­ran­tes del Co­le­gio Mi­li­tar y la Es­cue­la Na­val es­pe­ra­ban pa­ra efec­tuar el de­sem­bar­co.
Fue re­ci­bi­do en tie­rra con los acor­des del Him­no Na­cio­nal. El sar­có­fa­go cuá­dru­ple, for­ma­do por dos ca­jas de plo­mo, una de pi­no y la su­pe­rior de en­ci­na, fue cu­bier­to con la ban­de­ra del Ejér­ci­to de los An­des, co­ro­nas de pal­mas de Ya­pe­yú y ga­jos del pi­no de San Lo­ren­zo.
Una vez pues­to so­bre una pa­ri­hue­la, re­ci­bió el sa­lu­do del pre­si­den­te de la Re­pú­bli­ca y au­to­ri­da­des ci­vi­les, mi­li­ta­res, ecle­siás­ti­cas, fun­cio­na­rios del cuer­po di­plo­má­ti­co y en for­ma apo­teó­ti­ca por el pue­blo de Bue­nos Ai­res, sien­do el gran au­sen­te el go­ber­na­dor de Bue­nos Ai­res, Dr. Car­los Te­je­dor.
Ac­to se­gui­do don Do­min­go Faus­ti­no Sar­mien­to pro­nun­ció un dis­cur­so en nom­bre del Ejér­ci­to que fi­na­li­zó con una emo­ti­va ora­ción: “Vo­so­tros y no­so­tros, pues, ha­ce­mos hoy un ac­to de re­pa­ra­ción de aque­llas pa­sa­das in­jus­ti­cias de­vol­vien­do al ge­ne­ral don Jo­sé de San Mar­tín el lu­gar pro­mi­nen­te que le co­rres­pon­de en nues­tros mo­nu­men­tos con­me­mo­ra­ti­vos. Po­dre­mos as­pi­rar li­bre­men­te, co­mo quien se des­car­ga de un gran pe­so, cuan­do ha­ya­mos de­po­si­ta­do el sar­có­fa­go, que ser­vi­rá de al­tar de la pa­tria, los res­tos del Gran Ca­pi­tán, a cu­ya glo­ria só­lo fal­ta­ba es­ta re­ha­bi­li­ta­ción de su pro­pia pa­tria y es­ta hos­pi­ta­li­dad ca­lu­ro­sa que re­ci­be de sus com­pa­trio­tas.” 
Al fi­na­li­zar, se ini­ció la mar­cha ha­cia la es­ta­tua ecues­tre del Li­ber­ta­dor en la pla­za del Re­ti­ro don­de le­ye­ron sus dis­cur­sos el pre­si­den­te de la Na­ción, Ni­co­lás Ave­lla­ne­da, el vi­ce­pre­si­den­te, Dr. Ma­ria­no Acos­ta, y el mi­nis­tro ple­ni­po­ten­cia­rio del Pe­rú, Gó­mez Sán­chez. A su tér­mi­no, el ataúd fue co­lo­ca­do en un ca­rro cons­trui­do por Car­los Sack­man con tra­ba­jos de ta­pi­ce­ría de Ger­mán Sch­meil. Las cró­ni­cas só­lo tie­nen elo­gios ha­cia ese ca­rro mo­nu­men­tal; di­cen que fue si­mi­lar al que lle­vó los res­tos del du­que de We­lling­ton has­ta las puer­tas de San Pa­blo en Lon­dres.
La mul­ti­tu­di­na­ria co­mi­ti­va en­fi­ló hacia la ca­te­dral don­de es­pe­ra­ban el ar­zo­bis­po de Bue­nos Ai­res, mon­se­ñor Anei­ros, y miem­bros del cle­ro. El en­ton­ces te­nien­te Pa­blo Ric­chie­ri hi­zo una alo­cu­ción en nom­bre de la ofi­cia­li­dad jo­ven del ejér­ci­to, de la Co­mi­sión de Re­pa­tria­ción y en re­pre­sen­ta­ción del pue­blo de San Lo­ren­zo.
A con­ti­nua­ción, el fé­re­tro fue co­lo­ca­do en la na­ve cen­tral, dan­do co­mien­zo a la ce­re­mo­nia re­li­gio­sa y fue­ron pos­te­rior­men­te ve­la­dos. To­da la no­che per­ma­ne­cie­ron en la ca­pi­lla ar­dien­te el general Mi­tre y el poe­ta Car­los Gui­do Spa­no quienes, al des­pun­tar el día, hi­cie­ron la ve­nia an­te los res­tos del Gran Ca­pi­tán.
En ho­ras de la ma­ña­na se ce­le­bró un so­lem­ne fu­ne­ral y el ataúd fue tras­la­da­do a la crip­ta de los ca­nó­ni­gos don­de per­ma­ne­ció has­ta que que­dó ter­mi­na­do el mau­so­leo. Una vez ahí, fue ubi­ca­do en for­ma obli­cua den­tro del mo­nu­men­to, sien­do la al­tu­ra apro­xi­ma­da la vis­ta del que de pie ob­ser­va el con­jun­to. Fue ha­bi­li­ta­do al pú­bli­co el 1° de oc­tu­bre de 1880.
De es­ta for­ma vol­vie­ron a la pa­tria los res­tos del más res­pe­ta­do de sus hi­jos que, de­sai­ra­do en vi­da, era rei­vin­di­ca­do en su muer­te.
Las Heras, el re­po­so del gue­rre­ro:
Co­no­cía muy bien San Mar­tín el co­ra­je de Las He­ras y sus tro­pas. La “Co­lum­na Au­xi­liar” ha­bía sa­li­do vic­to­rio­sa en los com­ba­tes de Cu­cha Cu­cha y Mem­bri­llar, ade­más de apo­yar el re­ti­ro de la fuer­za mi­li­tar chi­le­na de­rro­ta­da en Ran­ca­gua. Por eso pro­pu­so al Di­rec­tor Su­pre­mo Po­sa­das que, con ba­se a esa fuer­za, se crea­ra el Ba­ta­llón de In­fan­te­ría de Lí­nea N° 11 y el as­cen­so de su je­fe al gra­do de te­nien­te co­ro­nel.
Tiem­po des­pués fue ele­va­do a re­gi­mien­to con dos ba­ta­llo­nes, uno de los cua­les, el “N°1 de Ca­za­do­res”, abrió la cam­pa­ña del Ejér­ci­to de los An­des por el Pa­so de Us­pa­lla­ta al man­do del as­cen­di­do co­ro­nel Las He­ras, y triun­fó en Po­tre­ri­llos, Guar­dia Vie­ja, Cha­ca­bu­co, Cu­ra­pa­li­güe y Ga­vi­lán, ade­más de ba­tir­se con ho­nor en el frus­tra­do asal­to de Tal­ca­hua­no el 6 de di­ciem­bre de 1817.
Pe­ro el he­roís­mo de Las Heras y la prue­ba de la dis­ci­pli­na e ins­truc­ción de su gen­te, fue la sor­pre­sa de Can­cha Ra­ya­da, al po­der sal­var en­te­ra su di­vi­sión y cu­brir­la de glo­ria un mes más tar­de en los Cam­pos de Mai­po el 5 de abril de 1818, se­llan­do pa­ra siem­pre la In­de­pen­den­cia de Chi­le.
Co­mo je­fe del Es­ta­do Ma­yor Ge­ne­ral con­du­jo las tro­pas de avan­za­da en te­rri­to­rio pe­rua­no. De re­gre­so en Bue­nos Ai­res Las Heras fue nom­bra­do go­ber­na­dor de la pro­vin­cia (1824) y en­car­ga­do del Po­der Eje­cu­ti­vo Na­cio­nal (1825). Re­nun­ció al asu­mir la pre­si­den­cia Ri­va­da­via y plan­tear­se el pro­ble­ma de ca­pi­ta­li­za­ción. Re­tor­nó a Chi­le don­de fue rein­cor­po­ra­do en el ejér­ci­to y del que se re­ti­ró un año an­tes de su fa­lle­ci­mien­to el 6 de fe­bre­ro de 1866.
El go­bier­no de Chi­le lo hon­ró de­cre­tan­do exe­quias na­cio­na­les y la gen­te de San­tia­go asis­tió a sus fu­ne­ra­les. Me­ses des­pués se le ce­le­bra­ron hon­ras fú­ne­bres en la ca­te­dral de Bue­nos Ai­res. Por or­den del go­bier­no na­cio­nal re­tor­naron sus res­tos a la Ca­pi­tal a bor­do del cru­ce­ro “25 de Ma­yo” den­tro de una ur­na cos­tea­da por el pue­blo chi­le­no.
Fue re­ci­bi­do en la dár­se­na nor­te el 20 de oc­tu­bre de 1906, es­col­ta­do por el avi­so “Res­guar­do” y va­por­ci­tos de la em­pre­sa na­vie­ra Mi­ha­no­vich, por el pre­si­den­te de la Re­pú­bli­ca, Jo­sé Fi­gue­roa Al­cor­ta, el in­ten­den­te Al­ber­to Ca­sa­res, jun­to con au­to­ri­da­des, fun­cio­na­rios, cle­ro, fuer­zas de mar y tie­rra y en for­ma ma­si­va por los ciu­da­da­nos de la ca­pi­tal.
La ca­sa Le­pa­ge realizó vis­tas ci­ne­ma­to­grá­fi­cas de la pro­ce­sión has­ta la lle­ga­da al tem­ple­te en la Pla­za de Ma­yo don­de fue­ron ve­la­dos y en la que só­lo se leía la sen­ci­lla ins­crip­ción “Las He­ras” en sus cua­tros fren­tes.
Al fi­na­li­zar fue­ron con­du­ci­dos a la Ca­te­dral don­de re­po­san des­de en­ton­ces. Dio to­do por la Pa­tria y na­da le pi­dió.
El soldado desconocido:
Por de­cre­to N° 14932/45 se dis­pu­so la re­pa­tria­ción de los res­tos de los sol­da­dos que ha­bían com­ba­ti­do en la Ges­ta de la In­de­pen­den­cia y al 17 de agos­to co­mo día “pa­ra re­me­mo­rar el re­cuer­do del Gral. San Mar­tín y la del Sol­da­do Des­co­no­ci­do de la In­de­pen­den­cia”.
Pe­ro la ta­rea no era sen­ci­lla, apar­te de la es­ca­sa do­cu­men­ta­ción y los es­tra­gos del tiem­po, los cam­pos de ba­ta­lla es­ta­ban lo­ca­li­za­dos en di­fe­ren­tes paí­ses y dis­per­sos en al­gu­nas pro­vin­cias.
Si bien se hi­cie­ron ta­reas de in­ves­ti­ga­ción, fue gra­cias a un fa­mi­liar que brin­dó los ori­gi­na­les del tra­ba­jo iné­di­to “Fun­da­ción del Pue­blo de las Pie­dras” (1889) del ya en ese en­ton­ces ex­tin­to in­ves­ti­ga­dor don Jo­sé Ma­ría An­tú­nez de Oli­ve­ra, co­mo pu­do ser lo­ca­li­za­do el hos­pi­tal de san­gre que fun­cio­nó en la ca­sa de la her­ma­na po­lí­ti­ca de Ar­ti­gas. Esto per­mi­tió ha­llar las par­ti­das de de­fun­ción en la igle­sia cer­ca­na y lo­ca­li­zar hue­sos hu­ma­nos jun­to a una lan­za en el “Pa­so del Om­bú”. Des­pués de ser co­lo­ca­dos en una ur­na de már­mol con la ins­crip­ción “El Uru­guay al hé­roe anó­ni­mo ar­gen­ti­no, que lu­chó en las cam­pa­ñas Li­ber­ta­do­ras” y re­ci­bir el ho­me­na­je del pue­blo uru­gua­yo en la pla­za In­de­pen­den­cia, fue en­via­da a Bue­nos Ai­res.
Al no po­der ha­llar­se res­tos en el si­tio don­de tu­vo lu­gar la ba­ta­lla de Río Bam­ba se co­lo­có sim­bó­li­ca­men­te tie­rra del lu­gar den­tro de una ur­na, que des­pués de re­ci­bir los ho­no­res de las au­to­ri­da­des y pue­blo de Qui­to, fue en­via­da a la es­ta­ción aé­rea de “El Pa­lo­mar”.
Lo mis­mo su­ce­dió en el lugar en que de­sem­bar­có el Ejér­ci­to de los An­des en la Ba­hía de Pa­ra­cas y se li­bró el com­ba­te de Naz­ca. Pe­ro gra­cias a los tes­ti­mo­nios ora­les de los po­bla­do­res de Ju­nín y Aya­cu­cho se lo­ca­li­za­ron al­gu­nas pie­zas óseas, las que des­pués de ser co­lo­ca­das en una ur­na y re­ci­bir una mi­sa de cam­pa­ña en el Cam­po de Mar­te de Li­ma, fue­ron en­via­das a Chi­le.
Allí re­ci­bie­ron el ho­me­na­je de las au­to­ri­da­des y pue­blo chi­le­no, jun­to con los res­tos des­cu­bier­tos en los cam­pos de Ba­ta­lla de Cha­ca­bu­co y Mai­po con­te­ni­dos en una ur­na con la ins­crip­ción “Aquí re­po­sa un sol­da­do ar­gen­ti­no. Cam­pa­ña 1817-1818. In­de­pen­den­cia de Chi­le”. Am­bas ur­nas fue­ron en­tre­ga­das a las au­to­ri­da­des ar­gen­ti­nas pa­ra ser en­via­das a Men­do­za.
Mien­tras, en la Re­pú­bli­ca de Bo­li­via, fue­ron ex­hu­ma­dos los res­tos de los sol­da­dos caí­dos en Flo­ri­da, Si­pe-Si­pe, Hua­qui y Sui­pa­cha, lo­ca­li­za­dos en los De­par­ta­men­tos de San­ta Cruz, Co­cha­bam­ba y Po­to­sí, los que fue­ron in­ci­ne­ra­dos en el lo­cal del Ar­se­nal Cen­tral del Ejér­ci­to y re­ci­bie­ron hon­ras fú­ne­bres en la ca­te­dral de La Paz.
Des­de esa ciu­dad fueron en­via­dos por tren y es­col­ta­dos por una de­le­ga­ción has­ta La Quia­ca, don­de re­ci­bieron el pri­mer ho­me­na­je en sue­lo ar­gen­ti­no. Des­pués en­via­dos a Sal­ta pa­ra re­ci­bir ho­no­res por par­te de las au­to­ri­da­des y pue­blo sal­te­ño en el Pan­teón de las Glo­rias del Nor­te jun­to con los res­tos en­con­tra­dos en el si­tio don­de tu­vo lu­gar la ba­ta­lla ho­mó­ni­ma, que pre­via­men­te fue­ron in­ci­ne­ra­dos en el es­ta­ble­ci­mien­to In­dus­trial “Ca­po­bian­co” y co­lo­ca­dos en un co­fre do­na­do por esa fir­ma. Am­bas ur­nas re­ci­bie­ron so­lem­nes fu­ne­ra­les en la Ca­te­dral Ba­sí­li­ca.
No se ha­lla­ron res­tos en el “Cam­po de las Ca­rre­ras” lu­gar de la Ba­ta­lla de Tu­cu­mán. En for­ma sim­bó­li­ca se guar­dó tie­rra del lu­gar en un co­fre, que des­pués de las hon­ras de ri­gor, fue en­via­do a Men­do­za en el tren que ve­nía des­de Sal­ta.
Las ur­nas pro­ce­den­tes de Bo­li­via, Chi­le, Pe­rú, Sal­ta y Tu­cu­mán se co­lo­ca­ron en una cu­re­ña y fue­ron es­col­ta­das por una sec­ción de Gra­na­de­ros a Ca­ba­llo has­ta el cam­po El Plu­me­ri­llo don­de se pro­ce­dió a co­lo­car las ce­ni­zas en una úni­ca ur­na que fue tras­la­da­da a la ciu­dad de Men­do­za en una pa­ri­hue­la es­pe­cial. Des­pués de una mi­sa en la ba­sí­li­ca de San Fran­cis­co y de re­ci­bir ho­no­res en la pla­za San Mar­tín, fue en­via­da por fe­rro­ca­rril ha­cia San­ta Fe.
Au­to­ri­da­des y pue­blo en ge­ne­ral tri­bu­ta­ron ho­no­res al pa­so del tren has­ta su lle­ga­da a Ro­sa­rio, don­de una sec­ción del re­gi­mien­to de Gra­na­de­ros a Ca­ba­llo es­col­ta­ba la ur­na de bron­ce do­na­da por la Mu­ni­ci­pa­li­dad de esa ciu­dad con la le­yen­da “Res­tos del sol­da­do des­co­no­ci­do. Gra­na­de­ros del Com­ba­te de San Lo­ren­zo, 3 de fe­bre­ro de 1813, Ro­sa­rio, 24 de agos­to de 1945”, que ha­bían re­ci­bi­do so­lem­ne ho­me­na­je en el lu­gar de su bau­tis­mo de fue­go.
Días an­tes el ras­trea­dor “Dru­mond” ex­tra­jo are­na del lu­gar don­de fon­dea­ron los muer­tos de la es­cua­dra na­cio­nal que li­bró el com­ba­te de Mar­tín Gar­cía y va­ró la fra­ga­ta “Hér­cu­les”, la que fue co­lo­ca­da den­tro de una ur­na pro­vis­ta por el Ta­ller de Ma­ri­na de Dár­se­na Nor­te.
El 25 de agos­to de 1945 arri­bó a Re­ti­ro el tren ofi­cial que con­du­jo la ur­na cu­bier­ta con las ban­de­ras del Ejér­ci­to de los An­des y del Ejér­ci­to del Nor­te. Más tar­de lle­ga­ron las ur­nas pro­ve­nien­tes de El Pa­lo­mar, Uru­guay y Mar­tín Gar­cía.
El con­te­ni­do de to­das fue des­pués reu­ni­do en una so­la ur­na, la cual fue re­ci­bi­da por el In­ten­den­te Mu­ni­ci­pal, Cé­sar Cac­cia, y ben­de­ci­da por el ar­zo­bis­po de Bue­nos Ai­res y car­de­nal pri­ma­do, Dr. San­tia­go Luis Co­pe­llo, en la Pla­za San Mar­tín.
El mal tiem­po obli­gó a de­po­si­tar la ur­na en el atrio del Cír­cu­lo Mi­li­tar, lugar en el que el Vi­ce­pre­si­den­te de la Na­ción y Mi­nis­tro de Gue­rra, coronel Juan Pe­rón, pro­nun­ció un dis­cur­so al tér­mi­no del cual los res­tos fue­ron ve­la­dos has­ta las 21.30 hs en que se rea­li­zó un fu­ne­ral cí­vi­co.
Al día si­guien­te se rea­li­zó una mi­sa de cam­pa­ña y, des­pués de una alo­cu­ción del en­ton­ces pre­si­den­te de la Na­ción, general Edel­mi­ro J. Fa­rell, la cu­re­ña fue con­du­ci­da a la ca­te­dral. Su arri­bo fue acom­pa­ña­do por un to­que de si­len­cio. Des­pués do­bla­ron las cam­pa­nas de to­dos los tem­plos co­mo ha­bía dis­pues­to el ar­zo­bis­po de Bue­nos Ai­res y con una sal­va de 21 ca­ño­na­zos se dio por ter­mi­na­do el ac­to.
El 29 de agos­to de 1945 a las 15.30 hs se sol­dó y ce­rró her­mé­ti­ca­men­te la ur­na en la Igle­sia Ca­te­dral la­brán­do­se el Ac­ta co­rres­pon­dien­te.
Guido, el co­la­bo­ra­dor y ami­go:
Con anuen­cia de los des­cen­dien­tes fue­ron tras­la­da­das las ce­ni­zas del general To­más Gui­do des­de su tum­ba en la Re­co­le­ta has­ta el mau­so­leo del general San Mar­tín en la Ca­te­dral en 1966. La me­di­da ofi­cial des­ta­ca­ba: “…que la amis­tad que unió a los dos pró­ce­res, tan­to en la paz co­mo en la gue­rra, de­be ser ejem­plo per­ma­nen­te de los prin­ci­pios de leal­tad y com­pren­sión que ca­rac­te­ri­za­ron la tra­yec­to­ria de aque­llos hom­bres su­pe­rio­res […] la pre­sen­cia de los res­tos del Gral. Gui­do en el mau­so­leo del Li­ber­ta­dor sim­bo­li­za­rá el acer­ca­mien­to es­pi­ri­tual que en la vi­da iden­ti­fi­có a los ilus­tres pa­tri­cios.”
Una amis­tad que co­men­zó cuan­do San Mar­tín puso al tan­to de los pla­nes de eman­ci­pa­ción a Gui­do que se en­con­tra­ba en una mi­sión jun­to al Ejér­ci­to del Nor­te. Lo que dio ori­gen a la cé­le­bre “Me­mo­ria”, que gra­cias a los ofi­cios de los Di­rec­to­res Bal­car­ce y Puey­rre­dón, permitió lle­var a ca­bo la Cam­pa­ña Li­ber­ta­do­ra.
Fue el más leal y ac­ti­vo co­la­bo­ra­dor de San Mar­tín du­ran­te la or­ga­ni­za­ción del Ejér­ci­to de los An­des. Lle­gó a ser su Ede­cán, Con­se­je­ro de Es­ta­do y mi­nis­tro de Gue­rra du­ran­te la cam­pa­ña en el Pe­rú. Con­ti­núo ba­jo las ór­de­nes de Bo­lí­var, des­pués de la En­tre­vis­ta de Gua­ya­quil, y lle­gó al gra­do de ge­ne­ral de bri­ga­da de los Ejér­ci­tos del Pe­rú.
Al re­tor­nar a Bue­nos Ai­res hi­zo una bri­llan­te ca­rre­ra pú­bli­ca, sien­do nom­bra­do mi­nis­tro de Go­bier­no y Re­la­cio­nes Ex­te­rio­res, re­pre­sen­tan­te de la Ar­gen­ti­na an­te Bra­sil y se­na­dor por San Juan an­te el Con­gre­so Na­cio­nal.
Fa­lle­ció el 14 de sep­tiem­bre de 1866 y fue en­te­rra­do en el ce­men­te­rio del Nor­te.
Es­ta­ba ca­sa­do con Ma­ría del Pi­lar Spa­no, y fue pa­dre del cé­le­bre poe­ta Car­los Gui­do Spa­no. Que­dó co­mo tes­ti­mo­nio de la gran amis­tad que los unía, la car­ta que le es­cri­bió el 21 de sep­tiem­bre de 1822: “Mi ami­go: Ud. me acom­pa­ñó de Bue­nos Ai­res unien­do su for­tu­na a la mía: he­mos tra­ba­ja­do en es­te lar­go pe­río­do en be­ne­fi­cio del país lo que se ha po­di­do: me se­pa­ro de Ud., pe­ro con agra­de­ci­mien­to, no só­lo a la ayu­da que me ha da­do, en las di­fí­ci­les co­mi­sio­nes que le he con­fia­do, si­no que su amis­tad y ca­ri­ño per­so­nal ha sua­vi­za­do mis amar­gu­ras, y me ha he­cho más lle­va­de­ra mi vi­da pú­bli­ca. Gra­cias y gra­cias -y mi re­co­no­ci­mien­to […] Adiós. Su San Mar­tín” 
El 14 de sep­tiem­bre de 1966 ca­de­tes del Co­le­gio Mi­li­tar re­ti­ra­ron la ur­na del ce­men­te­rio de la Re­co­le­ta y, des­pués de los ho­no­res pro­to­co­la­res, fue tras­la­da­da al pe­ris­ti­lo y ubi­ca­da en la cu­re­ña con la que se fue lle­va­da has­ta la Ca­te­dral, sien­do re­ci­bi­da por el general Juan Car­los On­ga­nía, au­to­ri­da­des y nu­me­ro­so pú­bli­co mien­tras se eje­cu­ta­ba un to­que de cla­rín y se disparaban 19 sal­vas de una pie­za de ar­ti­lle­ría.
Des­pués del dis­cur­so del pre­si­den­te del Ins­ti­tu­to Na­cio­nal San­mar­ti­nia­no y del pri­mer ma­gis­tra­do, el Ar­zo­bis­po de Bue­nos Ai­res An­to­nio Cag­gia­no ofi­ció un res­pon­so, ter­mi­na­do el cual se dio por fi­na­li­za­da la ce­re­mo­nia.
Por siem­pre:
Al cum­plir­se el 97° Ani­ver­sa­rio de la muer­te del Li­ber­ta­dor, se lle­vó a ca­bo una se­rie de ac­tos cu­yo pun­to más des­ta­ca­do tu­vo lu­gar en la col­ma­da Pla­za de Ma­yo, cuan­do tres trom­pas del re­gi­mien­to de Gra­na­de­ros die­ron el to­que de si­len­cio y el en­ton­ces Pre­si­den­te, ge­ne­ral Juan D. Pe­rón, di­jo: “In­vi­to al Pue­blo de la Re­pú­bli­ca a guar­dar un mi­nu­to de si­len­cio en ho­me­na­je al Gran Ca­pi­tán”; a las 15 hs do­bla­ron las cam­pa­nas del Ca­bil­do.
Al fi­na­li­zar los dis­cur­sos, las au­to­ri­da­des se di­ri­gie­ron a la Ca­te­dral don­de se des­cu­brió en el fron­tis­pi­cio la le­yen­da: “Aquí des­can­san los res­tos del Gran Ca­pi­tán Ge­ne­ral don Jo­sé de San Mar­tín y del Sol­da­do Des­co­no­ci­do de la In­de­pen­den­cia. Sa­lú­da­los”.
Des­pués de dar­se lec­tu­ra a la Or­den Ge­ne­ral sus­crip­ta por el pri­mer ma­gis­tra­do en su ca­rác­ter de co­man­dan­te en je­fe de las Fuer­zas Ar­ma­das, en la cual se or­de­na­ba, a par­tir de ese ins­tan­te, sa­lu­dar fren­te a la Ins­crip­ción, fue él mismo el pri­me­ro en cum­plir con esta orden, al fi­na­li­zar la ce­re­mo­nia, co­mo así tam­bién lo hi­cie­ron las tro­pas que des­fi­la­ron des­pués de ha­ber ren­di­do ho­no­res du­ran­te el ac­to.
A con­ti­nua­ción en­cen­dió una tea con el fue­go que ha­bía si­do con­du­ci­do por me­dio de ha­cho­nes por las sie­te ru­tas del país y con la que hi­zo ar­der la lla­ma vo­ti­va que des­de en­ton­ces ar­de en el fron­tis­pi­cio de la ca­te­dral.
Al fi­na­li­zar pro­nun­ció una alo­cu­ción en la que se­ña­ló: “Los pue­blos de vi­da au­tén­ti­ca y de­fi­ni­da son aque­llos que con ple­na con­cien­cia de su his­to­ria y de su li­na­je con­ce­den pri­ma­cía a su fu­tu­ro, y lo van crean­do día a día, en la con­cien­cia de los hom­bres, con el im­pe­ra­ti­vo de un que­ha­cer na­cio­nal ine­lu­di­ble, en el cual se fun­den los idea­les y sue­ños”. Texto de Stella Maris de Lellis.
Texto 2:
Los restos del general José de San Martín descansan, desde 1880, en la Capilla Nuestra Señora de la Paz, ubicada en la Catedral Metropolitana, custodiado permanentemente por dos granaderos. Sin embargo, su emplazamiento en ese lugar no fue tarea fácil.
El Libertador murió de una gastralgia el 17 de agosto de 1850, en Boulogne Sur Mer, Francia, país al que había llegado luego de un exilio voluntario comenzado en 1824. En ese momento final, estuvo acompañado por su hija Mercedes y su yerno, Mariano Balcarce, quien fue portador de su deseo póstumo: que sus restos descansaran en su Patria.
En 1877, el por entonces presidente Nicolás Avellaneda creó la "Comisión Central de Repatriación de los Restos del general San Martín". El cuerpo recién llegó a la Argentina el 28 de mayo de 1880. Y allí comenzó la odisea: ¿dónde colocarlos? Según Ricardo Brizuela, la idea primordial fue depositar los restos en la Catedral porteña. Sin embargo, la Iglesia se opuso, avalada en los cánones apostólicos romanos: San Martín era masón, y como tal no podía ser alojado en un lugar consagrado.
Esta discusión venía de larga data, ya que surge con los primitivos enfrentamientos entre la masonería y los católicos, cuyo principal hito fue la expulsión de los jesuitas del Río de la Plata. No obstante, llegaron a un acuerdo, y el mausoleo se construyó al lado de la Catedral, en un terreno que, antiguamente, emplazaba el cementerio que cada templo contenía. Los rumores afirman que este cambio de opinión eclesiástico tuvo que ver con una serie de créditos que llegaron a sus manos, con la excusa de las refacciones y reparaciones que serían necesarias para alojar los restos del héroe.
El féretro fue construido por el escultor francés Carrier Belleuse, siguiendo la influencia romántica, neoclásica, de estilo francés. Este artista también había construido la figura del General Belgrano que estaba ubicada en la Plaza de Mayo, y su proyecto fue el ganador entre los seis que se presentaron.
La Capilla Nuestra Señora de la Paz, donde se encuentra el cuerpo, está ubicada en la nave derecha del templo, y posee un piso de mosaicos con pequeñísimas estelas que dibujan espinas, clavos y otros motivos de la Pasión, y que se extienden por toda la Catedral. En tanto, el monumento que contiene al Libertador está hecho, casi en su totalidad, en mármol rosado, mientras que la base es de mármol rojo de Francia y la lápida de mármol rojo imperial. El sarcófago es de color negro belga.
Los restos de San Martín se encuentran rodeados de tres esculturas femeninas, que representan a cada uno de los países que éste liberó: Argentina, Chile y Perú. Junto a él se hallan las urnas con los restos de los generales Juan Gregorio Las Heras y Tomás Guido y los del Soldado Desconocido de la Independencia.
En la fachada de la Catedral metropolitana figura la siguiente frase: "Aquí descansan los restos del Capitán General D. José de San Martín y del Soldado Desconocido de la Independencia. Salúdalos!". La manera perfecta de recordar a todos los que lucharon por la Libertad. Texto do Infobae.
Texto 3:
José Francisco de San Martín, el padre de la Patria, murió el 17 de agosto de 1850 en Boulogne-sur-Mer, Francia. Debieron pasar 30 años para que sus restos descansen en Argentina en una gestión iniciada por el entonces presidente, Nicolás Avellaneda.
El 11 de abril de 1877 se firmó el decreto para la creación de una Comisión encargada de la repatriación de los restos, la misma estuvo a cargo de Mariano Acosta quien era vicepresidente de la Nación. Pero la polémica no tardó en aparecer ya que el clero se opuso en un primer momento a que el mausoleo sea construido en una iglesia debido a que San Martín, siendo masón, "no podía ser alojado en un lugar consagrado".
La explicación oficial de la disputa entre masones con los católicos surge con la expulsión de los jesuitas del Río de la Plata, en 1767, pero a pesar de las diferencias lograron llegar a un acuerdo. La versión más fuerte es que la comisión ofreció sumar un presupuesto extra para realizar trabajos de restauración en el templo, algo que los miembros eclesiásticos aceptaron encantados y finalmente el mausoleo se construyó al lado de la Catedral, en un terreno que emplazaba el cementerio que cada iglesia de este tipo contenía.
Los restos del general llegaron el 28 de mayo de 1880 a bordo del Transporte ARA Villarino. A su arribo una carroza tirada por seis percherones negros llevó el ataúd cubierto por la bandera del Ejército de los Andes, dos coronas con palmas de Yapeyú -lugar de su nacimiento- y otra con gajos de pino de San Lorenzo. La carroza recorrió desde Retiro hasta la Catedral.
La Capilla Nuestra Señora de la Paz, donde actualmente descansan sus restos, está ubicada en la nave derecha del templo y posee un piso de mosaicos con pequeñas estelas que dibujan espinas, clavos y otros motivos de la Pasión que se extienden por toda la Catedral. El monumento que contiene al Libertador está hecho en mármol rosado y la base compuesta del mismo material color rojo francia. Por su parte la lápida, también de mármol, es de rojo imperial y el sarcófago negro belga.
Uno de los mitos más comentados al respecto del mausoleo es la ubicación del cajón, se dice que la cabeza del mismo se colocó inclinada como símbolo de la predestinación al infierno con la que cargan aquellos de condición masón.
Lo cierto es que sí está colocado inclinado pero debido a que San Martín fue colocado en un triple féretro: uno de plomo, otro de roble y el otro de abeto y como consecuencia hizo que el sarcófago donde fue puesto quedara chico.
Son incontables las historias que han surgido en torno a San Martín, algunas con un tono fantasioso, lo cierto es que a más de 120 años de su muerte aún siguen vigente las distintas versiones sobre cómo se gestó la llegada de sus restos y la trabajosa negociación para que finalmente lograra su eterno descanso en el lugar que mejor simbolizara el agradecimiento del pueblo a su héroe. Trecho de texto de Yasmin Ali / Canal 26.
Texto 4:
Como se sabe, el general José de San Martín, pasó los últimos veinte años de su vida en Francia, en el exilio, “voluntario”, según los que lo obligaron a exiliarse. Una vez en la capital francesa alquiló un departamento en la Rue de Provence, cerca de la Ópera de París. Allí, gracias a su hermano, Justo Rufino de San Martín, inició una estrecha amistad con el banquero y mecenas español Alejandro Aguado.
Entre las figuras que gozaron de su mecenazgo y frecuentaban sus casas se encontraban Víctor Hugo, Lamartine, Delacroix, Balzac y el célebre músico italiano Gioacchino Rossini, compositor de El barbero de Sevilla, Otelo y Guillermo Tell, entre otras célebres óperas. La afición de Aguado por la ópera lo llevó a convertirse también en un importante empresario del rubro. El general pasaba apuros económicos y tuvo que tomar con él un préstamo, mediante una letra de cambio por 3.000 pesos, pagaderos en Buenos Aires sobre las rentas de sus propiedades. En los meses siguientes, y gracias a las gestiones de sus amigos en Lima, San Martín comenzó a recibir nuevamente su pensión peruana, con lo que pudo devolver el préstamo a Aguado. San Martín le estuvo siempre agradecido por la generosidad demostrada en ese momento difícil y entre ambos se estableció una gran confianza, al punto de que el banquero lo nombró su albacea testamentario.
En su regreso a Europa, tras la luna de miel, Remedios y su marido Mariano Balcarce llevaron de regreso a París, junto a una hermosa nietecita llamada María Mercedes Balcarce y el histórico sable corvo que San Martín había pedido especialmente que recuperaran, las sumas que hacía años el gobierno le adeudaba al Libertador y que su apoderado y cuñado Manuel Escalada venía reclamando desde 1822 pero el expediente, según le dijeron, se había “extraviado”.
Con esos fondos y probablemente con la ayuda adicional de Aguado, en abril de 1834 el Libertador compró su casa más famosa, en la comuna de Évry, población que entonces se dividía en dos sectores: Petit Bourg, donde se encontraba la mansión de Aguado, y Grand Bourg, donde estaba la vivienda de San Martín. La casa era un edificio de tres plantas (la superior en buhardilla) y sótano, con sala, comedor, ocho dormitorios y otros tres para el personal doméstico. Estaba en un predio de una manzana, con un jardín donde el general practicaba su afición por la floricultura y horticultura, además de otras dependencias, entre ellas, una caballeriza. Tuve la suerte de visitarla en febrero pasado, en ocasión de los festejos por un nuevo aniversario del nacimiento del Libertador. Hoy es el convento de “La Solitude”. No está abierto al público y está habitado por las amables hermanas de la orden de Sion que nos esperaron a la embajadora argentina, María del Carmen Squeff, a la querida amiga y agregada cultural Susana Rinaldi y a mí, con chocolate y bizcochos.
Escucharon con mucha atención la charla que les brindé e hicieron interesantes preguntas sobre el ilustre habitante de la casa que se conserva muy bien con algunos cambios y adaptaciones.
El extenso jardín permanece como en la época en que lo habitó el Libertador y el frente, ubicado en la actual Rue de San Martín, está pleno de placas de los gobiernos e instituciones de Argentina, Chile y el Perú, que recuerdan el paso por allí de Don José.
En Grand Bourg, la familia –a la que el 14 de julio de 1836, día del aniversario de la Revolución Francesa, se sumó otra nieta del general, Josefa Dominga Balcarce– vivía entre cinco y seis meses al año, los de primavera y verano. El resto del año lo hacía en una casa en París, en las calle Saint-Georges 35 en su cruce con Saint-Lazare, en lo que hoy es el noveno distrito (arrondisement) parisino y entonces era una zona en crecimiento urbano al pie de la colina de Montmartre. A unas cinco cuadras, en 1837, se construyó la primera estación ferroviaria de Saint-Lazare, que sería inmortalizada años más tarde en uno de los cuadros más célebres de la escuela impresionista, por Claude Monet. San Martín, que alquilaba esa vivienda desde 1833, pudo comprarla dos años después, a un precio considerablemente mayor que lo que le había costado su residencia en las afueras. Tomo un café en Le bon marché con Rubén Alterio, sobrino de nuestro gran actor Héctor. Me cuenta que a comienzos de los años 80, buscando un atelier se contactó a través de un aviso con la Sociedad de Paracaidistas que tenían en alquiler uno. Le contaron como curiosidad que en ese mismo edificio había tenido su atelier el célebre artista Renoir. El francés le cuenta que tiene amigos franceses en Pigüe y se despide diciéndole que en el mismo departamento que le estaba vendiendo vivió el general San Martín. Me cuenta Rubén: “Cuando me mudé al departamento del primer piso de la rue Saint Georges a través de sus grandes ventanas que daban a la calle me era muy fácil ver y a veces escuchar a los pasantes que se detenían para observar las placas fijadas en pared de la casa en homenaje al General. Algunas veces, según mi inspiración, cuando escuchaba comentarios en nuestra lengua, abría la ventana y sorprendía a nuestros compatriotas con un saludo cordial, como para darles a entender que la casa los comprendía”, claro, nada asombroso, pensaba yo, siendo la casa donde había vivido el Libertador!” Cuando Rubén tuvo que vender el departamento, allá por los 90, no logró que el gobierno argentino de entonces la comprara y la transformara en monumento histórico. Hoy lo habita una simpática señora francesa que nos recibe en la entrada de la casa, se muestra orgullosa, nos cuenta que por allí pasó Alfonsín, pero no nos deja subir a conocer el lugar.
La próxima parada es Boulogne Sur Mer, la hermosa ciudad de la costa Normanda que el general escogiera para pasar sus últimos años tras su decisión de abandonar Paris, conmocionada por los hechos de la comuna de 1848.
Nos recibe el alcalde, Fréderic Cuvillier, un apasionado sanmartiniano que ha embanderado con las enseñas de Francia y Argentina el imponente monumento al Libertador emplazado en la costanera. Tras colocar sendas ofrendas florales, nos dirigimos a la que fuera la última vivienda de San Martín, en el 113 de la Grand Rue. Se trata de una casa de cuatro pisos en la que su propietario, el abogado Alfred Gerard, había instalado una biblioteca pública en la planta baja y le ofreció a nuestro notable exiliado el departamento del segundo piso. Hoy todo el edificio es la “Casa San Martín”, un museo que se constituye en el paso obligado de todos los argentinos que andan por la zona. El edificio fue comprado en 1926 por el Estado argentino. Dos años más tarde fue convertido en museo bajo el nombre Casa San Martín y sede del consulado argentino. Desde 1966 funciona solo como museo. En julio de 2010 la Justicia francesa dejó firme el fallo que prohibía el remate de la casa por tratarse de un monumento histórico. El embargo había sido pedido por la empresa estadounidense Sempra Energy, accionista de las distribuidoras gasíferas Camuzzi Gas Pampeana y Gas del Sur, para resarcirse de una deuda que tenía con ella el Estado argentino tras la devaluación de 2001.
Luego nos dirigimos a la sede del gobierno municipal, donde di una charla para los habitantes de la ciudad. La calidad de las preguntas me dejó en claro que la mayoría de los más de doscientos asistentes conocían perfectamente quién era aquel ilustre habitante de la ciudad.
En su testamento había prohibido que se le hiciera tipo alguno de funeral u homenaje, aunque sí pedía que su corazón descansara en Buenos Aires.
Concluidas las tareas de embalsamamiento, el cuerpo fue colocado en un sarcófago cuádruple compuesto por dos cajas de plomo, una de madera de pino y otra de encina. Sobre la tapa su familia hizo colocar una chapa con la siguiente inscripción: “José de San Martín, guerrero de la Independencia argentina; Libertador de Chile y del Perú. Nació el 25 de febrero de 1778 en Yapeyú, provincia de Corrientes, de la República Argentina; falleció el 17 de agosto de 1850, en Boulogne Sur Mer, Pas de Calais, Francia”.
El sarcófago fue colocado en la carroza fúnebre y conducido el día 20 de agosto a la iglesia de San Nicolás, de Boulogne, donde rezaron algunos sacerdotes las oraciones por el alma del difunto. De allí fue trasladado hasta la catedral de Notre-Dame de Boulogne y en una de las bóvedas de la capilla fue depositado el féretro, donde debía permanecer hasta que fuese conducido a Buenos Aires.
Sin embargo, los restos de San Martín permanecerían en Francia. El 21 de noviembre de 1861, con la presencia de los representantes de Argentina, Chile, Perú y otros Estados americanos, los restos del Libertador fueron llevados a la bóveda de la familia Balcarce-San Martín en Brunoy, localidad cercana a Évry ubicada a unos 35 kilómetros de París, donde hacía un año la familia había depositado con inmenso dolor los restos de María Mercedes Balcarce, una de las queridas nietas del general, a la que llamaba amorosamente “la viejita”, que murió por mala praxis médica a los 27 años sin dejar descendencia. Poco después, Mariano Balcarce entregó al representante del Perú el estandarte de Pizarro cumpliendo con el testamento de su suegro.
El 18 de julio de 1864, el diputado nacional por Buenos Aires, Adolfo Alsina, y el representante de Entre Ríos, Martín Ruiz Moreno, presentaron un proyecto al Congreso Nacional solicitando al Poder Ejecutivo, ejercido en ese momento por el general Mitre, que cumpliera la última voluntad de San Martín de descansar en Buenos Aires. El Parlamento se tomó su tiempo y el Senado un mes después convirtió el proyecto en ley, pero el Poder Ejecutivo pareció no darse por enterado.
Fue entonces que ante la injustificada demora, Manuel Guerrico, a nombre de la familia, pidió a la Municipalidad de Buenos Aires una parcela en la Recoleta para depositar los restos del general cerca de Remedios.
La burocracia local nombró una comisión que se tomó su tiempo y dictaminó, a los seis años, que el gobierno nacional tenía prioridad para decidir el destino final de los restos del Libertador. Entonces el Poder Ejecutivo, ejercido en ese entonces por Nicolás Avellaneda, dispuso la creación de otra comisión, esta vez nacional, para poner en marcha el operativo que permitiera el retorno de los restos de San Martín. Los miembros de la comisión decidieron que, como ocurría con los héroes nacionales de muchos países, el Libertador debía descansar en la Catedral Metropolitana. En esos países en los que se pensaba, los héroes nacionales o personajes notables están depositados en las naves centrales, pero en nuestro caso y a favor de nuestra inveterada originalidad, nunca exenta de sospecha y en este caso abonada por la condición de masón del héroe en cuestión, el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Federico Aneiros, propuso levantar el mausoleo al héroe nacional en una capilla dedicada a Nuestra Señora de la Paz que debería construirse en uno de los laterales de la Catedral. Así se hizo y el 25 de febrero de 1878, el día en que se cumplía el centenario del nacimiento de San Martín, se ponía la piedra fundamental del monumento funerario.
El 16 de septiembre de 1878 la Comisión Central de Homenaje al general San Martín aprobó la maqueta y el presupuesto de 100.000 francos, unos 10.000 pesos de entonces, presentados por el artista francés Carrier Belleuse para la construcción del mausoleo que debía erigirse en la Capilla de la Catedral en honor a San Martín. Se le puso como plazo máximo de entrega el 10 de marzo de 1880.
Finalmente y tras treinta años de espera, el 21 de abril de 1880, desde el puerto de El Havre, partían a bordo de la nave de la Armada Argentina Villarino los restos del Libertador. Habían sido exhumados del cementerio de Brunoy unos días antes y trasladados en un tren especialmente acondicionado por el gobierno francés, que dispuso además que una comitiva de autoridades civiles y militares y el regimiento número 119 de infantería tributara los honores correspondientes a un jefe de Estado.
Los restos llegaron a Buenos Aires el 28 de mayo de ese año. El gobierno decretó feriado nacional y organizó unas imponentes exequias públicas comandadas por el presidente Nicolás Avellaneda y el ex presidente Sarmiento. Fueron depositados en el Mausoleo de la entrada de la Catedral de Buenos Aires, inclinados y de pie, porque se había calculado mal el tamaño del féretro.
Los unitarios y sus herederos en la historiografía y la política argentinas nunca le perdonaron que hubiese defendido los intereses nacionales por sobre las banderías, que hubiese rechazado combatir contra los federales y que, “para colmo”, le hubiera legado su sable a Rosas.
Aquel “mejor no hablar de ciertas cosas” que proponía Valentín Alsina, se convertiría en la actitud por mucho tiempo con relación a José de San Martín. Se trató de convertirlo en una estatua de bronce, con un papel central en el “panteón de próceres” de la nacionalidad en formación. Ya en 1858, Bartolomé Mitre inició la construcción de la figura mítica, con la inclusión de una reseña biográfica en su Galería de celebridades argentinas. Al año siguiente, la Municipalidad de Buenos Aires aprobó su monumento, erigido en 1862 y que fue la primera estatua ecuestre en un paseo porteño. Luego vendría el Bosquejo biográfico del General San Martín, de Juan María Gutiérrez, en 1868, y finalmente la obra clásica del propio Mitre, que tras una primera versión como folletín del diario La Nación en 1875, se convertiría, corregida y ampliada, en la Historia de San Martín y la emancipación sudamericana, a partir de 1887.
En esa construcción de una “figura señera” se buscó quitar todo lo que tuviera de polémico o de “incorrecto” para los detentadores del poder. Así, se lo proclamó el “Gran Capitán de los Andes”, como el hábil estratega que sin dudas era, pero se citaron mucho menos sus frases contundentes sobre el papel que los militares debían cumplir en la sociedad, y al servicio de qué fines. Se lo tituló “Padre de la Patria” –una expresión que no le hubiera gustado, teniendo en cuenta que era como se hacían llamar los más despóticos emperadores romanos–, sin indicar que en defensa de esa Patria siempre estaba dispuesto a denunciar a quienes la traicionaban. En definitiva, se buscó negar lo que San Martín había sido en vida: un político decidido por una causa, que le hacía decir frases como esta: “En el último rincón de la tierra en que me halle estaré pronto a luchar por la libertad”. Trecho de texto de Felipe Pigna.
Nota do blog: Imagens de 2024 / Crédito para Jaf.